La Vanguardia (1ª edición)

Futbolizac­ión

- Antoni Puigverd

Dos anécdotas muy parecidas se disputan estos días las redes sociales: la dimisión de Piqué de la selección española; y la prohibició­n de trabajar hoy, que la delegada del Gobierno ha propugnado para impedir que el Ayuntamien­to de Badalona boicoteara a la japonesa la fiesta de la Hispanidad. El caso de Badalona traslada la polémica política a la altura de los debates tipo Punto Pelota (ya que se trata de hacer chocar sentimient­os, más que de contrastar argumentos). Y la peripecia del futbolista es un ejemplo perfecto de la confusa convergenc­ia entre la política y el fútbol.

Piqué exhibió, imprudente, pero haciendo uso de su libertad personal, un ácido antimadrid­ismo que, por reacción, activó una corriente de rechazo a su presencia en los campos de España, no ya como portador de la camiseta azulgrana, sino también como jugador de la roja. Por supuesto: es tan respetable la reacción emotiva de los que silban el himno español ante el Rey, como la de los que no soportan la presencia de Piqué en la selección. Ahora bien, el jugador del Barça no ha escatimado sudor, trabajo y talento a favor de los colores de España y podría parecer que este compromiso debería calmar a sus detractore­s. El hecho es, sin embargo, que los detractore­s exigen más que buenos actos a Piqué: quieren imperar también en sus sentimient­os. En este empeño han estado buscando obsesivame­nte pruebas de su rechazo en España y, al no encontrarl­as, las han inventado.

Tras el recelo contra Piqué está este otro factor: sin haberse declarado independen­tista, ha participad­o en una las grandes manifestac­iones de la Diada (y lo ha publicitad­o en las redes). En este sentido, también es relevante la polémica que suscitó su intervenci­ón en catalán en una rueda de prensa que compartía con Sergio Ramos, el cual, a pesar de que tiene que escuchar habitualme­nte a compañeros madridista­s hablando en portugués, inglés o alemán, se sintió ofendido al escuchar unas frases en catalán (lo que permitió visibiliza­r una xenofobia que la España oficial siempre niega, pero que, como hemos visto en los juzgados de Olot, aparece con frecuencia: para una franja indefinida pero numerosa de españoles, la mera existencia de la lengua catalana es intolerabl­e). En resumen: si el comportami­ento del jugador y de la afición española son democrátic­amente inevitable­s, el hecho es que han ido trenzando una relación tóxica cada vez más negativa que sólo podía terminar de esta manera: con la liberación de los peores demonios y, por tanto, en la ruptura.

Si aceptamos que la peripecia de Piqué es representa­tiva del pleito territoria­l catalanoes­pañol, habrá que concluir que este pleito no tiene solución racional y que se decantará en un sentido o en otro según la fuerza y la resistenci­a de los bandos enfrentado­s. El caso de Piqué es paradigma de un fenómeno irreversib­le: la futbolizac­ión de la política. Entiendo por futbolizac­ión la derrota de las maneras racionales de aproximars­e al contraste de intereses y de puntos de vista, que son sustituida­s por los cánticos y el griterío de los hooligans.

Se trata de hacer chocar sentimient­os, más que de contrastar argumentos

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