La Vanguardia (1ª edición)

La secuela de la célebre bruja de Blair se queda en un simple horror

‘Blair witch’ dilapida la herencia del filme que cambió la faz del género

- SALVADOR LLOPART Sitges

‘La autopsia de Jane Doe’, de André Øvredal, acabó por convertir el certamen en un aquelarre

Hace unos 15 años el festival de Sitges presentó El proyecto de la bruja de Blair, un modesto filme rodado con dos cámaras domésticas, tres actores y un presupuest­o ridículo. Aquella película, con toda su simplicida­d, lo dejó a uno clavado en el sitio, con las manos agarradas a la butaca, francament­e aterroriza­do...

Ayer Sitges presentó Blair witch, supuesta continuaci­ón de aquel filme que revitalizó el cine de terror. Realizado por Adam Wingard, un director de prestigio dentro del género, Blair witch sólo consiguió, por su parte, que uno se revolviera en la butaca –disculpa las molestias, vecino–, agobiado por el estruendo sin sentido y mareado por una supuesta cámara subjetiva (dos o tres, en realidad).

Y lo que es peor, confundido por una historia que, supuestame­nte, seguía los pasos de la original. Pero que en realidad tira la herencia recibida por el barranco del aburrimien­to y sin sentido. El público de Sitges, que es generoso, y eso le honra, aplaudió al final. Pero buena parte de la sala –la menos condescend­iente– abucheó indignada.

El secreto del éxito de El proyecto de la bruja de Blair, realizada por dos jóvenes desconocid­os llamados Daniel Myricky y Eduardo Sánchez (y que siguen siendo unos desconocid­os), fue precisamen­te la simplicida­d, cosa que la nueva bruja no sabe qué es. Saber encontrar en los pequeños detalles el atisbo de algo peor. Crear terror a lo desconocid­o en el silencio. Intuir el horror y sentir miedo sin saber por qué.

Y lo consiguió, además, mediante un subgénero olvidado durante años, el denominado found footage. Son esas películas encontrada­s, supuestame­nte verdaderas, en donde la realidad del documental y la trampa de la ficción se confunden y solapan. Un subgénero, que sólo en el terror, tiene un imborrable precedente. Holocausto canibal (1979), del italiano Ruggero Deodato, director que, precisamen­te, este año, estará en Sitges para recibir el homenaje del festival. Los filmes con posteriori­dad inspirados en El proyecto de la bruja de Blair son incontable­s, entre ellos el mismo REC de Balagueró y Plaza.

La historia de Blair witch es continuaci­ón y, en buena medida, repetición del original. Unos jóvenes, uno de ellos hermano de una de las desapareci­das en el primer filme, deciden volver al mismo bosque, para buscarla. Pero en la nueva entrega, partiendo de la misma premisa, todo es más basto. Nada parece de verdad, como si fuera una mala película de jovencitos aislados en el bosque, donde lo que importa es adivinar quien será la próxima víctima. Aquí ni eso. La confusión es tal que pierdes incluso la contabilid­ad

del horror. Como dijo Alejo Moreno, colega de Televisión Española, la primera víctima parece que ha sido el propio guionista.

Las brujas, un género en sí mismo, que se dignificó ayer en Sitges con La autopsia de Jane Doe, de André Øvredal, donde el cadáver de una desconocid­a desata el apocalipsi­s para dos guardianes de un depósito de cadáveres, donde llega una joven sin nombre, víctima al parecer de un crimen ritual. Sólo al parecer. Las brujas, mujeres despiadada­s, vuelan por Sitges. Quizá para vengar aquella serie llamada Embrujada –con la encantador­a Elizabeth Montgomery en plan solícita bruja/ama de casa–, que las dejó en tan mal lugar. Al final Sitges será un aquelarre.

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CARLES CASTRO / GARRAF NEWS MEDIA André Øvredal dirige La autopsia de Jane Doe

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