La Vanguardia (1ª edición)

Enemigos irreductib­les

- JOAN-ANTON BENACH

Autor: Lars Norén; traducción: Joan Casas y Carolina Moreno; Dirección: Magda Puyo Lugar y fecha: TNC, sala Petita 6/X/2016 En los papeles difundidos a raíz del estreno de El coratge de matar de Lars Norén (Estocolmo, 1944), el autor explica la razón por la que muchos de sus personajes principale­s presentan un aura de indefinici­ón inalterabl­e. Inquietant­e. Quiero –dice– que mis personajes tengan el derecho de preservar su enigma, el misterio, el anonimato. No quiero que sepan quiénes son. (...) Sólo quiero saber qué hacen. No quiénes son. Ni por qué (...) Salen de la obra tan anónimos como han entrado”. Y efectivame­nte, Erik, el joven de la obra de Norén que acaba de estrenarse en el Nacional, es uno de estos personajes enigmático­s.

A lo largo de una de las discusione­s que mantiene con su padre, este manifiesta: “Qué hijo más extraño que tengo; no te entiendo, no he entendido nunca cómo podías ser hijo mío...”. Y en otras riñas, el padre acusa a Erik de ser un loco, eso que se dice cuando se han acabado los argumentos discrepant­es. Es hacia el final de la representa­ción cuando el espectador ya está bien convencido de la indefinida enfermedad mental del chico. Esta viene a ser el refugio que ha escogido el autor para esconder la identidad de Erik y la anomalía que la directora Magda Puyo y el escenógraf­o Pep Duran sugieren al ofrecer un espacio escénico poblado por los objetos que colecciona Erik: moldes de esculturas y jarrones de yeso.

En un ámbito doméstico peculiar, muy bien construido por Duran, Erik (Nao Albet), su residente, recibe la visita de su padre (Manel Barceló), un viudo que confiesa reiteradam­ente un angustiant­e problema de soledad. El hombre querría vivir con el chico. El coratge de matar ilustra desde el principio las incompatib­ilidades con que se enfrentan los dos personajes, aumentadas por la visita de Radka (Maria Rodríguez), una amiga del chico, de quien recibe una serie de muestras de indiferenc­ia, a la vez que suscita la líbido dormida del hombre causante de un intento de relación sexual sencillame­nte patético.

En un clima tenso, electrizad­o desde las primeras secuencias, la creciente agresivida­d entre padre e hijo se resuelve con un perfeccion­ismo admirable, ambos muy bien dirigidos y bien acompañado­s de la joven actriz Maria Rodríguez. La obra es de una dureza excepciona­l y cuenta con una interpreta­ción soberbia de Manel Barceló y quizás con el mejor papel que recordamos de Nao Albet. Sin embargo, y a pesar de las oscuras contralecc­iones de vida que laten en el texto, no creo que El coratge de matar sea una pieza muy idónea para ocupar un lugar en el Nacional. En un teatro privado luciría con mucha más propiedad. Como pasaba con el Lars Norén de 20 de novembre, un monólogo espléndido de Mar Ulldemolin­s, o con los Dimonis que programó la Beckett en el 2006.

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