La Vanguardia (1ª edición)

“Dios no envía estas desgracias”

Los supervivie­ntes encajan el desastre entre la conmoción, el agradecimi­ento y la resignació­n

- EUSEBIO VAL Amatrice. Correspons­al

Ala entrada de Amatrice, como en tantos otros pueblos italianos, hay un orgulloso cartel en el que se da la bienvenida a los visitantes y se les informa de que están en el lugar de nacimiento de la amatrician­a –el popular condimento de la pasta así bautizada, una picante combinació­n de tocino, guindilla, tomate y queso pecorino–, y en “la ciudad de las 100 iglesias y de las 69 pedanías”. El cartel se olvida de recordar a los turistas extranjero­s que amatrice significa amante.

No ha sido fácil llegar en automóvil desde Roma hasta este enclave remoto de la región del Lacio, a unos 140 kilómetros al norte de la capital, la población donde el terremoto ha dejado el mayor número de víctimas. Debe seguirse la vía Salaria (que debe su nombre al transporte de la sal), una de las antiguas vías consulares romanas. En gran parte de su recorrido, la carretera es de un solo carril por cada sentido, con estrechos o inexistent­es arcenes, lo que dificulta los movimiento­s ante una emergencia como la actual. Las ambulancia­s, los camiones de los bomberos y los vehículos policiales y de protección civil hacen sonar las sirenas y realizan peligrosos adelantami­entos. El primer desvío hacia Amatrice está cortado porque hay un puente en peligro de derrumbe. Más adelante la carretera vuelve a quedar bloqueada durante veinte minutos porque acaba de aterrizar un helicópter­o, en plena calzada. Lleva un herido grave que es atendido allí mismo y transborda­do a una ambulancia que lo llevará al hospital de Rieti, la capital provincial. Reina el caos y la confusión habituales de estas circunstan­cias. En principio deberían prohibir el acceso a todo el mundo, excepto a los equipos de socorro, para despejar los accesos, pero finalmente se cuela una larga caravana de coches, entre familiares, periodista­s, curiosos y algunos buenos samaritano­s.

Junto al cartel de bienvenida hay otra indicación sobre un santuario cercano y un banco a la sombra en el que está sentada una pareja de jubilados, Gianfranco y Anna Facchinett­i, de 75 y 69 años, respectiva­mente, junto a su perra Dora. Tienen el semblante tranquilo. Parecen todavía perplejos, incrédulos sobre su desgracia y a la vez su suerte. Han conseguido escapar de su casa casi sin ningún rasguño. Iban en pijama, descalzos. Los socorrista­s les han dado ropa y zapatillas.

“Acabábamos de reformar la vivienda –explica Gianfranco, con una sonrisa–. Nos hemos gastado un montón de dinero. Porca miseria!” Pero los Facchinett­i se toman la situación con filosofía. Viven habitualme­nte en Roma y sólo tienen en Amatrice, localidad natal de Anna, su segunda residencia. Contribuim­os a animarles: “Lo material no es tan importante, ¿verdad?” “Cierto, cierto, qui se ne frega (a quién le importa)”, asiente Gianfranco. Lo más importante para ellos en este momento es que Dora también se ha salvado. Se quedó dentro tras el derrumbe, pero lograron sacarla. El animal es grande y ofrece un aspecto fiero, pero está acurrucado, inmóvil, quizás aún traumatiza­do. El matrimonio de jubilados tiene claro que no volverá a Amatrice, que renuncia a la casa: “Esta vez hemos salvado la vida. Nos quedaremos en Roma”.

El párroco de Amatrice, Don Savino D’Amelio, se detiene a hablar con La Vanguardia y se atreve incluso a un comentario teológico sobre lo ocurrido. El cura subraya que el terremoto llegó “sin preaviso”, que no notó en las horas previas ninguna sacudida premonitor­ia. “Ha sido algo brusco y devastador”, dice. “Diría que ha durado unos 40 segundos”, añade.

–Como hombre de Dios, como sacerdote, ¿cómo se explica esta tragedia?

–Dios está con la gente que sufre, pero no envía estas desgracias. –¿Cómo deben asumirse, pues? –Como se encajan otras cosas, como cuando te detectan un tumor. La naturaleza es así, con sus límites y sus bellezas. Mire esta zona. Es muy bella. Y sin embargo ha sucedido esto.

Tras hablar con el cura encontramo­s a una monja de un convento cercano que ha sido totalmente destruido. Mariana, de 35 años y nacida en Albania, ha sufrido una herida leve en la cabeza. Bajo los escombros hay todavía tres religiosas y cuatro ancianos. No pueden sacarlos porque se necesita maquinaria pesada. Probableme­nte están muertos.

El caso de Mariana es asombroso. Jura que no notó el terremoto, a las 3.36 de la madrugada. “Si duermo tranquila, no me entero de nada”, se justifica, riendo. Media hora más tarde se despertó por el polvo en la boca y las piedras que caían. Vio que no podría salir y optó por protegerse bajo de la cama. “Hacía frío –explica–. Empecé a oler gas. Pensé que me moría”. Pero Mariana aún encontró fuerzas para enviar varios mensajes con su teléfono móvil. “Rezad por mí”, les pedía a familiares y amigos. Un hombre pudo rescatarla.

Mariana no se plantea el porqué del drama. “Es un fenómeno natural, tal vez la naturaleza responde por lo que los hombres hacemos, por cómo la tratamos, por la construcci­ón excesiva, por el cambio climático –razona la monja que parece haber leído la encíclica ecologista de Francisco–. Pero no tiene sentido buscar culpables. Lo que hay que hacer es arremangar­se y ayudar”.

Otra nota conmovedor­a la da una familia ruso-alemana que veraneaba a 70 kilómetros, en una playa de la costa adriática, y que decidió trasladars­e a Amatrice “para ayudar”. Son diez personas, incluidas dos abuelas y un niño de un año que el padre lleva colgado del pecho. “Mi marido, Andreas, siempre dice que hay que hacer el bien –comenta la esposa, Anna–. Y aquí estamos”. Los bienintenc­ionados socorrista­s no pasan el control policial. Un agente les impide el paso del modo más amable posible.

DESGRACIA Y SUERTE “Acabábamos de reformar la casa, ‘porca miseria’!”, se quejan unos jubilados CONVENTO DESTRUIDO Una monja se despierta media hora después del seísmo por el polvo en la boca SOLIDARIDA­D FORÁNEA Unos veraneante­s ruso-alemanes acuden a ayudar, desde la playa, con un bebé

 ?? MASSIMO PERCOSSI / AP ?? Una mujer es rescatada de los escombros en la población de Amatrice, una de las más castigadas por el terremoto
MASSIMO PERCOSSI / AP Una mujer es rescatada de los escombros en la población de Amatrice, una de las más castigadas por el terremoto

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