‘Extravíncere’
Es un hecho adquirido, como la estrategia más elemental establece, que una victoria sólo puede ser alcanzada si está bien definida, que debe definirse con claridad cuál es su punto culminante, porque el intento de una explotación indefinida del éxito transforma la aparente victoria inicial en un desastre sin paliativos. El extravíncere se convierte siempre en un bumerán autodestructivo. Establecido este principio, conviene examinar el horizonte que presenta el actual momento político español, con el 31 de octubre como fecha límite para la investidura de un presidente del Gobierno por el Congreso de los Diputados, rebasada la cual se desencadenaría automáticamente la convocatoria de unas terceras elecciones generales, que celebrar el 25 de diciembre a menos que se enmendara la ley y pudieran adelantarse al domingo previo, día 18.
En matemáticas hay problemas que se resuelven por reducción al absurdo, es decir, que se concluye cuál es la solución cuando cualquier otra incurre necesariamente en él. En el caso que consideramos a continuación, el absurdo es llegar a unas nuevas elecciones. Así lo perciben desde distintos ángulos todos y cada uno de los líderes que habrían de ser contendientes otra vez ante las urnas. Días atrás, don Tancredo Rajoy, envalentonado con la pulverización del secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, pasaba de multiplicar sus ofrecimientos en aras de lograr la abstención socialista a imaginar que era llegada la ocasión de imponer exigencias adicionales para aceptarla. En la otra vertiente, situado al frente de la gestora de Ferraz, Javier Fernández se emplea en un ejercicio de responsabilidad y abdica de formular reclamaciones previas del candidato que aún lidera el partido más votado. Sabe que ha de elegir entre inconvenientes y trata de minimizar los daños. Ambos temen la sanción de los votantes, donde podría prender la cólera del español sentado.
Albert Rivera considera cómo en la polvareda que se ha formado podría perderse Ciudadanos. En cuanto a Pablo Manuel Iglesias, debe atender al público antes de que le invada el síndrome del patito feo. ¡Cuidado!, porque el que prueba demasiado nada prueba y tensar las costuras puede llevar a que se rompan y cunda el ¡sálvese quien pueda!