Un molinero simpático y explosivo
El tenor suizo Mauro Peter desata pasiones en Vilabertran con su ‘Bella molinera’
“Presentar a este muchacho es algo histórico”, exclamaba un eufórico Jordi Roch avanzando por el claustro de la canónica de Vilabertran. Va sobrado de entusiasmo el fundador de la Schubertíada –quién no querría de mayor ser Jordi Roch– pero tampoco le falta razón. El festival que en menos de un cuarto de siglo ha sido capaz de situar Catalunya en el mapa del lied europeo recibía ayer la visita de un joven llamado a ser uno de los grandes del género: el tenor Mauro Peter, que interpretó a un molinero explosivo y simpático.
La crítica de Salzburgo le ha acabado de encumbrar. El domingo cantó allí esa Bella molinera schubertiana que le ha convertido en una referencia. Y ayer la cantaba en Vilabertran, con el público desatado, gritando bravos, alargando los aplausos hasta arrancarle un par de bises, innecesarios para gusto de algunos. Para qué vas a hacer Louise o La trucha de río después de haberte suicidado esplendorosamente dejándote caer en el río.
“El tenor luce un timbre noble, con agudos flexibles y libres, que recuerdan a los grandes especialistas”, publicaba el Salzburger Nachrichten. Y aún más: “Con un fraseo inteligente y cuidado, Peter demostró su dominio del ciclo, desde el alegre caminante (“Das Wandern ist des Müllers Lust”) pasando por el amor creciente y luego desgraciado por la molinera, que prefiere al pícaro cazador, hasta la silenciosa desesperación y la muerte”. Lo suscribimos. Hasta la última coma. La bella molinera es en la voz de este suizo de 29 años de lo más exultante y hermoso que se haya escuchado en Vilabertran, lo cual es mucho decir. Y a ello contribuyó con creces el acompañamiento al piano del magno profesor Helmut Deutsch. La verdad, daban ganas de levantarse a besarle (al pianista).
Deutsch es el secreto del éxito, pero no el único. Ese entusiasmo que irradia Peter cuando asciende al escenario, ese brillo en los ojos, esa caja torácica generosa, esa conciencia algo infantil del sudor al secarse –con un pañuelo negro a juego con el traje– contribuyen a hacerlo creíble como inocente molinero. Una encarnación hiriente, en el buen sentido, del joven héroe de los poemas de Müller.
El romanticismo en teoría no tiene edad. En la práctica, más de la mitad de los presentes anoche en la cálida canónica necesitaba un baño de memoria. Mauro Peter era ayer, a lo largo de las veinte canciones de Die schöne müllerin, esa memoria de la ilusión, de la inocencia del enamoramiento, y también de la desilusión, de la fragilidad y de la morbosa atracción por la muerte. Vivir es bello... cuando se está dispuesto a morir de amor, parecía decirnos. El resto consiste en subirse a lomos de la cotidianidad narcotizante, del humo de la rutina. Como decía Roch al final, aún aturdido, “el piano de Schubert explica mejor que cualquier psiquiatra lo que es una depresión”.
La crítica de Salzburgo le acaba de encumbrar por su referencial ‘Bella molinera’, y lo suscribimos