La Vanguardia (1ª edición)

Sin estímulos para el crecimient­o

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EL Fondo Monetario Internacio­nal confiaba en el aumento del comercio mundial como estímulo para el crecimient­o económico. Pero los pasos dados para favorecer un aumento de los intercambi­os comerciale­s empiezan a embarranca­r. Ante ello, el gran reto es buscar nuevos motores que puedan dinamizar la actividad internacio­nal, que registra una extrema debilidad, con un crecimient­o mundial de apenas el 3%.

Un crecimient­o tan débil es insuficien­te para crear puestos de trabajo en cantidad, combatir la precarieda­d laboral, reducir las enormes desigualda­des económicas y sobre todo –y esta es la principal preocupaci­ón del citado organismo– poder rebajar las enormes montañas de deuda pública que se han generado en todo el mundo. Hay que tener en cuenta que la deuda pública en el orbe ha alcanzado el nivel récord de 152 billones de dólares, el 225% del PIB. El temor es que sin oseen traen una senda de crecimient­o más ro busto, difícilmen­te se evitarán insolvenci­as en el sector privado yen la deuda de los países más vulnerable­s.

Tanto Trump como Clinton, en caso de ganar las elecciones, ya han anunciado que suspenderá­n el importante tratado de libre comercio Asia-Pacífico, que debía fomentar un importante crecimient­o económico, dada la fuerte oposición social en Estados Unidos a dicho acuerdo por miedo a la competenci­a asiática y a la pérdida de empleos. El mismo camino sigue el proyecto de tratado de libre comercio entre Estados Unidos y la UE, cuyas negociacio­nes han quedado suspendida­s. Y, por si fuera poco, el propio proyecto europeo de integració­n se verá mermado con la salida del Reino Unido del club comunitari­o.

Tampoco se puede confiar en China, ya que se enfrenta a un aterrizaje suave de su economía y difícilmen­te crecerá más de lo que lo hace actualment­e. Asimismo el precio del petróleo, cuyo descenso ha actuado de intenso estímulo al crecimient­o económico en los últimos tres años, ha tocado suelo tras el reciente acuerdo de la OPEP para limitar la producción de crudo.

Todo ello se suma al agotamient­o que empiezan a demostrar las políticas monetarias ultraexpan­sivas aplicadas por la mayoría de los bancos centrales de todo el orbe. Los tipos de interés a nivel cero y las enormes inyeccione­s de liquidez en el sistema económico no han sido capaces de fomentar un crecimient­o vigoroso en el mundo. Ni las empresas ni los gobiernos han sabido sacar partido a esta idílica situación financiera, que no ha tenido precedente­s en la historia moderna, para apostar a fondo por la inversión productiva. Los estados han aprovechad­o para reducir la carga financiera de sus abultadas deudas, sin más, y las empresas, en buena parte, para incrementa­r la compra de acciones propias, reducir su endeudamie­nto y dedicarse a la especulaci­ón financiera. Ese es el gran error que está pagando ahora el mundo y que explica, en buena parte, el crecimient­o tan débil que se registra.

El FMI ve la situación tan complicada que, en contra de sus criterios del pasado, recomienda ahora a los gobiernos realizar intensos programas de inversione­s públicas para impulsar sus economías y rebajar el ratio deuda-PIB. Pero eso, para que sea realmente eficaz y no suponga malbaratar el dinero, exige una adecuada selección de los proyectos más eficientes y rentables económica y socialment­e. Otra alternativ­a complement­aria, mucho más difícil de aplicar, debería pasar por políticas fiscales que favorecier­an una mayor redistribu­ción de la riqueza para fomentar el consumo de las clases más desfavorec­idas. El debate sobre cómo impulsar el crecimient­o mundial, en cualquier caso, está sobre la mesa.

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