“Los talibanes nos abandonaron”
Mourad Benchellali, expreso de Guantánamo capturado en Pakistán, y activista francés contra la radicalización
En el 2001 Mourad Benchellali, un joven de Vénissieux, en el extrarradio de Lyon, se fue a Afganistán. Tenía 19 años, novia formal y coche pero siguió el consejo de su hermano mayor, Menad: “Ves allí, tengo amigos, es muy interesante”, le dijo. “No sabía nada de aquel país, apenas sabía quienes eran los talibanes pero era un escenario aventurero que me atraía”, recuerda.
Los amigos de su hermano le recibieron bien. Entre un té y otro, un día le llevaron a un campo de entrenamiento de Al Qaeda y ahí se quedó, sin apenas posibilidad de marcha atrás. “Prisionero de mi propia estupidez”, dice. Un día de agosto al campamento Faruk, en medio del desierto de la provincia de Kandahar, llegó un convoy de 4x4. Un hombre de barba blanca rodeado de respeto y atención bajó de uno de los coches. “Es Bin Laden”, le dijeron. “No sabía quien era, hizo su discurso en una tienda de campaña, explicó que había que hacer la yihad y concentrarse exclusivamente en los americanos, que no había que tener miedo a los atentados suicidas y cosas así”, explica el joven que hoy tiene 34 años.
Mourad no prestó gran atención a una frase del predicador: “Dentro de unos días habrá un golpe contra Estados Unidos”, dijo. “Tuvo que venir el 11 de septiembre para que comprendiéramos”, recuerda. A partir de entonces fue la debacle.
Los bombardeos americanos instalaron el sálvese quien pueda. Mourad describe el mismo escenario que presencié aquel otoño en el norte de Afganistán con la caída de Mazar-e Sharif y Kunduz: los talibanes desaparecían del frente, algunos se afeitaban las barbas y regresaban a sus provincias de origen, mientras el servicio secreto paquistaní repatriaba en aviones a sus hombres a Paquistán con la aquiescencia de los americanos. Los “internacionalistas” extranjeros quedaban abandonados a su suerte.
“Cuando nos dimos cuenta de que se habían ido todos y entre la alarma de que venían los de la Alianza del Norte dispuestos a capturarnos y torturarnos, nos decidimos a huir”, dice Mourad. “No había estructura alguna, simplemente había que irse, cruzar la frontera atravesando las montañas con la ayuda de los campesinos. Llegamos a un pueblo que se llama Parachinar. Los vecinos nos acogieron y a continuación nos vendieron a los americanos que pagaban buen dinero por los extranjeros”, recuerda. Entonces, en diciembre, comenzó el viaje al infierno de Mourad: encarcelado y torturado en Pakistán por las fuerzas especiales, luego dos años y medio en Guantánamo de pesadilla. En julio del 2004, Mourad y su amigo Nizar Sassi fueron transferidos a Francia sin cargos. Siguieron varios meses de cárcel en Francia que desembocaron, en 2007, en una condena a cuatro años de prisión, uno de ellos firme pero ya cumplido, con lo que salió libre.
Al salir de prisión Mourad con- templó a su familia destrozada: Menad, el mayor, en la cárcel por un proyecto de atentado contra intereses rusos en Francia, sus padres expulsados a Argelia. Él ha reconstruido su vida, tiene un hijo, un trabajo en Lyon y dedica su tiempo libre a dar charlas sobre su experiencia, en cárceles y barrios periféricos. Su ambición es contribuir a la desradicalización. “No hay palabras mágicas ni discursos que hagan cambiar la decisión de alguien tentado por la yihad”, explica. “Me limito a contar mi historia a los jóvenes, de propia iniciativa, sin recibir subvención alguna del Estado”, dice. Le llaman de escuelas y de prisiones. “La última vez fue en la cárcel de Bois d´arcy (cerca de París), estuvo muy bien, me hicieron muchas preguntas y hasta los funcionarios decían que nunca habían visto a los presos tan interesados”, explica. Al mismo tiempo, la mayoría de los fichados por terrorismo no vinieron. “Hay un rumor, que también encuentro en los barrios, de que todos los que vienen a mis conferencias son automáticamente fichados. Hay un clima de desconfianza entre los jóvenes”.
Especialmente desde los atentados de enero del 2015 (Charlie Hebdo), Francia está inmersa en un debate nacional sobre su convivencia, un embrollo en el que se mezcla laicidad, tolerancia, racismo, critica al Islam, islamofobia, miedo a los atentados y xenofobia. ¿Logrará salirse Francia de ese enredo? Mourad Benchellali es más bien pesimista al respecto: “A largo plazo no lo sé, pero a corto plazo no lo creo”, dice. “Con las elecciones presidenciales pendientes y los temas identitarios preferidos por medios de comunicación y políticos, hay un gran riesgo que el año sea aún más tóxico que el anterior”. Políticos y medios de comunicación, “inventan siempre un problema vinculado al Islam; el velo, las mezquitas, el halal o el burkini, eso lleva a muchos jóvenes a construirse una identidad fuera de la comunidad nacional francesa”. “Eso va de mal en peor”, dice. ¿Las elecciones?: Si de él dependiera, incitaría a los jóvenes marginados de los barrios a “votar en masa” y a los políticos a, “mantener un discurso más moderado, menos hostil hacia esa minoría, renunciando a hacer de la laicidad una herramienta de exclusión”, dice. Respecto a los franceses, en general, “deberían aceptar que la sociedad evoluciona, que tener raíces árabes o musulmanas no es un problema para ser un buen francés”.
BIN LADEN “En unos días habrá un golpe contra Estados Unidos”, nos dijo en agosto del 2001 AMBIENTE “Con las elecciones, el año aún será más tóxico para el debate convivencial francés”