Roger Waters
MÚSICO DEL DESERT TRIP
Roger Waters, ex de Pink Floyd, cerró las actuaciones del Desert Trip, una reunión sin precedentes de estrellas doradas del rock organizada por los responsables de Coachella y donde los asistentes menores de 40 años eran minoría.
Después de una descarga de música y sensaciones, Ken Askew y su esposa se quedan sentados. Toman aire. Se dan un respiro para digerir sin prisas la excitación de estas dos últimas horas y media que cierran el primer fin de semana del Desert Trip Festival.
“Da miedo”, confiesa este psicólogo de 63 años y residente en Minneapolis, que ha venido hasta Indio, en el desierto californiano, para disfrutar de esta cita musical sin precedentes. El Empire Polo Club se va vaciando, superada la medianoche (entrada la mañana de ayer en Barcelona). Queda en la huella de Bob Dylan, los Rolling Stones, Neil Young, Paul McCartney, The Who y Roger Waters. Todos en 72 horas.
“Nunca pensé que tendría una experiencia tan desagradable como la de estas elecciones. Estamos en shock por la descomposición de nuestro sistema social debido a estas políticas represivas”, remarca Askew.
¿Ah, pero esto no era un concierto? A golpe de rock lisérgico, sinfónico, progresivo, apocalíptico, sideral o atmosférico –todo esto y más se dice de las recreaciones del que fuera líder de Pink Floyd–, Waters se dejó de monsergas placenteras. En su actuación lanza un puñetazo para despertar conciencias en este presente. “Si no estás enfadado, no estás prestando atención”, se indica en una de sus proyecciones.
“Es raro que a alguien como a mí se le ofrezca una plataforma como ésta y la voy a aprovechar”, indica a la concurrencia (unos 70.000 asistentes). Tras el arranque, con los temas santo y seña de Pink Floyd (Time, Money, Wish you were here o Dark side of the moon), esto vira hacia un show político. Sin duda, el momento de mayor riesgo en esta convocatoria “irrepetible” –pese a que se repite idéntica el próximo fin de semana– en homenaje a la autocomplacencia. Las alusiones a la carrera por la Casa Blanca ya se habían escuchado. Por la tarde, en la aparición de The Who, Pete Townshend ironiza con un “buena suerte, colegas”, a la misma hora que debaten Hillary Clinton y Donald Trump. Pero Waters es el único que saca, ante una audiencia en la que escasean los negros, la referencia de Ferguson y el movimiento Black Lives Matter contra la violencia racial de la policía. En Fearless y Us and them se leen eslóganes en la gran pantalla, “el silencio de los blancos es violencia” o “no puedo creer que aún no
Los The Who mueven cuerpos y Waters hace de su show una defensa de negros, hispanos y palestinos
protestes contra esta mierda”.
El arrebato psicodélico se concreta en el aspirante republicano. La cara de Trump aparece en el vídeo Farsa mientras Waters interpreta Pigs (Three different ones). Trump viste la capucha del Ku Klux Klan. Por el aire vuela el popular puerco de los Pink Floyd. En sus lomos se ve la sentencia “divididos caemos” y el rostro del aludido: “Ignorante, mentiroso, racista y cerdo sexista”.
La canción concluye con otra frase gigante: “Trump es un cerdo”. Y prosigue con Another brick in the wall (part II), su muro musical que persigue derribar y no construir. Una quincena de escolares hacen los coros con camisetas ilustradas en español: “Derriba el muro”. Y aún sale otro lema: “Que le jodan a Trump y a su muro”. Hay gente que no aplaude.
Aún recupera un poema que escribió contra el presiente George W. Bush en el 2004, se solidariza con los estudiantes de la Universidad de California que protestan por “los hermanos y hermanas de Palestina” y reclama que Israel acabe con la ocupación. “Ha sido un gran honor”, se despide. Es el broche al espectáculo más singular de este festival histórico. Los Who habían movido cuerpos, que no mentes, con su energética actuación de tarde.
El psicólogo Askew medita. “No pensé que volveríamos a situaciones con las que crecimos en los años 50 y 60”. Y no habla, precisamente, de música.