Enrique de la Torre
EXSECRETARIO DE CAJA MADRID
El interrogatorio de los 65 acusados por el uso de las tarjetas black en Bankia, que entregaba De la Torre, ha demostrado que existía un absoluto descontrol sobre las condiciones en que podían usarse y las obligaciones fiscales.
Si en la época en que fue escrito El Lazarillo de Tormes hubieran existido Caja Madrid y sus tarjetas black, a las puertas de la entidad se habrían formado auténticas colas de demandantes. Muchos habrían querido acompañar al ciego que las repartiera. El interrogatorio de los 65 acusados de supuesta apropiación indebida por la creación y el abuso de tales instrumentos de pago ha puesto de manifiesto, en este sentido, que entre ellos hubo siempre receptividad para hacerse con una de dichas tarjetas, pero poco interés en aclarar luego en qué condiciones podían utilizarse y con qué obligaciones con la Agencia Tributaria. El descontrol, en suma, reinó durante años en torno a las black, que casi todos usaron con mayor o menor prodigalidad, convencidos de que es innecesario pedirle cuentas al caño, mientras de él mane agua fresca.
El interrogatorio de los 65 inculpados concluyó ayer con una lista de explicaciones significativamente variada y amplia. Las dos tesis preferentes son que se trataba de una retribución, por una parte, o de un ingreso limitado pero de libre disposición, por otra. De ahí que pudieran hacerse gastos muy personales, como los de vinos de buena añada, viajes, hoteles o lencería. La justificación, en estos casos, es que cabía hacerse de la capa un sayo. Y para los que la tarjeta era un pago, tampoco hay nada que decir por el hecho de que jamás se pidieran ni se entregaran los justificantes de las adquisiciones o dispendios realizados. Todo ello con diversas derivadas, igualmente enjundiosas. Por ejemplo, la de los imputados que se declaran indignados por el hecho de que Bankia haya dado cuenta de sus gastos, en un intolerable ataque a la confidencialidad que debería cubrir sus gastos.
El tribunal, en suma, va a tener mucho trabajo a la hora de redactar el relato de hechos probados en su sentencia. Y los hechos, en suma, se resumen en que se gastaron 15,2 millones de euros en proveer de fondos a las tarjetas opacas, pe- ro con multiplicidad de versiones sobre su naturaleza, su finalidad y su misma legalidad. Los receptores de las black ni siquiera se han puesto de acuerdo sobre la existencia o no de algún sistema o protocolo de actuación sobre su entrega y cuidado. Va a ser difícil establecer quién daba las tarjetas, cómo y cuándo. Ante la diversidad de los relatos más bien podría parecer que las tarjetas flotaban a disposición de exdirectivos y exconsejeros, y que sólo había que alargar la mano con naturalidad.
Por contraste, no cabe descartar alguna absolución. Depende de que el tribunal llegue a la convicción, en algún caso concreto, de que el receptor sí pudo creer a pies juntillas que le daban un instrumento de pago para algunos gastos de representación. Ayer, por ejemplo, declaró el exministro Virgilio Zapatero, quien en esencia dijo haber hecho uso de su tarjeta –con la que gastó 36.000 euros– para gastos relacionados con sus actividades como vicepresidente de la entidad. Y mencionó entre ellos un almuerzo con el actual presidente de Bankia, José Ignacio Goirigolzarri.
Finalmente, si alguien esperaba que la declaración de Enrique de la Torre, exsecretario de Caja Madrid, aclarara puntos clave, se vio ayer decepcionado. Varios acusados habían dicho que él les entregó la tarjeta. Pero el aludido explicó: “Yo no daba instrucciones a nadie, si acaso me las daban a mí”.
Virgilio Zapatero contó cómo invitó a almorzar con su tarjeta al actual presidente de Bankia