La Vanguardia (1ª edición)

Con los ojos de Enard

- Sergi Pàmies

Sergi Pàmies repite el recorrido a través de las calles de Barcelona propuesto por el escritor francés Mathias Enard: “El amor de Enard por Barcelona le viene del amor por una catalana y, a fuego lento, por la seducción de una ciudad que de entrada no le entusiasmó. El autor comenta la maledictio­n du tourisme yla tensión entre el tsunami visitante y la autenticid­ad popular del barrio. El tono de Enard no es estridente y huye de los ramalazos categórico­s que nos ofrece la rauxa”.

El sábado la emisora francesa RTL emitió el programa Chemins d’écrivains. El presentado­r, Bernard Lehut, compartió un paseo por Barcelona con Mathias Enard, que vive en el Raval desde el 2001. El oyente puede escuchar como Lehut y Enard, felizmente consagrado con el premio Goncourt, se citan en un bar y, gracias a la magia del montaje, recorren la ciudad. Itinerario: la Boqueria, paseo de Gràcia y la librería Laie, sede de reuniones periódicas de una asociación de amigos de Proust. El tour acaba en el restaurant­e de Enard, el papilagust­ativo Karakala de Gràcia.

La intención del programa es explicar el contexto en el que vive un escritor. El amor de Enard por Barcelona le viene del amor por una catalana y, a fuego lento, por la seducción de una ciudad que de entrada no le entusiasmó. El autor comenta la maledictio­n du tourisme y la tensión entre el tsunami visitante y la autenticid­ad popular del barrio. El tono de Enard no es estridente y huye de los ramalazos categórico­s que nos ofrece la rauxa. No deja de ser admirable que alguien que lleva años viviendo aquí mantenga esta capacidad de sorpresa inteligent­e y de curiosidad afectuosa por un entorno tan aparenteme­nte extremo.

¿Qué entorno? Imito a Enard y, durante dos medias noches, doy vueltas por el barrio. Grupos de jóvenes pakistaníe­s a punto de interpreta­r una pelea de bandas a lo West Side story. Contraste: un restaurant­e de cocina tradiciona­l griega junto a una pasarela espontánea de camellos y putas. Decoradore­s pasados de vuelta y olores orgánicame­nte sintéticos, territorio­s implícitos defendidos con miradas de intimidaci­ón o la presencia de una infantería masculina sin uniforme. Un músico toca reggae en La Rouge. Barberías que siguen el horario de Río de Janeiro o de Júpiter. Terrazas que lo petan, espíritu de zoco libanés y de slice de pospizza neosicilia­na y turistas que duermen en coches que no pasarían la ITV ni aquí ni en la China Popular. En la puerta de un local de Robador, unas bombillas prometen un espectácul­o de flamenco sólo para iniciados y una broma: un centro de estudios cannábicos que, en la práctica, es una chimenea que perfuma toda la calle. Aquí se aplican leyes distintas y el peligro parece más implícito que explícito. Y de vez en cuando evidencias que no sabes cómo tomarte que el referente arquitectó­nico del barrio sea una filmoteca con dimensione­s de homenaje a Godzilla .Meda por pensar en ello en el vestíbulo de un hotel con forma de supositori­o, junto a la escultura de un caballo de tamaño natural con vistas a una Rambla que topografía el West Side story local. El barrio atrae y repele por razones asimétrica­s. De madrugada, en cambio, sólo da miedo. Hasta que, al salir el sol, se constata que las brigadas de limpieza tendrán que trabajar mucho para maquillar una realidad que transmite una urgencia existencia­l intensa y precaria y una vitalidad que, a veces, es pura superviven­cia.

El tono de Enard no es nada estridente y huye de los ramalazos categórico­s que nos ofrece ‘la rauxa’

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