París y Moscú formalizan su enfriamiento por Siria
Hollande induce la anulación de la visita de Putin
Los bandazos de la política exterior francesa. ¿Quién se acuerda ya de aquel solemne discurso de François Hollande del 16 de noviembre en la majestuosa sala del Congreso del Palacio de Versalles? Con las víctimas de los atentados del día 13 en París aún calientes, el presidente francés propuso algo con gran sentido común: una gran coalición contra el Estado Islámico. Unir a Obama y Putin en Siria. Este diario tituló a toda página con aquella rara muestra de bien común y distensión.
Hoy los incendios inducidos de Oriente Medio se convierten en conflicto Este/Oeste. Hay un trasvase de tensiones, de Siria a Ucrania, y viceversa. Median incluso amenazas nucleares. El riesgo de una repetición, aún más estúpida si cabe, de la crisis de los misiles de Cuba (1962) no es ninguna tontería. ¿Qué papel tiene Francia en todo esto?
Desde que el Reino Unido ha decidido irse de la Unión Europea, Francia es el único miembro del club bruselense con asiento permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Eso y el hecho de que su ejército, el único con arma nuclear, sea el más potente del club, le da a París una ventaja en política exterior y de defensa. Pero, para hacerla efectiva, esa ventaja debe ser bien administrada. No lo está siendo.
Francia, que apoyaba a los yihadistas de Al Nusra en su proyecto de cambio de régimen para Damasco, rechazó en su día una propuesta rusa de conferencia de las grandes potencias y los actores locales sobre Siria. Entonces la sangre aún no manaba a raudales. Hoy, cuando el eje Moscú/Teherán, aprovechando el desconcierto americano, está librando la batalla decisiva en Alepo, Francia se rebota por el veto de Moscú a su propuesta de cese de operaciones, mientras por doquier se mentan los desastres de Grozny, y hasta Gernika, pero nunca los de la mucha más cercana Faluya. La ONU propuso dar vía libre a una retirada yihadista de Alepo, hombres y armas, que aliviara a la población. Damasco y Moscú lo aceptaron. El último plan ruso, que tampoco pasó en la ONU, lo contemplaba. Fue vetado.
Lo que ha quedado al final es el rebote francés por el veto ruso a algo que daría ventajas al enemigo en un momento decisivo.
La cancelación de la visita de Putin a París para inaugurar una basílica ortodoxa, y con ella la realización de una cumbre cuatripartita (Francia, Alemania, Ucrania y Rusia) sobre el conflicto de Ucrania en el marco del grupo de Minsk, ha sido algo inducido por París. Hollande acusó directamente a Putin de “crímenes de guerra” –solo las campañas y bombardeos del adversario son “criminales” y eso después del millón de muertos en Iraq– e incluso le mentó el Tribunal Penal Internacional. Después de eso había poco margen para el Kremlin, que ayer anunció la suspensión de la visita.
Respecto a Moscú, puede consolarse con los acuerdos alcanzados ayer por Putin en Turquía, pero está
Rusia está administrando con mucho riesgo su desafío al cambio de régimen en Damasco
jugando con fuego. Más significativo que la rabieta de París es el hecho de que China no apoyara esta vez el veto ruso en la ONU.
La audacia de Moscú respondiendo militarmente después de que la OTAN le haya metido el dedo en el ojo durante 20 años, es temeraria. No hay que perder de vista lo esencial: el PIB sumado de los miembros europeos de la OTAN, es decir sin Estados Unidos, es nue-
ve veces el PIB ruso. Esa OTAN europea gasta en defensa por lo menos tres veces más que Rusia, a la que presenta como gran amenaza. Respecto a Europa, ha perdido la memoria: Francia después de Napoleón fue integrada y funcionó, se reconocieron sus intereses. Alemania tras Versalles fue maltratada. ¿A quién le interesa el estropicio de ignorar los intereses de Rusia eternamente?