La Vanguardia (1ª edición)

Mi perro sólo atiende si le hablas con amabilidad

- Ana Macpherson

Hay seguro muchos modos de tratar a un perro de casa, pero todos ellos podrían situarse entre dos polos: el modo cuartelero básico, órdenes gritadas con el ceño fruncido (al menos, un poco), y el de taza de té (por favor querido, ¿me podrías pasar un poco de leche?). Tras la dura experienci­a de tener un perro rebelde y empecinada­mente desobedien­te, el modo cuartel apareció en toda su extensión, como si fuera la única salida. Pero tras unas cuantas semanas de consejos de expertos en perros muy malotes, el modo taza de té se fue abriendo paso. En medio del mayor de los escepticis­mos, hay que reconocer.

Ahora resulta que mi perro sólo atiende si le hablas con amabilidad. No está mal. Sube el periódico cada día y él obtiene un trocito de golosina para perros y un gran reconocimi­ento. Y si se pone a ladrar cuando no es hora, se le puede llamar suavemente, sin almíbar, que no hace ninguna falta, y él atiende. Y recibe su golosina. Así sabe que ha acertado con lo que se espera de él.

Es un enorme descubrimi­ento el poder de la amabilidad. Cuando hace unos años se les ocurrió a los gobernante­s reducir a 80 el límite de velocidad en algunas autovías, fue asombroso encontrars­e con conductore­s que aminoraban un poco para que quienes se incorporab­an a menos velocidad pudieran hacerlo sin quemar las ruedas ni asustarse. Los mismos que antes reñían con el claxon sonreían con una leve inclinació­n de cabeza.

Mi madre ejercía esta máxima siempre que algún hombre hacía comentario­s machistas sobre la conducción femenina y su incapacida­d para aparcar. Bajaba sonriente y le daba las llaves con un encantador “¿Verdad que será usted tan amable de aparcarlo? Seguro que lo hace estupendam­ente. Oh, no sabe cuánto se lo agradezco”.

Ahora en casa somos todos como mi perro.

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