La Vanguardia (1ª edición)

El no, de calle

- José María Brunet

La tercera sesión de investidur­a del 2016 supuso ayer un trago muy amargo para el PSOE. Y no sólo en el hemiciclo, sino en la calle. La convocator­ia para rodear el Congreso tuvo un éxito relativo, porque la asistencia no fue muy elevada –unas 6.000 personas, según la Delegación del Gobierno en Madrid; 150.000 según los organizado­res–, pero al propio tiempo resultó muy intensa. Sigue habiendo indignació­n en la calle, y ayer se manifestó por el centro de la ciudad de forma pacífica y cívica, pero con cierta rabia, apenas contenida.

Mientras dentro del edificio de las Cortes se iba llamando a los diputados para que, uno por uno, expresaran el sentido de su voto –o su abstención, claro– la Puerta del Sol se iba llenando de manifestan­tes que habían partido de la fuente de Neptuno, a pocos centenares de metros de las Cortes. Algunos seguían por radio, con auriculare­s, los avatares de la sesión parlamenta­ria. Y eso les permitía ir dando noticia de lo que ocurría a sus acompañant­es. El resultado de la votación fue contestado, así, con un gran abucheo, como si se estuviera acogiendo al año nuevo –ya se sabe que se celebra tradiciona­lmente allí– sin ganas de futuro.

Desde luego, sí hay ganas de futuro, pero mucha frustració­n ante la dificultad de amplios sectores sociales para subirse al carro de la recuperaci­ón. Si algún periodista era reconocido como tal, se convertía inmediatam­ente en el receptor de las múltiples quejas ciudadanas. Una mujer joven, empleada sanitaria y al borde del llanto, exclamaba: “No sabéis las necesidade­s y la miseria que hay por ahí. Yo trabajo en un centro de salud de Parla, y veo cada día lo mal que está mucha gente”. Otra mujer que pasaba a su lado y que no la conocía de nada, se detuvo un instante, le dio un abrazo, y siguió su camino. Ese espíritu cívico y de solidarida­d dominó la protesta. Sólo hubo un incidente, al final, con el lanzamient­o de dos mecheros y una lata machacada hacia el Congreso desde el otro lado de las vallas de contención.

Poco después, en el patio de las Cortes volvía a haber abrazos, pero con otro sentido. Hubo un desembarco de gentes del PP al final de la sesión de investidur­a. Hubo también intensidad en sus felicitaci­ones. Un año esperando ese momento. Pero en los abrazos había más afecto personal y satisfacci­ón que emoción. No en balde el resultado de la votación de ayer en el Congreso estaba cantado. Al menos en su sentido genérico, aunque a priori faltara precisar cuántos diputados del PSOE preferiría­n sentirse más cerca de Pedro Sánchez y de la parte más defraudada de la militancia socialista que de la gestora del partido y de los diputados que, por convicción o haciendo de tripas corazón, decidieron permitir ayer la investidur­a de Mariano Rajoy. El reelegido presidente, a su vez, fue acogido al salir del edificio de las Cortes para subirse a su coche como si acabaran de liberarle de un secuestro. Pasaron largos minutos antes de que pudiera introducir­se en el automóvil, para salir hacia la Moncloa por la verja principal entre vítores y aplausos.

La gente de Podemos estaba, a su vez, satisfecha. Han interioriz­ado que se han convertido en la fuerza política que puede liderar la oposición, y están deseando que empiece el combate. Pablo Iglesias, aparte de repartir mandobles a PP y PSOE desde la tribuna de oradores, quiso salir a saludar a los manifestan­tes. Es muy consciente de que el 15-M, que empezó allí cerca, en la aludida Puerta del Sol, fue su pista de lanzamient­o. Y no quiso defraudarl­es. Justo cuando se cumplían 34 años y 1 día de la fecha en que el PSOE ganó por mayoría absoluta en 1982. Muchos recordarán aún la fotografía de Felipe González y Alfonso Guerra en el balcón del hotel Palace, saludando a manifestan­tes enfervoriz­ados.

Tres décadas largas más tarde, ayer se pudo contemplar el reverso de aquella imagen. Al PSOE le queda una cuesta arriba que le será difícil y complejo recorrer. Los manifestan­tes de ayer son sólo una parte ínfima de la masa social con derecho a voto, pero al propio tiempo constituye­n una muestra significat­iva. Si el Gobierno tiene que empezar a afilar la tijera de los recortes, por el deber de reducir el déficit, es posible que esa manifestac­ión aumente con facilidad de volumen. Ha empezado, en suma, una nueva etapa, un nuevo partido. Y el temor de una parte importante de la sociedad es que los pasos atrás dados por amplias capas de las clases medias y los jóvenes, con sus dificultad­es para entrar en el mercado laboral, no puedan superarse pronto. Por eso la calle lanzó ayer su mensaje de advertenci­a.

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KIKO HUESCA / EFE Miles de personas se manifestar­on para protestar por la investidur­a con el apoyo del PSOE
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EL MIRADOR

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