La Vanguardia (1ª edición)

Los manteros vuelven de noche a la Barcelonet­a

Cada día, cuando los Mossos acaban su turno y se repliegan, los vendedores regresan

- Toni Muñoz Barcelona

El oneroso dispositiv­o policial ideado para poner coto a la expansión de los manteros da únicamente frutos parciales. Sobre las 21.30 horas, en el mismo momento en que los Mossos terminan su guardia, los manteros aparecen y corren por hacerse con las mejores posiciones en la Barcelonet­a y el Port Vell.

las nueve y media de la noche. Y La Barcelonet­a vuelve a cambiar de aspecto. El barrio es escenario ávido de contrastes. A primera hora de la mañana se llena de bañistas, al mediodía los encargados de bares y restaurant­es intentan seducir a los clientes con frases ingeniosas para convencerl­es de que allí comerán la mejor paella – ¡os necesito... (pausa)... me faltan dos personas!, les decía uno a dos turistas que no le hicieron caso– y por la tarde, de nuevo bañistas, al atardecer personas que salen a cenar...

Los Mossos d’Esquadra también forman parte ya de este paisaje urbano. Cada día a las 8 de la mañana aparcan seis furgonetas a lo largo del paseo Joan de Borbó. Forman parte del dispositiv­o contra la venta ambulante que se diseñó para ahuyentar a los manteros. Para evitar que se instalaran y ocuparan masivament­e el paseo del principio hasta el fin. Esa fue la actuación que decidió emprender el Ayuntamien­to, azuzado por las críticas de excesiva permisivid­ad de vecinos y comercios. También pusieron unas pancartas de color rojo con mensajes en catalán y en inglés que advierten a los veraneante­s que la venta ambulante no es una actividad permitida en Barcelona y que puede acarrear multas para el comprador. Y por último, el gobierno municipal optó por instalar una pista de patinadore­s para restar espacio a los manteros. Un skate park para que los obstáculos de los patinadore­s se convirtier­an en impediment­os también para los vendedores.

El Ayuntamien­to insistió en que la medida no solucionar­ía el problema del top manta de raíz, pero lo trasladarí­a a otra parte. La presencia de manteros durante el día se ha

QUEJA SINDICAL El dispositiv­o policial cuesta 4.000 euros al día en las horas extras que cobran los agentes

difuminado por el centro de la ciudad. El fenómeno es menos visible, aunque eso no quiere decir que no exista.

Otra cosa es a las nueve y media de la noche. El barrio vuelve a mutar. Con impecable puntualida­d los agentes de los Mossos d’Esquadra suben a las furgonetas. Los vehícuSon los, perfectame­nte sincroniza­dos, enfilan el fin de su jornada laboral. Se marchan. Fin del dispositiv­o.

Quince minutos antes de esta escena, centenares de vendedores ambulantes aguardan a que se acabe el despliegue policial. Llegan en metro y esperan pacienteme­nte a que se vayan los Mossos d’Esquadra. Permanecen frente a los agentes, a pocos metros, cargadísim­os con maletas y grandes bolsas en las que transporta­n la mercancía. Saben que la policía desaparece a las 21.30 horas. Ya falta poco.

Y tocan las 21.30. Justo a esa hora unos llegan y otros se van. Los manteros y la policía se cruzan. Los vehículos arrancan y los vendedores tienen vía libre para instalarse.

El Sindicato de Mossos d’Esquadra (SME) denunció a principios de mes que la situación era “insostenib­le”. El dispositiv­o, aseguran, cuesta diariament­e 4.000 euros en horas extras para vigilar una acera en la que posteriorm­ente volverán a colocarse a vender cómodament­e.

Los manteros corren a buscar sitio. Plantan la manta y esparcen los productos que ofertarán a los veraneante­s.

En las terrazas de los bares y restaurant­es iluminados del paseo Joan de Borbó también hay otro cambio de turno. Es la hora en la que muchos turistas acaban de cenar y entran clientes nuevos.

Es una buena hora para vender. Los veraneante­s disfrutan de un paseo nocturno cercano a la playa para acabar de digerir la comida antes de volver al hotel, al apartament­o turístico o al albergue.

La presencia de los Mossos en la Barcelonet­a a partir de esa hora es inexistent­e. La Guardia Urbana ya no participa en el dispositiv­o diurno porque traslada sus esfuerzos al centro de la ciudad. El único lugar de la Barcelonet­a en el que se puede ver mayor cantidad de policías lo-

PERMISIVID­AD Centenares de manteros se instalan en el paseo Joan de Borbó y en Palau de Mar

VIENE DE LA PÁGINA ANTERIOR cales es un bar argentino cercano a la comisaría conjunta que comparten con los Mossos, en el que los agentes hacen cola para comprar un bocadillo.

La noche es cálida, pero la brisa que sopla con suavidad atempera el bochorno. El termómetro situado en el Port Vell marca 27 grados.

Un niño camina devorando un helado junto a sus padres como si no hubiera un mañana. Caminan por el mercadillo nocturno comentando la gran variedad de productos que hay. El mercadillo empieza justo al lado del skate park. El último obstáculo para los patinadore­s es el que marca el límite de los manteros. A partir de allí, los centenares de vendedores se extienden por todo el Port Vell bordeando el edificio de Palau de Mar. Los paseantes que caminan al lado de la pista de patinaje hacen un alto en el camino para observar con curiosidad como dos jóvenes sin camiseta bailan desde el primer piso del yate más grande atracado en este lado del litoral. La música chill out resuena en todo el paseo, también en el mercadillo nocturno.

La marabunta de clientes que se interesa por los productos falsificad­os es el telón de fondo de los comensales que han escogido una de las terrazas en Palau de Mar.

Esa es la hora fuerte. Hasta las 22.30. A los turistas que han acabado de cenar se unen los que han optado por una opción más económica: cenar en la playa. La arena de la Barcelonet­a se inunda también de enamorados y grupos de amigos que disfrutan de un tupper con el romper de las olas como banda sonora. Aquí no se escucha el chill out. Después de la velada, recorren el paseo con la toalla al hombro de

FALSIFICAC­IONES Bambas que pueden costar 180 euros en el mercado legal aquí se venden a 20 euros

vuelta a casa pasando por el mercadillo nocturno.

“¡Estas bambas cuestan 180 euros!”, le dice un adolescent­e a su padre mientras se prueba unas Nike de color naranja fosforito. Aquí en el mercadillo nocturno del Port Vell cuestan 20 euros. El parecido con las originales está muy logrado. “Trabajamos para sobrevivir”, dice un vendedor.

Ya pasó la hora fuerte. Los clientes disminuyen. De 23.30 a 0 horas el negocio flojea. Los vendedores recogen los bártulos y se van para que no se les escape el último metro que les lleve de vuelta a casa, la mayoría en el barrio del Besòs, Sant Adrià y Santa Coloma. Y la Barcelonet­a vuelve cambiar de aspecto.

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JORDI ROVIRALTA A coger sitio.Los vendedores irrumpen a la carrera en el Port Vell a las 21.30 horas para instalar su punto de venta
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