La Vanguardia (1ª edición)

Espíritu libre

SONIA RYKIEL 1933-2016 Modista

- ÓSCAR CABALLERO

Presencia de Saint-Germain-des-Près, roja llamarada de sus cabellos, vestida siempre de negro, desde antes de que la moda colonizara el barrio –gracias a la tienda que abrió en la calle Grenelle en 1968 y donde Audrey Hepburn llegó a comprar los 14 colores de un jersey, marca de fábrica–, Sonia Rykiel, que ha muerto a sus 86 años, fue “una mujer libre y una pionera que supo abrir su sendero e inventar no sólo una moda sino también una manera de vivir y de ser, una actitud”.

El homenaje es del presidente François Hollande, quien hace tres años le prendió la Legión de Honor y la definió también, ayer, como “la mujer que ofreció, a las mujeres, la libertad del movimiento y que no concebía la vida sin el arte, la literatura, la política”.

Cineasta, exministro de Cultura y sobrino del presidente François Mitterrand, autor de un documental sobre y con ella, Frédéric Mitterrand recordó que “su tienda no sólo vendía ropa sino que exhibía libros para motivar compras en librerías, exponía objetos y obras de arte. Era una continuida­d de los salones de tertulia de las grandes intelectua­les francesas. Sonia tenía una virtud hoy mal considerad­a: era la gentileza misma. Educada y amable, hacía que su interlocut­or se sintiera inteligent­e. Y tenía una enorme curiosidad por todo”.

Su competidor de otrora Pierre Bergé –Rykiel alcanzó una estatura icónica similar a la de Yves Saint Laurent, aunque jugaran en diferentes ligas– prefirió hablar de “la modista de la parisina, esa mujer mítica que gracias a ella encontró la envoltura que le conviene”.

Rykiel se anticipó a la moda porque no era modista. Sin saber tejer, transformó el tejido en general, y el jersey en particular, en su divisa. Y también, vestir el revés de la ropa, enseñar las costuras, salpicar los vestidos con inscripcio­nes (también en eso fue la primera) o eludir esa dictadura que, con la declinació­n en prêt-à-porter, la alta costura ejercía tras la Segunda Guerra Mundial. Por eso, impuso en los 1970 la démode (ojo al acento: nada que ver con démodé) definida por su creadora como un corolario del anarquista ni Dios ni

“¡Abajo las imposicion­es!”, declaró un día llamando a hacer moda con el propio cuerpo

amo: “¡Abajo las imposicion­es! Hay que olvidar a los modistos, hacer la moda con el propio cuerpo, con su alma. Esconder lo que no vale la pena enseñar y exaltar ese aspecto hermoso que todas tenemos”. Y si auspiciaba el pantalón feminizado era “por un principio de igualdad, pero no con los hombres sino con aquellas mujeres que nacieron con piernas hermosas”.

Escaparati­sta de una tienda de moda en 1950, tres años más tarde se casa con Sam Rykiel con tienda de ropa en el sur de París y decide llevar la tienda. En 1962, la que ha cambiado ya su apellido natal Fliss (el de sus padres, burgueses acomodados ruso-rumanos de Neuilly, suburbio residencia­l) por el del marido, embarazada, se hace tejer un jersey ajustado al cuerpo y lo lleva sobre su piel desnuda (fue también precursora del sin sostén, que mayo del 68 generalizó).

Una amiga, periodista de moda, publica en la portada de Elle, el primer semanario femenino que avanzaba libertades y se ocupaba de la mujer activa, lo que bautiza poor boy sweater. Un terremoto. De Brigitte Bardot a Catherine Deneuve, las estrellas se convierten en clientas/modelos.

En los 1980 su nueva tienda reemplazó en la esquina del bulevar Saint Germain y la rue des SaintPères, festoneada de editoriale­s pero también con la más refinada tienda de lencería fina de París, Sabbia Rosa, en su extremo, al restaurant­e que reunía gran parte de la fauna literaria.

Tal vez por eso mismo, y porque además de lectora fue escritora (y excelente dibujante), Sonia Rykiel la convirtió en punto de encuentro, faro de modas y no sólo en su sector. Y no es por nada que su hija Nathalie, que cogió el testigo, creó allí una esquina recoleta para los sex-toys.

El 2008, Nathalie, con la complicida­d de todos los grandes costureros, le regaló a su madre, en las cuatro décadas de la primera tienda, un desfile basado en su roja cabellera, en sus tejidos casi humanos. Porque Sonia decía que si le abrían el corazón hallarían un pequeño jersey. Un lustro más tarde, en su libro N’oubliez pas que je joue (No olvidéis que juego, con el doble sentido, también, de actuar), la octogenari­a deslizó algunos inconvenie­ntes del parkinson que padecía desde finales del siglo pasado. Pero sin exagerar. Con la misma desenvoltu­ra que acordó a su ropa y a su vida.

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JACQUES DEMARTHON / AFP

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