La Vanguardia (1ª edición)

La huella sepultada en el desierto

- ADOLFO S. RUIZ Sevilla

Hoy La Agüera, o lo poco que queda de ella, es escenario de un creciente incremento de la tensión militar entre marroquíes, mauritanos y saharauis. Y todo ello mientras la localidad sigue estando, al menos de manera nominal, bajo administra­ción española. Los acuerdos bilaterale­s entre Marruecos y Mauritania han hecho que la ciudad y la zona donde se ubica hayan cambiado de manos en varias ocasiones desde que en 1975 España salió corriendo de allí, dejando a los pueblos autóctonos abandonado­s a su suerte. El Frente Polisario mantiene la aspiración de poder controlar el territorio, una posibilida­d para que su pueblo abandone los campamento­s de Tinduf y tenga al menos una salida al mar, repleta de pesca, en la que sobrevivir en mejores condicione­s que las actuales.

Calificar de ciudad La Agüera o La Güera, como también se la conoce, es cuando menos atrevido. En realidad se trata de un fortín militar y unas pocas construcci­ones adyacentes, entre las que destaca la antigua factoría de pescado Marcotegui, que aún sigue en pie; la casa de la Radio, que era la vivienda del capitán y delegado del gobierno en la ciudad, y otras construcci­ones destinadas a los empleados indígenas. La Agüera está situada en la extremidad más al sur de la antigua colonia española, en una lengua de tierra llamada Cabo Blanco que encierra la bahía del Galgo.

“El fuerte militar fue construido en 1920 por el coronel Bens, una construcci­ón de planta cuadrada, con una torre baja, chata y cilíndrica en una esquina y otras tres torres cúbicas de igual altura, con un aljibe en su patio de armas que se llenaba del agua que cada quince días nos traía una goleta de nombre Maruja, de la que se desembarca­ba en barcazas los bidones de agua necesarios para el fuerte y los saharauis de las taimas vecinas”, narra Jesús Flores Theis, que vivió su infancia en La Agüera, donde su padre era “teniente de la fuerza”. El padre de Flores decidió presentars­e como voluntario en La Agüera. Su espíritu aventurero y gran afición a la fotografía le impulsaron a llevarse a su mujer y sus dos hijos en 1933. Flores recuerda que “cada 14 de abril se lanzaban las salvas de ordenanza para conmemorar el día de la República. Mi madre situaba nuestro gramófono en la entrada del fuerte y cuando se izaba la bandera ponía en marcha el himno de Riego”.

Pero el momento culminante de la localidad llegaría el día que el santanderi­no Juan Ignacio Pombo, de 21 años, aterrizó en el campo de aviación con su British Aircraft Eagle bautizado Santander con el que pretendía dar el salto desde África hasta Brasil. Recibido como un héroe, Pombo cenó y se alojó en el domicilio de los Flores antes de emprender el salto trasatlánt­ico.

Con la rebelión franquista, La Agüera cayó en manos de los sublevados, que utilizaron el aeródromo como una de las bases de los aviones Fokker que trasladarí­an a las tropas de Franco hasta la Península, el primer puente aéreo de la historia.

Testigo mudo del paso del tiempo, nada más salir los españoles de la ciudad en 1975, los mauritanos la conquistar­on e incorporar­on a su provincia de Tiris Zemmur, llamándola Tiris Occidental, pero por poco tiempo. Tras la derrota ante el Frente Polisario, Mauritania abandonó el Sáhara Occidental en 1979 y reconoció a la República Árabe Saharaui Democrátic­a (RASD).

Marruecos aprovechó la ocasión para mandar a sus tropas a la zona. Pero los continuos hostigamie­ntos por parte del Polisario y la dificultad de defender una localidad que se había quedado sin habitantes llevaron a su repliegue en 1989, aunque siempre con un ojo puesto en los movimiento­s de sus enemigos. En la década de los noventa Hasan II invirtió gran cantidad de dinero para construir carreteras e infraestru­cturas antes de darse cuenta de que el terreno no era apto, ya que la arena lo engullía todo a medida que se iba construyen­do.

Para Marruecos, La Agüera forma parte de la provincia de Río de Oro-Laguira, apenas habitada por algunos nativos imraguen dedicados a la pesca. Los marroquíes nunca han abandonado su temor a que Mauritania termine por ceder el territorio al Polisario para que pueda crear una zona liberada. En las inmediacio­nes del fuerte, un destacamen­to mauritano no se atreve a enarbolar su bandera. Y merodean por la zona guerriller­os del Frente Polisario. Una auténtica tierra de nadie que todos ansían aunque sólo sea por la abundancia de percebes y langostas en su costa.

Desde luego, La Agüera no es un paraíso, pero para los saharauis cualquier cosa es mejor que lo que tienen actualment­e. Un poema de autor desconocid­o canta las alabanzas de la tierra: “Un mar siempre irritado, verde y duro / un cielo sin color, de luz ingrata / un sol que cuando besa, agosta y mata / y un horizonte gris sin claroscuro. / Ni una sombra, ni un árbol, ni una mata, / arena nada más, lecho inseguro / en el que nada cimentar se puede, / un viento pertinaz que nunca cede, / la duna que sepulta hombres y cosas. / Señor, esto es La Güera”.

Viejo fortín español, Marruecos siempre ha temido que Mauritania ceda el territorio al Frente Polisario

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