Contra la transparencia
No quiero saber si me engañas con otros. No quiero inspeccionar tu celda cada noche. No quiero despertarte de madrugada con una linterna cegándote los ojos. No quiero sorprenderte. No quiero levantar tu colchón ni revisar el móvil en busca de conversaciones. No quiero tus contraseñas ni revisar tu correo electrónico. No quiero rebuscar en tus bolsillos. No quiero inspeccionar tus movimientos bancarios, tus llamadas, tus idas y venidas. No quiero conocer cómo pagas tus vacaciones de verano ni los regalos a tus amigos. No quiero tus facturas. No quiero tu declaración de renta. No quiero escuchar tus chistes racistas. No quiero saber a quién votas. No quiero saber tu sexo ni tampoco tu dios. No quiero saber qué piensas de todo ni dónde estás en cualquier momento ni por qué haces lo que haces. No quiero saber si me mientes. No quiero nada de esto. Me basta con confiar en ti.
Porque sólo puedo tener algo contigo si confío en ti. Y confiar no es saber todo de ti a cualquier hora. No es que vivas en una jaula del zoo. Confiar no es Gran Hermano, no son jugadores de fútbol con la mano tapándose la boca mientras hablan. Confiar no es grabar tus conversaciones sin que lo sepas. Confiar no son fotos robadas ni comentarios en la intimidad revelados en la red. Confiar no es wikileaks. Confiar es no preocuparse por lo que no sabes. Confiar es que no importe. Confiar es delegar, supervisar pero no fiscalizar. Confiar es pensar que harás lo mejor para nosotros sin que tengas que decirme cómo ni cuándo y, a veces, ni por qué.
No soy idiota. No me gusta que me engañes ni que me traiciones. Es sólo que si sé absolutamente todo de ti, minuto a minuto, si sé tus motivaciones, tus miedos, tus pasos, tus objetivos, tus maneras de conseguirlos, no me sirves. Si puedo pulverizar tu privacidad, ya no puedo amarte, ya no podemos ser amigos, ya no me representas, ya no me creo tu reseña, no quiero escuchar tu cháchara en prime time, ni tu himno ni tu comité federal. Si eres transparente, eres mi espejo. Para confiar en alguien, ese alguien ha de ser otro distinto a mí. Es necesario que piense, actúe, diga distinto. Que venga de un lugar diferente, que, a veces, muchas, me contradiga. Y, a pesar de ello, yo confíe en ese otro. Le entregue las llaves de mi casa, el transporte o la educación de mis hijos, la gestión de mi ciudad, las sentencias de mis juicios, el dinero de mis ahorros, las reglas de todos los juegos, el recuento de las urnas, el bien común. Sólo siendo Otro puedo confiar y relacionarme de igual a igual. Es por eso que no quiero la sinceridad personal de un político. Ni la emocional de un periodista o un juez. Porque si debo inspeccionar cada noche su celda. Si he de deslumbrarlos con una linterna mientras duermen. Si he de tenerlos desnudos en una urna transparente para creer en ellos, no me sirven de nada. Sin confianza no hay milagro, no hay amor, no hay futuro, no hay comunidad, no hay política, no hay justicia.
Sólo siendo Otro puedo relacionarme de igual a igual; por eso no quiero la sinceridad personal de un político