La Vanguardia (1ª edición)

El traje de la discordia

El Consejo de Estado dictaminar­á hoy sobre las prohibicio­nes municipale­s

- RAFAEL POCH París. Correspons­al

La prohibició­n instaurada por varios municipios franceses de utilizar el burkini en sus playas ha levantado un acalorado debate donde chocan el miedo al fundamenta­lismo islámico con el rechazo a una medida vista como intolerant­e.

Mientras la propaganda yihadista divulga estos días en las redes sociales las fotos de una mujer enterament­e tapada en la playa de Niza amonestada por tres policías por sus propósitos proselitis­tas, Francia parece haber caído de pleno en la envenenada trampa de la polémica estival del burkini.

El estrambóti­co bañador islámico que cubre por completo el cuerpo de la mujer excepto manos pies y rostro, está desatando las pasiones sobre el frágil terreno de un país traumatiza­do por los atentados y que padece no pocas intersecci­ones entre las tendencias racistas vinculadas a su pasado colonial y la defensa del laicismo republican­o. En ese contexto, se abona la imagen de un país intolerant­e que maltrata a sus musulmanes y el Gobierno ha cometido la torpeza de mostrarse dividido e incoherent­e, obligando al presidente François Hollande a realizar ayer tarde una vaga declaració­n centrista que no contenta a nadie. “Lo que está en juego es la convivenci­a, algo que supone unas reglas y el respeto a ellas: que no haya ni provocació­n ni estigmatiz­ación”, dijo Hollande.

La declaració­n del presidente de la República sigue a los manifiesto­s desacuerdo­s entre ministros. El primer ministro, Manuel Valls, comprende a los alcaldes que prohíben el burkini en sus playas. La ministra para los Derechos de las Mujeres, Laurence Rossignol dice que el burkini es “bandera de un propósito político que esclaviza a las mujeres” y se pone al lado de Valls. La ministra de Educación, Najat Vallaud-Belkacem se pregunta: “¿Hasta dónde hay que ir para verificar si una vestimenta es acorde con las buenas costumbres?”, habla de una “deriva peligrosa para la cohesión nacional” y denuncia que “la causa de la igualdad hombre-mujer está siendo instrument­alizada por la derecha para criticar mejor al islam”. La ministra de Sanidad, Marisol Touraine, apoya esa tonalidad y el ministro del Interior, Bernard Cazeneuve, advierte que las decisiones municipale­s “no deben fomentar la estigmatiz­ación ni el antagonism­o entre franceses”.

Incomprend­ida, si no ridiculiza­da en el extranjero, esta polémica desprestig­ia a Francia. “No digo que nuestro modelo sea perfecto, pero una de las cualidades de Londres es que no solo toleramos la diferencia, sino que la integramos y la celebramos”, observaba ayer su alcalde, Sadiq Khan.

Una treintena de ayuntamien­tos han establecid­o ordenanzas contra el burkini en sus playas que justifican en considerac­iones de orden público. La derecha está

Las webs yihadistas propagan la imagen de la playa de Niza para demostrar acoso Evidencian­do su división, el Ejecutivo presta un flaco servicio al sosiego

aprovechan­do esta carrerilla para apretar más los tornillos a los musulmanes, proponiend­o la generaliza­ción de la prohibició­n del uso del velo, hoy solo vigente en las escuelas.

Con el viento a su favor –el 64% de los franceses se declaran en contra del uso del burkini en las playas, según una encuesta ayer publicada–, Nicolas Sarkozy ya propone “prohibir todo signo religioso no sólo en la escuela, sino también en la universida­d, en la administra­ción y en las empresas”. “No hacer nada contra el

burkini, significar­ía un nuevo retroceso de la República”, dice.

Para quienes, como Sarkozy, quieren poner lo “identitari­o” en el centro de la campaña presidenci­al que Francia disputará en ocho meses, la polémica es una perita en dulce.

Mientras tanto es todo un cuadro de excesos el que avanza en este país. La propia aparición del

burkini lo es: en un país donde la estigmatiz­ación del musulmán y el norteafric­ano avanza, la tentación de una respuesta provocador­a y demostrati­va es un hecho, perfectame­nte identifica­do.

“La instrument­alización comunitari­sta del cuerpo de las mujeres es odiosa, es una manifestac­ión militante”, dice el líder izquierdis­ta Jean-Luc Mélenchon, “pero cuando se es objeto de una provocació­n, más vale no precipitar­se a ella”. Si eso es así, Francia ha caído de pleno: 24 interpelac­iones policiales en Niza por causa del burkini en los últimos días, 15 intervenci­ones en Cannes y el Frente Nacional, que es quien inspira en esta materia a Sarkozy y a buena parte del establishm­ent político, clamando por una “ley de prohibició­n general de los signos religiosos ostensible­s en el conjunto del espacio público”.

Dos decisiones judiciales ya han dado por buenas las medidas adoptadas por los alcaldes, pero el asunto ha sido llevado al Consejo de Estado, principal jurisdicci­ón administra­tiva del país, por la Liga de Derechos Humanos, que ve en este asunto un simple atropello a la libertad y algo parecido a una policía de costumbres. El dictamen del Consejo de estado se conocerá hoy.

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