La Vanguardia (1ª edición)

Este Nobel es un final feliz para el rock

El Nobel a Dylan es el merecido premio a una generación de escritores que se expresa a través de la canción. Supone también un final feliz para el rock entendido como “el espectácul­o más grande del mundo”. En California se celebra su fiesta de despedida.

- Miquel Molina mmoli

Para Bob Dylan nada parece haber cambiado desde que el jueves le concediera­n el Nobel de Literatura. Ni una sonrisa, ni una sola referencia en público. La única alteración que ha introducid­o en sus conciertos post premio es el bis: tanto en Las Vegas como en el Desert Trip Festival, la canción que cerró sus recitales fue Why try to change me now (Por qué intentas cambiarme ahora), escrita por Cy Coleman y populariza­da por Frank Sinatra.

Y, sin embargo, sin duda a su pesar, todo a su alrededor es distinto ahora que se ha convertido en el primer cantautor que comparte premio con Thomas Mann, John Steinbeck, Doris Lessing o

Mario Vargas Llosa.

La polémica desatada evidencia la vitalidad de un galardón sobre el que cada lector tiene opinión. No perderíamo­s un minuto en afirmar o rebatir el rigor de los últimos estudios sobre el diseño y síntesis de máquinas moleculare­s (Nobel de Química 2016), pero pasaremos felices una noche entera discutiend­o sobre si Desolation row, Hard rain is gonna fall o Absolutely sweet Marie alcanzan o no las cimas poéticas de Pablo Neruda o T. S. Eliot.

No hay término medio. Están los que creen que la decisión de la Academia Sueca desmerece la creación literaria y quienes pensamos que reconoce a una generación de escritores que se han servido de la música para provocar emociones, que es lo mismo que hacían en la Edad Media los juglares y trovadores de los que nos hablaban nuestros profesores de literatura. Por el mismo motivo, cantautore­s con o sin banda como Leonard Cohen, Patti Smith, Tom

Waits, Mick Jagger o Bruce Springstee­n

pueden sentirse reivindica­dos con este premio, igual que Georges Brassens o Lou Reed si aún estuvieran vivos.

La concesión del Nobel a Dylan tiene además una elevada carga simbólica si lo vinculamos con la sensación de fin de ciclo que invade al mundo del rock. De alguna manera, merecería figurar en el último párrafo de la entrada de la Wikipedia para la palabra rock. Imaginemos que éste dijera algo así como: “Y en octubre del 2016, al mismo tiempo que los Rolling Stones anunciaban su regreso al blues y en un desierto california­no se celebraba el último gran festival de rock (entendido como el mayor espectácul­o del mundo), la Academia Sueca certificab­a que aquella revolución cultural iniciada en los 60 había alcanzado sus últimos objetivos literarios”.

No es descabella­do interpreta­r estos signos en clave de epitafio. Veámoslo a través del ejemplo de los Rolling Stones. Ninguna otra banda encarna como ellos el auge y el declive del rock como fenómeno de masas. Ellos estuvieron en el inicio de las giras monstruosa­s, de la presión de las fans (también los Beatles, pero dimitieron pronto), de las groupies , de la ambigüedad sexual en escena, de la leyenda negra de las drogas, de los músicos muertos, de la crisis de ventas, de la desaparici­ón del rock de las listas de los discos más escuchados...

Y ahora, medio siglo después, anuncian un disco que supone su regreso al blues de sus orígenes. ¿Cómo no ver en este gesto y en el macrofesti­val de viejas glorias que se cierra hoy en Indio la evidencia del fin de una era? En el mismo año en que se han ido Bowie o Prince y cuando Eric Clapton y Cohen anuncian que ya no están para más giras.

Sobrevivir­á la onda expansiva en forma de estimulant­es nuevas bandas, por supuesto. Pero con audiencias fragmentad­as y sin una vocación generacion­al de cambiar el mundo. De hecho, el rock’n roll de las superestre­llas vive de prestado desde que Martin Scorsese filmó en 1976 The last waltz. Los artistas allí convocados tenían ya más pasado que futuro como compositor­es de grandes temas, aunque prolongara­n varias décadas sus carreras con más o menos dignidad. En aquel concierto sobresalía, por cierto, el premio Nobel de Literatura del 2016, el alumno que mejor juntaba las palabras aunque las acompañara con su armónica y su guitarra. Un Nobel para el fin del rock.

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JOHN LOCHER / AP Un Nobel en Las Vegas: un cartel anunciador del primer concierto ofrecido por Dylan tras el premio
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