La Vanguardia (1ª edición)

Mayoría precaria

- Joaquín Luna

El Congreso de los Diputados inaugura una legislatur­a en la que el Gobierno tendrá el menor respaldo de la historia democrátic­a española.

El Ajoblanco de la calle Tuset entusiasma a pocos noctámbulo­s, pero imanta a muchos porque circula la leyenda de que se liga, aunque si apareciese la comisaria de la Competenci­a de la UE, danesa y liberal, clausurarí­a el local:

–No pueden concurrir tantos varones y tan pocas mujeres.

O quizás le concedería una distinción europea por su fomento a la competitiv­idad masculina.

Encontré a un routard de la noche en el Ajoblanco y se confesó:

–Me apunté a Tinder. ¡Bah! Se liga más con perro que con Tinder. ¿Tinder o perro? Yo no me apunto a Tinder ni a Facebook ni a nada que deje huella indeleble de la intimidad, por si de mayor llego a millonario, a tribunero o diputado del PSOE por Teruel. ¿Cómo va uno a llevar doble vida si expone todo lo que hace en su vida más formal?

Mi lado oscuro acaricia la idea de comprar un perro, pero la sociedad me lleva a proclamar que ni es ético ni animalista tener un primer perro a estas alturas y con el objetivo exclusivo de ganar amistades femeninas en horas perdidas. Si estuviera casado, hace ya tiempo que tendría un perro, incluso un perro del hortelano, modelo Pedro Sánchez, que ayer dijo: “Siento los colores socialista­s” (¡y yo los del CE Europa!) y luego abrió otra guerra civil en el PSOE. Con la excusa de sacar el perro del hortelano a pasear, uno fumaría a escondidas, se interesarí­a por las perras de las vecinas y haría aquellas llamadas incompatib­les con la vida conyugal.

Tenía la duda de si yo estaría a la altura del perro, animal con fama de fiel. ¿Puedo darle una buena educación cuando pretendo que sea un cómplice (en sentido delictivo)? La gente enseña a los perros urbanos a sentarse, a no lamer los pantalones blancos y a ladrar lo justo cuando uno trataría de inculcarle una vida canalla, y quizás le llamaría Fucker, aunque también me gustan otros nombres con efe, como Facundo o Feliciano, más respetable­s y menos compromete­dores.

–Y la línea de productos de esta estantería, ¿es masculina o femenina? –Esta es para perros. Ahí me derrumbé. Acababa de descubrir una tienda deliciosa –a buenas horas, mangas verdes, llevan años– en una callejuela del Born, lo suficiente­mente alejada del santuario para que nadie me llamase la atención por unionista. Es La Galeria de Santa Maria Novella, concesiona­ria en Barcelona de la casa fundada en Florencia en 1612. Y me derrumbé hasta abandonar toda ilusión porque entendí que un perro merece una posición social, cuidados capilares y una educación que un amo como yo nunca podría darle.

Ni se llamará Fucker ni Fortunato –la efe sienta bien a los perros–. Y aunque nunca me verán en Tinder, si frecuento bares de copas es porque carezco de medios para mantener un perro utilitario en la gran ciudad.

Si estuviera casado, tendría perro aunque fuese perro del hortelano, modelo Pedro Sánchez

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