Que los niños no se acerquen a mí
En julio de 1985, cuando nuestro hijo tenía tres meses, mi señora cónyuge y yo alquilamos un apartamento durante unas semanas, en Sant Feliu de Guíxols, a medias con una pareja que tenía dos. Cuando a veces mi cónyuge y yo íbamos a comer al Eldorado Petit nos llevábamos al niño en el cochecito, convenientemente alimentado. Los dos adultos pedíamos los platos que queríamos y comíamos con toda tranquilidad hasta que el niño empezaba a berrear: a llorar, a chillar... Entonces, uno de los dos se levantaba de la mesa, cogía el cochecito y salía a la calle para intentar que el niño se durmiera. Y paseaba en torno a la manzana, o por la rambla Antoni Vidal, hasta que lo conseguía. Lo hacíamos por turnos estrictos: una vez ella, una vez yo; alternativamente. Tanto daba que los platos que habíamos pedido se enfriaran. Lo importante era no molestar a los otros comensales, que no tenían por qué soportar los bramidos del bebé. Cuando dejó de serlo y entendió que en los lugares públicos se tiene que estar en silencio –se hizo cargo enseguida, después de que se lo repitiéramos unas pocas veces–, se acabaron los chillidos y los tres comíamos en los restaurantes, plato tras plato, sin ningún problema.
Ahora los niños berrean en los lugares públicos y pocos padres les avisan de que no deben hacerlo. Por eso es comprensible que haya en el mundo –en Catalunya también– restaurantes y hoteles en los que no admiten niños. La tendencia se ha ampliado ahora a las líneas aéreas. Como es evidente que en este caso no pueden negarse a admitirlos, lo que hacen es ofrecer a los pasajeros asientos sin niños cerca. Cuestan un poco más, pero te ahorras tener que soportar sus llantos, sus gritos y, si los tienes detrás, sus patadas contra tu asiento. La primera compañía en instaurar esta mejora es IndiGo, una aerolínea de bajo coste con sede en Gurgaon, India. Es la mayor de aquel estado, con un 39,8% del share y vuelos diarios a cuarenta y un destinos. Aseguran que no habrá menores de doce años en las filas entre la 1 y la 4 ni entre la 11 y la 14, que pasan a llamarse quiet zones (zonas tranquilas) y, además, son las que tienen más espacio para las piernas. La decisión ha tenido tanto éxito que muchos usuarios europeos y americanos piden a las otras compañías que adopten disposiciones parecidas. Algunas (dos) ya lo han hecho. Curiosamente, las dos son también asiáticas: AirAsia X ya tiene zonas libres de niños, y Malaysia Airlines tiene zonas sin niños en la clase turista.
Como es lógico, otras personas no están de acuerdo. En el Hindustan Times, un señor dice que es una medida discriminatoria: “Significa que si vas con tus hijos no puedes pedir asientos con más espacio para las piernas”. Es exactamente así, pero tengo la solución: embarcar al niño en la bodega del avión, como quien embarca al perro o al gato; dentro de uno de esos transportines de plástico, tan monos y con reja para que la bestia pueda respirar sin ningún problema. Así los padres podrán disponer de suficiente espacio para las piernas.
Algunas líneas aéreas empiezan a implantar filas tranquilas, libres de menores de doce años