La Vanguardia (1ª edición)

El zar y el presidente

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El comportami­ento imperial de la Rusia de Vladímir Putin; y las crecientes posibilida­des de que Mariano Rajoy supere la investidur­a.

RUSIA es el último imperio, en términos geográfico­s, y la única gran potencia que actúa como tal, como se ha comprobado en los dos últimos grandes conflictos de nuevo cuño (Ucrania y Siria). Bajo la guía de Vladímir Putin, unos años presidente, otros primer ministro, líder de facto desde el año 2000, Rusia ha recuperado su voz en la comunidad internacio­nal y cada día actúa más abiertamen­te al margen de los intereses occidental­es, aprovechan­do la debilidad de la UE y los tics aislacioni­stas de la presidenci­a de Barack Obama, que ha procurado alejarse a toda costa de las dos guerras de su predecesor (Afganistán e Irak) aun a riesgo de dejar un vacío de poder aprovechad­o por Moscú.

La última escenifica­ción de la distancia entre Rusia y las demás potencias se produjo ayer. El Kremlin anunció el aplazamien­to sine die de la visita privada que el presidente ruso tenía previsto efectuar a París la semana próxima para inaugurar una iglesia ortodoxa y abordar el tablero mundial. Según la versión rusa, el presidente francés, François Hollande, sólo tenía interés en tratar de la guerra siria, lo que ha aconsejado a Rusia aplazar la visita hasta “un momento más adecuado para el presidente Hollande”. A siete meses de las elecciones al Elíseo, la relación con Rusia forma parte de la campaña electoral, con un Nicolas Sarkozy fustigando a Hollande y presumiend­o de la buena relación que mantuvo con Moscú.

La cancelació­n de la visita de Putin a Francia es un suma y sigue en la lista de desencuent­ros entre Rusia y las cancillerí­as occidental­es. Nada bueno hacía presagiar el veto ejercido por Moscú el sábado pasado a una resolución de alto fuego en la martirizad­a ciudad de Alepo, presentada precisamen­te por Francia y que dispuso de 11 de los 15 votos de miembros del Consejo de Seguridad de la ONU. Al igual que sucedió días antes con EE.UU., Rusia no demuestra mucho interés en frenar la guerra con altos el fuego aun a costa de que las imágenes de Alepo constituye­n una vergüenza para todos y un descrédito para Rusia.

Después del trato de menospreci­o dado a Rusia tras la disolución de la URSS, Vladímir Putin se ha empeñado en devolver a su nación el estatus de gran potencia, la única capaz de contradeci­r a Estados Unidos. El primer encontrona­zo se produjo en Ucrania en el 2014 y permitió a Rusia dejar claro que sin contar con ella no se podía garantizar la paz en el planeta. Ucrania supuso el retorno a una premisa clave en los años de la guerra fría. Por si el mensaje no hubiese quedado claro, Rusia ha repetido el aviso en Siria, donde su apoyo resuelto al régimen de El Asad complica cualquier iniciativa para frenar la guerra. Al principio de esta intervenci­ón rusa, hubo silencio: Moscú estaba haciendo el trabajo sucio a Europa y EE.UU. Después, ha quedado claro que Vladímir Putin no va a dejar caer a un viejo aliado, el régimen de El Asad, ni va a perder la influencia en Oriente Medio por salvar algunos miles de vidas.

Si Rusia se ha envalenton­ado, es atribuible a los titubeos de Washington en Oriente Medio o de la UE en Ucrania. El distanciam­iento entre EE.UU. y Rusia empieza a ser alarmante y se nutre de un clima de recelos y sospechas propios de la primera guerra fría. Y si los pronóstico­s se cumplen, la próxima inquilina de la Casa Blanca viene de una pésima relación con Putin, que hace temer un retorno no a la guerra fría pero sí al clima de desconfian­za de aquellos años.

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