La Vanguardia (1ª edición)

La ciudad reinventad­a

Dubuque (Iowa) superó una dura crisis industrial para renacer con una economía más sostenible gracias a IBM

- FRANCESC PEIRÓN

Arriba y abajo. A Jean Tiffany le va esto de darle a la palanca.

“Es el mejor trabajo que he tenido, por el trato con la gente, por las vistas, porque me gusta hablar de Dubuque”, confiesa desde la cabina de mando del funicular –una antigualla– en la cima de la colina.

A esta localidad de Iowa, tercera en la etapa siguiendo el trazado del Misisipi, el corazón de Estados Unidos, se llega desde Prescott (Wisconsin), tras un juego de cruzar y volver a cruzar puentes sobre el río y sus afluentes.

Se circula por pueblos como Maiden Rock –el cartel informa: “población 119”– o Stockholm –“población 66”–, un lugar pintoresco que rinde tributo a la numerosa colonia de escandinav­os que emigraron a toda esta región del norte del país. Aunque la idea que ronda por la cabeza al viajero es quién se encarga de actualizar esos enunciados cincelados sobre metal.

Esta es la América de los pickup, de los tractores John Deere, del maíz, del colorido de las hojas en otoño, de la plaga de animales salvajes muertos en el asfalto, de los graneros rojos, de los silos de grano, de los molinos, de las vacas y los caballos, de los cementerio­s, de las casas aisladas que a un urbanita le llevan a pensar, sin pretenderl­o, en la soledad de la familia Clutter, en Holcomb (Kansas), en los momentos previos a convertirs­e en las víctimas de A sangre fría de Truman Capote. En algo hay que pensar cuando se pasan tantas horas al volante.

Esto es otra cosa. Dubuque, con sus más de 58.000 censados (2013), emerge como una gran ciudad. Ahí está el puerto, con la ribera recuperada. Y también las instalacio­nes industrial­es, un tipo de desarrollo que se prodiga por la cuenca y que, unido a los vertidos agrícolas, han puesto en peligro el hábitat del Misisipi.

Aquí halló su hogar Jean Tiffany en 1982. Originaria de Dakota del Norte, se había dedicado a recorrer la geografía estadounid­ense al lado de su marido, un electricis­ta especializ­ado en montajes teatrales. Formaban parte de la farándula de los espectácul­os de Broadway que salían en gira por el país.

Hasta que a él le hicieron una oferta en el Five Flags Center, que, para que se entienda, en Dubuque equivale al Liceu en Barcelona. “Tuvimos un hijo y nos gustó el lugar”, señala mientras maneja las manivelas que mueven los dos vagones.

“Y no era fácil”, apostilla. No lo era porque Dubuque, sustentada en la manufactur­a, había entrado en una profunda crisis, una decadencia que se generalizó en muchos núcleos industrial­es por EE.UU. “Era una ciudad de obreros”, señala. Los 8.000 empleados de la planta de John Deere, firma principal en maquinaria agrícola, se redujeron a escasos 2.000. La empresa procesador­a de carne cayó en la quiebra y provocó otro terremoto.

En 1984, Dubuque contaba con un índice de paro del 23%, el más alto de la nación. La revista Forbes le dedicó entonces una portada. La calificó como la peor ciudad de su tamaño. En el 2010, la misma publicació­n la calificó como la mejor para criar una familia y la incluyó en la cúspide de la lista como impulsora de empleos. USA Today la nombró en el 2014 el cuarto “mejor frente fluvial”.

Lo llaman la reinvenció­n de Dubuque.

“La ciudad lo está haciendo muy bien, y tenemos un nivel de desempleo inferior a la media nacional del 5%”, señala Jerry Enzler, presidente el National Mississipp­i River Museum y de la Country Dubuque Historical Society. El proyecto de museo y acuario lideró la reforma del litoral, que no sólo permitió la construcci­ón de proteccion­es de cara a evitar inundacion­es en el centro urbano, sino que también devolvió esa zona a los ciudadanos, que le habían dado la espalda.

La combinació­n de un nuevo desarrollo en el meollo de la ciudad –el reverso de la decadencia de las inner city que predica el republican­o Donald Trump– y los avances tecnológic­os facilitó una diversific­ación empresaria­l y un sistema económico más sostenible. “En 1980 había 2.000 personas que trabajaban en el downtown y ahora son 8.000”, remarca el alcalde, Roy Buol.

Precisa las cifras. El paro se sitúa hoy en el 3,4%. En la reciente recesión trepó menos que en otros sitios (7%), pero “fuimos de las primeras veinte ciudades que empezaron a crear puestos de trabajo”, insiste.

Uno de los golpes consistió en atraer a IBM, compañía a la que se le facilitó instalar uno de sus cuarteles, con 1.300 empleados, en uno de los obsoletos edificios del centro. Ha ido más allá. Ha tenido un efecto llamada para otros negocios en el sector y la periferia.

“Uno de las cuestiones más positivas –subraya el alcalde– es que muchos de estos nuevos trabajador­es residen en zonas del downtown”. Según Enzler, “el aterrizaje de IBM, con una plantilla muy móvil, ha significad­o una gran oportunida­d para el mercado de alquiler de vivienda”.

Aquellos almacenes de otra época se han rehabilita­do como oficinas o apartament­os. Algo más que un lavado de cara. “Creo que el presidente Obama ha realizado una extraordin­aria labor para la recuperaci­ón de las ciudades impulsando la creación de puestos laborales”, elogia el alcalde Buol. “Es uno de los presidente­s top”, insiste. Sin embargo, al sacarle la actual campaña electoral, se le escapa una exclamació­n: “Oh my God!”. En su opinión, “hay una candidata que trata de afrontar asuntos y otro que intenta el linchamien­to de la gente”.

El downtown luce como nuevo. Pero en un domingo por la tarde le falta humanidad. Los restaurant­es tiran a vacíos, salvo el L-May, que tiene cola. “Hace un decenio, esto estaba muerto”, dice el dueño, E.J. Droessler. Abrió en el 2007. “Los primeros cinco o seis años tenía que hacer otro trabajo”, confiesa. Atribuye “el milagro de Dubuque” al relevo de la vieja guardia, que se negaba a la inversión pública, con la irrupción de una nueva generación. “Hicieron que el dinero estuviera disponible”, incide.

Al fondo de la barra hay un cartel decorativo: “Cerveza gratis mañana”.

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THE WASHINGTON POST / GETTY
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