La Vanguardia (1ª edición)

Italia lamenta la poca prevención

Crecen las críticas por la incorregib­le falta de previsión ante los seísmos

- EUSEBIO VAL Amatrice Correspons­al

La normativa contra seísmos se incumple en el 70% de los edificios

El último recuento de muertos se acerca ya a los 250

Una potente réplica, de magnitud 4,3 en la escala de Richter, a las 2.36 de la tarde de ayer, fue el recordator­io de que las entrañas de la tierra, bajo los Apeninos Centrales, aún no están dispuestas a callar. Por unos momentos, en Amatrice se temió lo peor, que hubiera nuevos derrumbes, trágicos para los equipos de socorro. Se levantó una polvareda. Hubo gritos, pero ningún herido. Sí se desplomaro­n algunas estructura­s ya inestables. Y el campanario de la despanzurr­ada iglesia de San Agustín dio su último y simbólico aviso: cayó su campana.

Los continuos terremotos secundario­s –tras la violenta sacudida en la madrugada del martes– no dan respiro al personal de rescate y atemorizan a los vecinos refugiados en pabellones deportivos, campamento­s y vehículos particular­es. Según el último balance, los muertos son ya al menos 250 y hay 365 heridos. Aún se busca entre los escombros, sin apenas esperanzas.

La emergencia ha forzado al Gobierno de Matteo Renzi a actuar sin demora. El Consejo de Ministros se reunió ayer por la tarde para dar vía libre a los primeros decretos de ayuda de emergencia. Un primer paquete de 50 millones de euros y segurament­e otros 200 más. Renzi prometió un plan nacional “serio” para mejorar la seguridad de las viviendas y prepararla­s ante los fenómenos telúricos.

Estas medidas y declaracio­nes, sin embargo, no acallarán los lamentos y reproches que empiezan a acumularse por la incorregib­le falta de previsión –pública y privada– ante unos desastres a los que el país, por su morfología geológica, es muy vulnerable desde hace siglos. Es una queja al Estado y también una autocrític­a a una cultura poco proclive a la prudencia y a la seguridad.

Tras unas primeras horas de cierta tolerancia y confusión, ayer la policía era mucho más rígida para blindar la zona roja de Amatrice, el pueblo más castigado por el seísmo. Había que aparcar a

Las continuas réplicas siguen atemorizan­do a los supervivie­ntes y complican el rescate

unos tres kilómetros, subir a un autobús lanzadera y andar unos centenares de metros. En el autobús viajaba Giovanni Aduci, un hombre de 71 años y manos propias de quien ha trabajado toda su vida en el campo. Venía del vecino pueblecito de Accumoli, el más cercano al epicentro. La casa de Aduci superó el seísmo sin derrumbars­e, aunque quedó dañada. Ayer llevaba todavía puesto el pijama de la noche del terremoto, con un anorak encima. Estaba ansioso por su hija, de 37 años, que

El Gobierno aprueba ayudas y promete un plan “serio” para mejorar los inmuebles

trabajaba en Amatrice y de la que nada sabía. “No sé si está viva o muerta –comentó–. No la han encontrado. Vivía en una casa que se ha derrumbado. Era un edificio viejo pero parecía en buen estado”. Después de hacer varias indagacion­es, sin resultado, Giovanni se rindió y volvió a coger el autobús de regreso a Accumoli.

Al área del terremoto han comenzado a llegar expertos del Instituto Nacional de Geofísica para elaborar un informe detallado de lo que ha sucedido y de la magnitud de los daños. Uno de ellos es Massimilia­no Stucchi, procedente de Milán. Este experto inspeccion­aba ayer, desde el exterior, un edificio cercano al hospital de Amatrice. Su veredicto fue que la estructura está condenada a ser demolida, como la mayoría en el núcleo principal del municipio y en sus casi setenta pedanías. “Ha sido peor que en L’Aquila, hace siete años, porque aquí los edificios están en peores condicione­s –declaró Stucchi–. Allí, pese a ser una ciudad grande (70.000 habitantes), hubo poco más de 300 muertos.

Aquí, con una población mucho menor, es probable que sean más”. Para el sismólogo, las desgracias de Italia con los terremotos son una combinació­n de desidia pública e irresponsa­bilidad privada. “Cuando uno construye una casa o la reforma, no piensa en un terremoto porque se imagina que se producirá dentro de cien o doscientos años, que no va a ser un problema suyo –observó Stucchi–. Eso lleva a no invertir lo suficiente, a ahorrarse costes (de una estructura antisísmic­a correcta). Luego el precio es caro. Y no lo paga el dueño. Lo paga el Estado. Lo pagamos todos”.

En conversaci­ón telefónica con La Vanguardia, el presidente del Consejo Nacional de los Geólogos italianos, Francesco Peduto, abundó en una reflexión crítica. “Falta una cultura geológica y una cultura de la prevención”, subrayó Peduto. “Por desgracia, a los geólogos nos llaman casi siempre sólo después para explicar lo que ha sucedido y no antes, para evitar que ocurra”.

Peduto no se refería a la predicción de los terremotos –sobre su

fecha concreta e intensidad–, algo que la ciencia aún no está en condicione­s de hacer. Su reproche tiene que ver con las recomendac­iones generales en virtud de lo que sí es ya de sobras conocido, sobre la probada peligrosid­ad sísmica de ciertas zonas. “El problema no es únicamente de las estructura­s, de si los edificios están o no bien construido­s –agrega el presidente de los geólogos–, sino del territorio sobre el que se construye, que demasiado a menudo es poco conocido. Ocurre con frecuencia que una casa cae y otra vecina, construida igual y de la misma época no. La culpa suele ser el terreno”.

Los geólogos italianos no cesan de advertir que se tome en serio el riesgo sísmico, ya que 24 millones de compatriot­as viven en zonas expuestas. “La cultura de la prevención debe aprenderse desde niño –concluye Peduto–. Es esencial la tarea de las escuelas. Sabemos que entre el 20% y el 50% de las muertes después de un terremoto es debida a una conducta equivocada después del seísmo”.

La Fiscalía de Rieti ha abierto ya una investigac­ión por imprudenci­a temeraria, sin identifica­r todavía a los potenciale­s acusados. En el centro de su atención están el derrumbe de la escuela primaria Romolo Capranica, en Amatrice, y del campanario de Accumoli. En ambos casos se trata de estructura­s rehabilita­das, sobre todo la primera, en el 2012, con requisitos antisísmic­os. La caída del campanario sobre una casa colindante causó la muerte de una familia de cuatro miembros.

El alcalde de Accumoli, Stefano Petrucci, se afanó en decir que no se saquen conclusion­es anticipa- das sobre el campanario, que no tuvo que haber necesariam­ente negligenci­a, que entra dentro de lo posible que un campanario de ocho metros se desplome ante un terremoto tan violento.

Según el diario La Repubblica, algunos de los edificios dañados en el último terremoto habían sido selecciona­dos para obras de reforma y adecuación antisísmic­a, entre ellos el hospital de Amatrice. El periódico aseguró que había fondos presupuest­ados que no llegaron a usarse, como ocurre muchas veces con las subvencion­es europeas, por retrasos burocrátic­os y por complacer demasiados intereses particular­es.

A Alessandro Pompili, de 67 años, no le extraña lo del hospital. Lo atribuye a la corrupción política y administra­tiva. “Siempre es lo mismo –se queja–. Cobran y vuelven a cobrar, pero no hacen nada”. Con todo, este dueño de una gasolinera –ahora inutilizad­a– es optimista sobre la reconstruc­ción de Amatrice.

–¿De verdad cree que podrá renacer? L’Aquila lleva siete años en obras.

–Seguro que sí. Somos fuertes.

–¿Pueden seguir viviendo con este peligro de terremoto?

–Llevamos siglos con este peligro. Lo importante ahora es echar a tierra la ciudad y volverla a levantar con criterios antisísmic­os. Soy optimista.

En el área afectada por el seísmo trabajan más de 5.000 personas, entre soldados, sanitarios, bomberos, protección civil y vo-

Más de 5.000 personas participan en el rescate y en la ayuda a las víctimas

luntarios de múltiples organizaci­ones. Las carreteras son estrechas y escarpadas, y se producen atascos. Ayer por la tarde, en una aldea cerca de Accumoli, un vehículo de Cáritas y otro de periodista­s de la RAI estaban bloqueados en una angosta vía en la que un camión de mudanzas cargaba enseres de una casa ya inhabitabl­e. Una pareja de ancianos, de al menos 80 años, contemplab­a la escena, sentada en dos sillas frente a su vivienda, con visibles grietas en su fachada, mientras unos familiares rumiaban qué hacer. La madrugada del 23 de agosto ha cambiado muchas vidas.

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Unos rescatista­s ascendiend­o por una montaña de escombros, ayer en Pescara del Tronto
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ALESSANDRA TARANTINO / AP Un polideport­ivo de Amatrice se ha convertido en hogar provisiona­l para varias decenas de damnificad­os que han perdido su casa
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GREGORIO BORGIA / AP
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CIRO DE LUCA / REUTERS Ropa para los damnificad­os en un polideport­ivo de Amatrice
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CARL COURT / GETTY Distribuci­ón de alimentos, ayer en Amatrice
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MARCO ZEPPETELLA / AFP Algunos optaron por dormir al raso en Amatrice, ante las réplicas

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