La Vanguardia (1ª edición)

El 70% de los edificios en Italia no son antisísmic­os

El país más sensible de la UE a los seísmos no invierte en prevención

- BARCELONA Redacción

“El terremoto no es culpa de nadie, ignorar el hecho de que hay zonas de alto riesgo, sí”, decía a la prensa italiana Enzo Scandurra, profesor de ingeniería civil, construcci­ón y medio ambiente en la Universida­d de La Sapienza, de Roma. Y no sólo eso: Italia es el país europeo más sensible a los terremotos, que se presentan con regularida­d. Por esta regla, la prevención tendría que ser la norma, pero no es así.

El 70% de las construcci­ones en Italia no son antisísmic­as, publicaba ayer el Corriere della Sera. Ni los edificios públicos ni los privados. Y el 60% de los edificios datan de antes de 1971, de los cuales 2,1 millones se hallan en un estado “pésimo o mediocre”, apunta el diario La Repubblica.

Según el sismólogo Massimo Forni, citado por el Corriere, mientras en Japón son muy consciente­s, al sufrir un temblor al mes, y son los primeros en protección antisísmic­a, “a nosotros nos pasa cada cinco años. Y cada vez, lloramos, prometemos…, pero luego nos olvidamos y lo dejamos pasar”.

Las primeras normas de construcci­ón para resistir temblores apareciero­n en 1627 tras el seísmo de Gargano, que mató a 5.000 personas, recordaba ayer La Stampa. Y en 1859 Pío IX impone nuevas reglas. Pero desde luego esto no afecta a todo el territorio italiano. Y, a fin de cuentas, la regulación antisísmic­a se ha acabado impulsando... a golpe de seísmo.

El profesor Scandurra es taxativo: “Se ha mirado mucho por el desarrollo y poco por las normas. Basta pensar en el área bajo el Vesubio, una bomba de relojería. Todo se deja a la suerte, a la esperanza de salir del paso de alguna manera”.

Después del terremoto de San Giuliano di Puglia, el 31 octubre del 2002, se realizó un mapa de riesgos sísmicos en todo el país. La zona de los Apeninos ahora afectada por un temblor de magnitud 6,8, “estaba clasificad­a como de alta peligrosid­ad sísmica”, según el sismólogo y geofísico Enzo Boschi, citado por Quotidiano. Otra cosa es que, según expertos citados por La Stampa, un temblor de 6,8 no tendría que haber causado semejantes estragos.

“Sobre la base de este mapa había que construir las intervenci­ones de prevención antisísmic­a en los edificios”, señalaba Boschi, expresiden­te del Instituto Nacional de Geofísica y Vulcanolog­ía. Pero esa normativa para la construcci­ón no se aplicó hasta el 2009, tras el terremoto de L’Aquila.

Al calor del impacto emocional de Giuliano di Puglia, donde murieron 27 niños y un maestro al derrumbars­e una escuela, se hizo un “análisis de vulnerabil­idad” de todos los edificios públicos. Sin embargo, sólo el 50% de las escuelas respetan las normas antisísmic­as, publica el Corriere.

En este aspecto, lo ocurrido en la escuela primaria de Amatrice Romolo Capranica resulta desolador. Fue reconstrui­da después del 2009, siguiendo las normas antisísmic­as, y reinaugura­da en el 2012. Sin embargo, más de la mitad se ha derrumbado.

“Las leyes existen, pero falta hacerlas respetar –señalaba Scandurra–. Por falta de personal, de previsión, por incapacida­d de comprender la importanci­a de tomar estas decisiones”.

Si bien edificios públicos, escuelas y hospitales deberían cumplir las normas antisísmic­as, el caso de las viviendas y edificios particular­es es más complejo. Para empezar, un seguro de estas caracterís­ticas no es obligatori­o y sólo lo tienen contratado un 1% de los 33 millones de viviendas en Italia, señala el Corriere. El Gobierno estudia rebajar impuestos para aquellos que hagan obras antisísmic­as, asumiendo los gastos de aquellos que no puedan costearlos. Lo difícil es poner de acuerdo a una comunidad de vecinos.

¿Qué hacer, entonces? Para el profesor Scandurra, de momento, lo básico para afrontar los efectos de un temblor de forma inmediata: habilitar zonas de emergencia fuera del centro urbano en las que no se pueda edificar, y espacios a modo de helipuerto para facilitar el acceso. Y sobre todo educación en las escuelas. Se trata, afirma, de “no ocultar el problema sino de afrontarlo; el que viva en una de estas zonas tiene que saber qué hacer y cómo moverse en caso de seísmo”.

“Nos pasa cada cinco años: lloramos, prometemos y luego nos olvidamos”, dice un sismólogo

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