La Vanguardia (1ª edición)

Después del terremoto

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ITALIA es un país con frecuente actividad sísmica. Las placas tectónicas africana y euroasiáti­ca coinciden allí, y los movimiento­s se suceden. A veces sin grandes daños. A veces con efectos catastrófi­cos. La lista es larga. Hay noticia, aunque no muchos datos, de seísmos registrado­s antes de Cristo. Hay noticia de movimiento­s mortíferos como el de Messina y Reggio Calabria, que en 1908 causó unos 120.000 muertos. Está en la memoria de muchos el que hace tan sólo siete años derribó buena parte de L’Aquila, con más de 300 víctimas mortales.

En la madrugada de ayer, un nuevo seísmo se produjo en Italia. Fue otra vez en su región central, en los Abruzos, con epicentro a diez kilómetros bajo la superficie, y con localidade­s como Amatrice, Accumoli o Arquata del Tronto y Pescara del Tronto entre las afectadas. En alguna de ellas, de matriz medieval, buena parte de las casas se han venido abajo. Eran construcci­ones antiguas, con materiales ya fatigados y estructura­s débiles. En no pocos casos, edificios construido­s siguiendo unos protocolos de seguridad obsoletos, de elevado riesgo en una región sísmica.

La cifra de víctimas en el terremoto de la madrugada de ayer se situaba a la hora de cerrar esta edición alrededor de los 120 muertos. Se hace difícil afirmar ahora si el balance final se mantendrá en esta cantidad o si, por el contrario, será más alto todavía. Para averiguarl­o, no queda sino proseguir con las labores de desescombr­o y esperar a que la zona sea despejada y su población, recontada.

Países tan historiado­s con Italia, con entrañas inestables, donde muchas viviendas se asientan sobre previas construcci­ones multi-centenaria­s, se enfrentan periódicam­ente a desastres como el de ayer. Y aunque puedan hacer mucho en materia preventiva, por ejemplo con sistemas de detección de los movimiento­s que permitan al menos desalojar a tiempo las zonas a punto de temblar, difícilmen­te podrán evitar los seísmos. Como tampoco podrán renovar todo el parque de viviendas y construirl­o de nuevo incorporan­do técnicas antisísmic­as de última generación, como las que se usan regularmen­te en países como Japón.

Pero lo que sí se puede exigir al Gobierno italiano es que, ante catástrofe­s de este tenor, la respuesta de las institucio­nes sea diligente, generosa y efectiva. Hace siete años, la respuesta final del Gobierno Berlusconi en L’Aquila defraudó las promesas y se demoró mucho. Esto no debe repetirse. Los supervivie­ntes de Amatrice, Accumoli y demás localidade­s dañadas merecen ser socorridos y realojados con la mayor brevedad posible.

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