Convivir con la decepción

EL asturiano Javier Fernández es un hombre que inspira melancolía, que como definió el poeta es un estado de ánimo que se sitúa entre el ombligo y la lágrima. Seguramente, Fernández añora un tiempo en que el PSOE era una máquina de generar votos y España un puño agarrado a una rosa. Ingeniero de minas, ha sobrevivido como presidente de una patria querida, de alma reblandecida por el orvallo, donde todavía transita la Regenta entre tiendas ancladas en el XIX y restaurantes perfumados con la acidez de la sidra. Este hombre que no ambiciona el poder, pero sí los buenos tiempos, declaró ayer que “la política exige convivir con la decepción”, que parece la letra de un tango. El socialismo sabe que es el momento de elegir entre dos malas opciones: o unas elecciones inútiles para el país y el PSOE, que fortalecerían a los populares, o abstenerse para hacer presidente a Mariano Rajoy, que es como jugar a la ruleta rusa, lo que, si no sale la bala, les permitirá ganar tiempo para reconstruir el partido.

Carlos Ruiz Zafón, que ha concluido su tetralogía, escribió en La sombra del viento que hay decepciones que honran a quien las impone. La frase debería hacerla suya Javier Fernández, que sabe que está atrapado por el dilema del prisionero. Si dice lo que cree hará un mal servicio, y sí cree lo que dice hará un servicio peor. El hombre intenta sobrevivir al naufragio de su partido abrazado a una tabla en mitad del océano: sabe que no ha de ponerse nervioso, sino resistir con firmeza y esperar a que lo rescate un barco no atisbado.

Su calma de político experto mejora su discurso. Sabe, como Nietzsche, que los caminos más cortos son siempre los que mayores peligros ofrecen. Se la juega el PSOE más que él y no intenta convencer a nadie. Simplemente, espera que la lógica de las cosas sitúe a cada uno en su sitio y once abstenciones en el saco. En la vida no hay atajos, sólo caminos que a veces conducen al precipicio.