Montse Porta
PROPIETARIA DE LA LIBRERÍA JAIMES
La librería Jaimes celebra sus 75 años en la ciudad difundiendo cultura francesa, ahora en la calle València, después de haber tenido que dejar su local del paseo de Gràcia. Es la librería francesa más grande de España.
En la Barcelona de 1941, que se reponía lentamente de las heridas de la guerra, abrir una librería no parecía la mejor idea del mundo. Pero eso es lo que hizo el matrimonio formado por Jaume e Isabel Arnau, allá por el día del libro de aquel año, tal como anunció La Vanguardia. “Era un establecimiento normal, modesto –recuerda hoy su nieta, Montse Porta, al frente de la Jaimes desde hace seis años–. Abrieron en la Diagonal, entre Bruc y Girona, en el lado de mar. No le autorizaron el nombre de Jaume, en catalán, y entonces le añadió el posesivo inglés, con la s final, aunque muchos franceses nos dicen ‘J’aime’, como ‘yo amo’. La familia de mi abuelo tenía una imprenta, y, desesperado por la falta de clientes, se fue a visitar a los directores del Liceo Francés, que entonces estaba muy cerca, en Girona con Provença, y les propuso imprimirles libretas con el pautado francés. Así, por casualidad, empezó a importar libros de texto para los alumnos de esa escuela”.
Sin competencia de la Librería Francesa –cerrada en el 2002– la Jaimes está ahora en la calle València, al lado del mercado de las flores de la Concepció, desde febrero del 2013, pero el imaginario ciudadano la ubica en el paseo de Gràcia, donde había estado desde 1951. Allí, poco a poco, iban teniendo cada vez más libros franceses hasta que, en los años setenta, “la cogieron mis padres, Jordi Porta y Rosalia Arnau, y se desarrolló mucho toda la parte de literatura, ensayo y arte. Tuvimos también una galería dentro, pero la cerramos en 1985”. Ahora son la librería española con más fondo en la lengua de Molière, de Tintín... o de lo que cada uno prefiera.
No llegan al nivel de ventas que tenían en el paseo de Gràcia: “Por allí se pasaba, era un río de gente permanente, ahora se viene y por eso tenemos que inventarnos mil y una actividades. No teníamos opción: los alquileres allí superan los 10.000 euros mensuales. Para el 75.º aniversario, hemos montado actos para decir que estamos aquí y que se sepa que también tenemos libros catalanes y castellanos”.
“Desgraciadamente –lamenta– todavía hay gente que cree que hemos cerrado. No hay día en que no entre alguien diciendo: ‘¡Ostras, toa davía existís!’”. Por eso, para proclamar su existencia, decidieron invitar a Bernard Pivot, mítico creador del programa Apostrophes, que anoche en el Romea ofreció su monólogo Souvenirs d’un gratteur de têtes, que contagia la pasión por leer.
Pivot se refería anoche a Barcelona como la “ciudad de los prodigios” retratada por Eduardo Mendoza, la del Homenaje a Catalunya
“Si a la gente le gustan las librerías medianas, se lo tendría que pensar dos veces antes de comprar en Amazon”
de George Orwell o la de Le palace de Claude Simon. Ciudad que ha venido a sustituir a Francia, dijo, como preferida por muchos narradores. Dos premios Goncourt recientes (Jonathan Littell y Mathias Enard) la han elegido para residir.
Actualmente, prosigue Porta, “entre el 65% y el 70% de las ventas son en francés –explica la librera– y nuestro reto es aumentar catalán y castellano. Eso sí, hemos perdido los turistas”. El ranking de ventas viene encabezado por Los herederos de la tierra de Ildefonso Falcones, en castellano, seguido de Riquette à la houppe, el último de Amélie Nothomb. Y el próximo 14 de octubre, tomará el relevo el nuevo Harry Potter en francés.
De la misma manera que Paco Camarasa, cuando hace un año cerró Negra y Criminal, recordó que “los libreros no vivimos de simpatías”, Porta dice que “la gente tiene que ser consciente de que, si le gustan las librerías medianas, como la Laie, la Documenta, nosotros, La Impossible, la No Llegiu... tienen que venir a vernos, y no comprar por Amazon. Por internet, también enviamos el pedido a casa. Cuando uno compra un libro, está decidiendo el modelo de librería que quiere para el país y la ciudad donde vive”.
Entre las anécdotas, Porta explica que “durante el franquismo, los libros franceses de biología para niños estaban prohibidos por eróticos. Entonces el distribuidor ponía ‘libro escolar’ en el paquete, en vez de ‘libros de biología’ porque, si no, no los dejaban pasar”. Cuando, en 1941, abrieron el chiringuito, “establecieron una lista de la literatura indispensable, un canon particular, y fueron al distribuidor de la calle Unió, que les dijo: ‘Jóvenes, con eso no irán muy lejos, no venderán mucho’. Y mi abuelo le respondió: ‘Mire, no sé cuánto duraremos pero lo que quiero es que, si un día tenemos que cerrar, todos estos libros tengan espacio en la biblioteca de casa’. Y debieron de escogerlos bien... porque todavía estamos aquí”.