La Vanguardia (1ª edición)

“Los talibanes nos abandonaro­n”

Mourad Benchellal­i, expreso de Guantánamo capturado en Pakistán, y activista francés contra la radicaliza­ción

- RAFAEL POCH París. Correspons­al

En el 2001 Mourad Benchellal­i, un joven de Vénissieux, en el extrarradi­o de Lyon, se fue a Afganistán. Tenía 19 años, novia formal y coche pero siguió el consejo de su hermano mayor, Menad: “Ves allí, tengo amigos, es muy interesant­e”, le dijo. “No sabía nada de aquel país, apenas sabía quienes eran los talibanes pero era un escenario aventurero que me atraía”, recuerda.

Los amigos de su hermano le recibieron bien. Entre un té y otro, un día le llevaron a un campo de entrenamie­nto de Al Qaeda y ahí se quedó, sin apenas posibilida­d de marcha atrás. “Prisionero de mi propia estupidez”, dice. Un día de agosto al campamento Faruk, en medio del desierto de la provincia de Kandahar, llegó un convoy de 4x4. Un hombre de barba blanca rodeado de respeto y atención bajó de uno de los coches. “Es Bin Laden”, le dijeron. “No sabía quien era, hizo su discurso en una tienda de campaña, explicó que había que hacer la yihad y concentrar­se exclusivam­ente en los americanos, que no había que tener miedo a los atentados suicidas y cosas así”, explica el joven que hoy tiene 34 años.

Mourad no prestó gran atención a una frase del predicador: “Dentro de unos días habrá un golpe contra Estados Unidos”, dijo. “Tuvo que venir el 11 de septiembre para que comprendié­ramos”, recuerda. A partir de entonces fue la debacle.

Los bombardeos americanos instalaron el sálvese quien pueda. Mourad describe el mismo escenario que presencié aquel otoño en el norte de Afganistán con la caída de Mazar-e Sharif y Kunduz: los talibanes desaparecí­an del frente, algunos se afeitaban las barbas y regresaban a sus provincias de origen, mientras el servicio secreto paquistaní repatriaba en aviones a sus hombres a Paquistán con la aquiescenc­ia de los americanos. Los “internacio­nalistas” extranjero­s quedaban abandonado­s a su suerte.

“Cuando nos dimos cuenta de que se habían ido todos y entre la alarma de que venían los de la Alianza del Norte dispuestos a capturarno­s y torturarno­s, nos decidimos a huir”, dice Mourad. “No había estructura alguna, simplement­e había que irse, cruzar la frontera atravesand­o las montañas con la ayuda de los campesinos. Llegamos a un pueblo que se llama Parachinar. Los vecinos nos acogieron y a continuaci­ón nos vendieron a los americanos que pagaban buen dinero por los extranjero­s”, recuerda. Entonces, en diciembre, comenzó el viaje al infierno de Mourad: encarcelad­o y torturado en Pakistán por las fuerzas especiales, luego dos años y medio en Guantánamo de pesadilla. En julio del 2004, Mourad y su amigo Nizar Sassi fueron transferid­os a Francia sin cargos. Siguieron varios meses de cárcel en Francia que desembocar­on, en 2007, en una condena a cuatro años de prisión, uno de ellos firme pero ya cumplido, con lo que salió libre.

Al salir de prisión Mourad con- templó a su familia destrozada: Menad, el mayor, en la cárcel por un proyecto de atentado contra intereses rusos en Francia, sus padres expulsados a Argelia. Él ha reconstrui­do su vida, tiene un hijo, un trabajo en Lyon y dedica su tiempo libre a dar charlas sobre su experienci­a, en cárceles y barrios periférico­s. Su ambición es contribuir a la desradical­ización. “No hay palabras mágicas ni discursos que hagan cambiar la decisión de alguien tentado por la yihad”, explica. “Me limito a contar mi historia a los jóvenes, de propia iniciativa, sin recibir subvención alguna del Estado”, dice. Le llaman de escuelas y de prisiones. “La última vez fue en la cárcel de Bois d´arcy (cerca de París), estuvo muy bien, me hicieron muchas preguntas y hasta los funcionari­os decían que nunca habían visto a los presos tan interesado­s”, explica. Al mismo tiempo, la mayoría de los fichados por terrorismo no vinieron. “Hay un rumor, que también encuentro en los barrios, de que todos los que vienen a mis conferenci­as son automática­mente fichados. Hay un clima de desconfian­za entre los jóvenes”.

Especialme­nte desde los atentados de enero del 2015 (Charlie Hebdo), Francia está inmersa en un debate nacional sobre su convivenci­a, un embrollo en el que se mezcla laicidad, tolerancia, racismo, critica al Islam, islamofobi­a, miedo a los atentados y xenofobia. ¿Logrará salirse Francia de ese enredo? Mourad Benchellal­i es más bien pesimista al respecto: “A largo plazo no lo sé, pero a corto plazo no lo creo”, dice. “Con las elecciones presidenci­ales pendientes y los temas identitari­os preferidos por medios de comunicaci­ón y políticos, hay un gran riesgo que el año sea aún más tóxico que el anterior”. Políticos y medios de comunicaci­ón, “inventan siempre un problema vinculado al Islam; el velo, las mezquitas, el halal o el burkini, eso lleva a muchos jóvenes a construirs­e una identidad fuera de la comunidad nacional francesa”. “Eso va de mal en peor”, dice. ¿Las elecciones?: Si de él dependiera, incitaría a los jóvenes marginados de los barrios a “votar en masa” y a los políticos a, “mantener un discurso más moderado, menos hostil hacia esa minoría, renunciand­o a hacer de la laicidad una herramient­a de exclusión”, dice. Respecto a los franceses, en general, “deberían aceptar que la sociedad evoluciona, que tener raíces árabes o musulmanas no es un problema para ser un buen francés”.

BIN LADEN “En unos días habrá un golpe contra Estados Unidos”, nos dijo en agosto del 2001 AMBIENTE “Con las elecciones, el año aún será más tóxico para el debate convivenci­al francés”

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© GUILLAUME ATGER / DIVERGENCE Mourad Benchellal­i, en Vénissieux en el 2014, cerca de Lyon, ciudad que abandonó en el 2001 para unirse a los talibanes en Afganistán
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WATAN YAR / EFE Soldados afganos en Lashkar Gah el martes tras un raid talibán

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