El no, de calle
La tercera sesión de investidura del 2016 supuso ayer un trago muy amargo para el PSOE. Y no sólo en el hemiciclo, sino en la calle. La convocatoria para rodear el Congreso tuvo un éxito relativo, porque la asistencia no fue muy elevada –unas 6.000 personas, según la Delegación del Gobierno en Madrid; 150.000 según los organizadores–, pero al propio tiempo resultó muy intensa. Sigue habiendo indignación en la calle, y ayer se manifestó por el centro de la ciudad de forma pacífica y cívica, pero con cierta rabia, apenas contenida.
Mientras dentro del edificio de las Cortes se iba llamando a los diputados para que, uno por uno, expresaran el sentido de su voto –o su abstención, claro– la Puerta del Sol se iba llenando de manifestantes que habían partido de la fuente de Neptuno, a pocos centenares de metros de las Cortes. Algunos seguían por radio, con auriculares, los avatares de la sesión parlamentaria. Y eso les permitía ir dando noticia de lo que ocurría a sus acompañantes. El resultado de la votación fue contestado, así, con un gran abucheo, como si se estuviera acogiendo al año nuevo –ya se sabe que se celebra tradicionalmente allí– sin ganas de futuro.
Desde luego, sí hay ganas de futuro, pero mucha frustración ante la dificultad de amplios sectores sociales para subirse al carro de la recuperación. Si algún periodista era reconocido como tal, se convertía inmediatamente en el receptor de las múltiples quejas ciudadanas. Una mujer joven, empleada sanitaria y al borde del llanto, exclamaba: “No sabéis las necesidades y la miseria que hay por ahí. Yo trabajo en un centro de salud de Parla, y veo cada día lo mal que está mucha gente”. Otra mujer que pasaba a su lado y que no la conocía de nada, se detuvo un instante, le dio un abrazo, y siguió su camino. Ese espíritu cívico y de solidaridad dominó la protesta. Sólo hubo un incidente, al final, con el lanzamiento de dos mecheros y una lata machacada hacia el Congreso desde el otro lado de las vallas de contención.
Poco después, en el patio de las Cortes volvía a haber abrazos, pero con otro sentido. Hubo un desembarco de gentes del PP al final de la sesión de investidura. Hubo también intensidad en sus felicitaciones. Un año esperando ese momento. Pero en los abrazos había más afecto personal y satisfacción que emoción. No en balde el resultado de la votación de ayer en el Congreso estaba cantado. Al menos en su sentido genérico, aunque a priori faltara precisar cuántos diputados del PSOE preferirían sentirse más cerca de Pedro Sánchez y de la parte más defraudada de la militancia socialista que de la gestora del partido y de los diputados que, por convicción o haciendo de tripas corazón, decidieron permitir ayer la investidura de Mariano Rajoy. El reelegido presidente, a su vez, fue acogido al salir del edificio de las Cortes para subirse a su coche como si acabaran de liberarle de un secuestro. Pasaron largos minutos antes de que pudiera introducirse en el automóvil, para salir hacia la Moncloa por la verja principal entre vítores y aplausos.
La gente de Podemos estaba, a su vez, satisfecha. Han interiorizado que se han convertido en la fuerza política que puede liderar la oposición, y están deseando que empiece el combate. Pablo Iglesias, aparte de repartir mandobles a PP y PSOE desde la tribuna de oradores, quiso salir a saludar a los manifestantes. Es muy consciente de que el 15-M, que empezó allí cerca, en la aludida Puerta del Sol, fue su pista de lanzamiento. Y no quiso defraudarles. Justo cuando se cumplían 34 años y 1 día de la fecha en que el PSOE ganó por mayoría absoluta en 1982. Muchos recordarán aún la fotografía de Felipe González y Alfonso Guerra en el balcón del hotel Palace, saludando a manifestantes enfervorizados.
Tres décadas largas más tarde, ayer se pudo contemplar el reverso de aquella imagen. Al PSOE le queda una cuesta arriba que le será difícil y complejo recorrer. Los manifestantes de ayer son sólo una parte ínfima de la masa social con derecho a voto, pero al propio tiempo constituyen una muestra significativa. Si el Gobierno tiene que empezar a afilar la tijera de los recortes, por el deber de reducir el déficit, es posible que esa manifestación aumente con facilidad de volumen. Ha empezado, en suma, una nueva etapa, un nuevo partido. Y el temor de una parte importante de la sociedad es que los pasos atrás dados por amplias capas de las clases medias y los jóvenes, con sus dificultades para entrar en el mercado laboral, no puedan superarse pronto. Por eso la calle lanzó ayer su mensaje de advertencia.