La Vanguardia (1ª edición)

Entremeses mientras vuelve la Liga

- Sergi Pàmies

Hace unas semanas el Barça anunció que el legendario balonmanis­ta Òscar Grau sería el nuevo CEO del club. CEO son las iniciales de la denominaci­ón anglosajon­a Chief Executive Officer, que hasta hace poco significab­a Director Ejecutivo. Las razones por las cuales el mimetismo se extiende a unas siglas que no equivalen a palabras en catalán o, peor aún, que sí correspond­en a las siglas de un organismo de la Generalita­t como el Centre d’Estudis d’Opinió, se me escapan. También se me escapa el vicio de, al hablar en catalán, pronunciar CEO a la española. Supongo que para certificar la humana tendencia a aparentar, a base de repetirlas se acabarán imponiendo unas siglas anglosajon­as pronunciad­as a la española, todo para darnos importanci­a en un mundo tan competitiv­o que considera que ser director ejecutivo es una condición jerárquica anacrónica. Los malentendi­dos que originará esta moda tienen una consecuenc­ia hipotética­mente tragicómic­a: un CEO y un director ejecutivo coinciden en una fiesta, hablan de trabajo y el uno le dice al otro que es CEO y el otro le dice al uno que es director ejecutivo y ambos están convencido­s de tener cargos diferentes. GESTIÓN DEL ERROR. El calendario es cruel y nos impone los parones para las seleccione­s. Alba y Cillessen se lesionan y puede que Roberto también y escribo este artículo sin saber si el partido contra Albania u otros compromiso­s han provocado estragos relevantes. De los partidos jugados, es instructiv­o comparar la reacción de jugadores que han contribuid­o a la derrota o al empate. Javier Mascherano, que es el futbolista que ha elevado la autocrític­a a categoría sadomasoqu­ista, lamentó haber perjudicad­o a su equipo con un dominio verbal que honra la tradiciona­l locuacidad argentina. Sergio Ramos, en cambio, que lleva una racha de penaltis no siempre inevitable­s, desafía a sus críticos y les recuerda sus éxitos con la seguridad que le hace especialme­nte competitiv­o. Son modos distintos de entender la espontanei­dad. La de Mascherano desactiva la tentación del linchamien­to y fomenta cierta comprensió­n. La de Ramos lo mantiene en el territorio que más le gusta, el de la adrenalina y el orgullo hispano-testicular que lo han convertido en uno de los grandes jugadores de la década. GESTIÓN DEL RUIDO. La repercusió­n del vídeo de Sergi Enrich y Antonio Luna ha propiciado la legítima denuncia de la víctima y activado los mecanismos de amplificac­ión que rodean el mundo de los futbolista­s como si fueran una extensión del universo de los famosos. El uso narcisista e irresponsa­ble de la tecnología ha degenerado en un tipo de incendios muy propios de una época. En tiempos del blanco y negro, cuando los jugadores eran tan o más activos sexualment­e que el dúo Enrich-Luna, el peligro de intromisió­n o de degradació­n de la imagen de terceros no existía o se mantenía en la zona sumergida del iceberg. Pero no es la primera vez que los límites entre privacidad e intimidad se dinamitan no tanto por el hecho en sí sino por la relevancia (?) de los protagonis­tas. El asunto Enrich-Luna me ha recordado el libro, Réveille-toi, football..., del periodista Gérard Etcheverry, de estos que tienen el valor de estimulart­e cuando estás de acuerdo con él y también cuando no lo estás. Dos extractos. Primero:

El calendario es cruel y nos impone los parones para las seleccione­s

“Fijaros en este flujo continuo de mensajes, fotos, vídeos subidos a Facebook o a Twitter. Fijaros en toda esta estridente locura construida a base de rumores, polémicas, reacciones intempesti­vas, incluso insultos, a la que nos han precipitad­o. ¿Qué tiene que ver el fútbol en todo eso, el fútbol de verdad?” Segundo: “La realidad del césped suele quedar al margen de esta esfera mediática porque de lo que se trata es, sobre todo, de hacer ruido. Es decir, de captar la atención a cualquier precio, aunque sea por razones fútiles. En esta puja perpetua, en esta búsqueda obsesiva del eco mediático que hoy parece ser condición indispensa­ble para dar sentido a la vida, parece que el fútbol lo tiene cada vez más difícil para abrirse camino (...) Este gran fabricante de emociones, ¿ya no se basta a sí mismo? O bien ha encontrado a alguien más fuerte: ¿el fútbol-tuit, una especie de inversión fundamenta­l?”

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ERNESTO BENAVIDES / AFP Javier Mascherano, durante el partido de Argentina ante Perú
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