El debate de Podemos
La tensión del debate académico dentro de la formación se fija en la dialéctica de si ha de parecerse a los españoles o ser su vanguardia
Los dos líderes de la formación morada, Iglesias y Errejón, siguen su discusión a la sombra de la crisis del PSOE.
Pese a la calma regalada a Podemos por la abdicación del PSOE de su condición simbólica de alternativa –si hay investidura–, el debate que tensa las costuras de la formación morada, encarnado en Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, no queda resuelto, pero es más intenso en el marco de la interpretación teórica que en el de la praxis política.
A falta de ver si Podemos evita que esa tensión intelectual se convierta en pugna de celebridades en el inminente proceso asambleario de Madrid –con la evidente intoxicación que las relaciones personales añaden–, las intervenciones de ambos en ámbitos académicos iluminan los términos de dos politólogos tan dados al matiz que cualquier resumen nace herido de simpleza. Cabe decir que el de Iglesias es un discurso que contempla el deber ser de la sociedad, y el de Errejón está más conectado con el ser de España; que uno quiere ser vanguardia y el otro, locomotora, que es parecido pero no es lo mismo. Umberto Eco diría que el uno es apocalíptico y el otro integrado, aunque tampoco.
En la presentación del libro de Jorge Alemán Horizontes neoliberales en la subjetividad, Iglesias dio las claves de su visión del momento, apoyado en sus queridos Antonio Gramsci y Ernesto Laclau. De este recuperó su definición de populismo para postular que Podemos no debe renunciar a él, a “construir fronteras antagonistas en lo social, convocando a nuevos sujetos”. Los nuevos sujetos llevan a Iglesias a distinguir entre el afuera, lo no institucional, y el adentro, la política convencional, y reivindica que Podemos permanezca en el antagonismo. Teme al adocenamiento de los cargos por eso pone el acento en los militantes –ya politizados–, más que en los votantes, de los que estos han de ser vanguardia, “como los trabajadores sindicalizados lo eran de sus compañeros”. Iglesias renunciaría a esa posición si Podemos logra el gobierno: “Entonces tendría sentido una dinámica de consensos”, entre tanto, “defiendo un Podemos que no esté en la media social”, dijo apelando a Gramsci.
En la Universidad de Verano de Podemos, Errejón expresó sus certezas para lo venidero: “Vivimos una crisis de régimen, no de Estado, no va a llegar un momento en que la gente sienta que no tiene nada que perder. Nuestra gente sí tiene cosas que perder, y eso significa que una buena parte de nuestro pueblo, con el que hay que construir una mayoría popular, tiene aún razones para confiar en el orden”. Por eso “la idea que movilizó el 15-M fue la conciencia de que los de arriba eran el desorden, y restablecer el orden significaba que la gente sencilla tomara las riendas”. Errejón sostiene que “las transformaciones sólo son duraderas si pueden integrar a quienes hoy no las comparten” para “construir irreversibilidad”, lo que lo lleva a “la necesidad de disolver los miedos que el adversario ha arrojado contra nosotros”. Un término que Iglesias no comparte: “El miedo fue un factor en la transición, no hoy, no debemos temer a la verdad: las verdades que dijimos estos meses y que tanto nos reprocharon se han revelado ciertas”. Habla del “cuídese, señor Sánchez, de la naranja mecánica y de Felipe González”.
Iglesias y Errejón sí se encuentran en la necesidad de profundizar la hipótesis Podemos, como les gusta decir, en el tejido social. El peso de la militancia y de la acción en la calle toma en Errejón otra expresión: “Las urnas no bastan, hace falta construir un pueblo consciente que empuje y que acompañe”.
Queda por ver si, en la acción de oposición, tanto matiz trae colisiones o si la dinámica de “etiquetas del adversario” acaba envenenando el debate hacia litigios personales.
Errejón cree que “hay que disolver el miedo” e Iglesias cree “el miedo fue un factor en la transición, no hoy”