Luces y sombras en Bayreuth
Tristan und Isolde / Parsifal
Dirección ‘Tristan’: Katharina Wagner (escena), Christian Thielemann (orquesta)
Dirección ‘Parsifal: Uwe-Eric Laufenberg (escena), Hartmut Haenchen (orquesta)
Lugar y fecha: Festspielhaus, Bayreuth (22 y 24/VIII/2016)
Las fuertes medidas de seguridad impuestas este año en Bayreuth no han impedido que el Festspielhaus se llenara un año más de acólitos de la causa wagneriana. Katharina Wagner, bisnieta del autor de Tristan und Isolde y actual directora del festival, firma una producción de la mencionada ópera que habría podido ser genial si la conjunción música-teatro hubiera estado al mismo nivel. Y no siempre ha funcionado: hay ideas brillantes en este montaje, especialmente en el primer acto (un laberinto de escaleras que imposibilita el encuentro de los amantes) y en parte del tercero (las alucinaciones metafísicas de Tristán), pero con elementos de excesiva fealdad en el segundo y con el despojamiento de la poesía de muchos pasajes, como el conclusivo Liebestod conclusivo.
Lástima, porque el nivel musical fue mayúsculo, empezando por la genial dirección de Christian Thielemann. Suntuoso y esmerado en los matices, el controvertido director acompaña con cuidado para crear un sonido orgiástico y envolvente. Alegrías también en el aspecto vocal, con el Tristán viril y robusto de Stephen Gould, el lirismo nada metálico de Petra Lang en la piel de una Isolda generosa, la expansividad de la Brangäne de Christa Mayer, el notable Kurwenal de Iain Paterson y el sensacional y rotundo Marke de Georg Zeppenfeld.
Este mismo cantante fue un Gurnemanz mayúsculo en la nueva producción de Parsifal, al lado de Klaus Florian Vogt en el rol titular. El timbre claro del tenor alemán no le impide ser un Parsifal impecable en expresividad. Y, además de Zeppenfeld, tuvo excelentes compañeros de viaje: la rotunda y segura Kundry de Elena Pankratova, el sensacional Amfortas de Ryan McKinny y los notables Karl-Heinz Lehner (Titurel) y Gerd Grochowski (Klingsor). A pesar de haber asumido la dirección musical a última hora, Hartmut Haenchen demuestra el conocimiento profundo de la partitura, con respuesta brillante de la orquesta y del coro del festival.
La producción de Uwe-Eric Laufenberg opta por los referentes religiosos inherentes a la última composición wagneriana, con alguna solución discutible pero con una tesis impecablemente defendida: un mundo sin religión es mucho mejor que un planeta dividido por las luchas intestinas derivadas de las tres grandes confesiones monoteístas. La referencia al islam, que se adivinaba polémica, queda minimizada en el segundo acto, mientras que en el tercero judíos, musulmanes y cristianos dejan los símbolos respectivos en el féretro de Titurel. Las luces del Festpielhaus se encienden y es el público quien decide por qué camino optar. Buena propuesta.