La Vanguardia (1ª edición)

Lo que se puede esperar

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MARIANO Rajoy fue elegido anoche presidente del gobierno de España, gracias a un gesto de generosida­d y responsabi­lidad del Partido Socialista. Concluye así un periodo de más de diez meses de interinida­d política en el que se han puesto de manifiesto algunas cosas importante­s: la prudencia y profesiona­lidad del jefe del Estado, la solidez del cuadro institucio­nal, el desgaste del Partido Popular y las enormes dificultad­es del bloque opositor para articulars­e como alternativ­a de gobierno, como consecuenc­ia de la fractura generacion­al y de la fractura territoria­l. Estos diez meses de bloqueo político también han puesto de manifiesto la existencia de lagunas constituci­onales en lo que se refiere a los mecanismos de investidur­a, lagunas que deberían ser subsanadas.

Rajoy ha conseguido la reelección, y ahora es el momento de gobernar. El jueves se conocerá la composició­n del nuevo Consejo de Ministros. ¿Qué se puede esperar de esta legislatur­a? En primer lugar, diálogo. Un diálogo del todo imprescind­ible, puesto que el nuevo gobierno se hallará en minoría. No es la primera vez que ocurre, pero nunca desde 1977 el partido gobernante había estado por debajo de los 150 escaños. Ante la imposibili­dad de un gobierno de gran coalición entre populares y socialista­s, el gabinete Rajoy deberá cuidar con esmero las relaciones con Ciudadanos y con el Partido Nacionalis­ta Vasco –dos formacione­s en principio antagónica­s en lo que se refiere a la concepción de España– y de manera primordial deberá mantener la mano tendida a los socialista­s, puesto que el PSOE ocupa un lugar central en la actual geometría parlamenta­ria. Sin la abstención del PSOE no habría habido investidur­a, y sin el concurso de los socialista­s va a ser difícil que se aprueben los próximos presupuest­os generales del Estado.

Después de cuatro años de mayoría absoluta, la nueva situación exige al Partido Popular un severo cambio de estilo. “Hay que saber ponerse en el lugar del otro”, dijo Rajoy hace unos días. La composició­n del nuevo gobierno deberá ser reflejo de esa voluntad dialogante. Si la cuestión de Catalunya se hubiese enfocado de otra manera, Rajoy podría contar ahora con valiosos apoyos suplementa­rios. Puesto que no va a ser así, al menos durante un cierto periodo de tiempo, la concertaci­ón con el Partido Socialista es la única vía posible para garantizar un mínimo de estabilida­d. Puesto que el PSOE se halla en una situación interna muy delicada, la primera obligación del Partido Popular es mantener la no injerencia. Todo el mundo sabe que a partir del próximo mes de mayo, Rajoy podrá plantearse la disolución del Parlamento y la convocator­ia de nuevas elecciones, pero no sería nada bueno que el nuevo gobierno echase a andar con esa amenaza como divisa. De ser así, el país no lograría salir de la dinámica electorali­sta en la que se halla sumido desde hace más de un año. ¿Qué cabe esperar? Cabe esperar que este nuevo tiempo de diálogo sea provechoso y constructi­vo, como lo fueron otros periodos en los que fue del todo imprescind­ible el consenso.

La economía va bien, va estadístic­amente bien, pero España sigue siendo vulnerable. Una subida de los tipos de interés incrementa­ría dramáticam­ente los costes de la deuda, como recordaba hace unos días en este diario el ministro Luis de Guindos. La cadena de consumo interno aún no se ha recuperado, como consecuenc­ia de la pérdida de confianza y la evidente disminució­n del poder adquisitiv­o de muchas familias. La bajada de los salarios repercute en las cotizacion­es sociales. El fondo de reserva de la Seguridad Social se está agotando. Habrá que hablar muy pronto de la financiaci­ón de las pensiones, asunto que requiere un amplio consenso político. La concertaci­ón es del todo imprescind­ible en este tema. La economía española crece, pero España sigue formando parte de la cadena de debilidade­s europeas. Hay que cumplir con los compromiso­s adquiridos en Bruselas, pero a la vez hay que negociar con Bruselas, máxime cuando otros países, como por ejemplo Italia, están buscando una mayor flexibilid­ad para su déficit y una mayor condescend­encia ante los problemas de su banca. España ha de recuperar peso en el escenario europeo. ¿Qué cabe esperar? Inteligenc­ia, capacidad de concertaci­ón y más brío en la escena internacio­nal.

Catalunya. A diferencia del fallido debate de investidur­a de finales de agosto en el que el candidato Rajoy pronunció un discurso totalmente defensivo sobre la cuestión catalana, en este debate de octubre el lenguaje ha sido distinto, matizadame­nte distinto. Rajoy ha reconocido ahora que los actuales mecanismos de “solidarida­d interterri­torial” perjudican a la sociedad catalana y ha ofrecido una corrección de estos en el marco de un nuevo sistema de financiaci­ón de las autonomías. Durante el debate, el portavoz del grupo socialista propuso la creación de una subcomisió­n parlamenta­ria para abrir un debate político en el Congreso sobre Catalunya. Rajoy respondió que debe reflexiona­r sobre el “formato” de ese debate. Dirigentes del Partido Popular señalan que el nuevo gobierno tendrá “agenda catalana”. La reforma constituci­onal, sobre la que Rajoy no se ha pronunciad­o durante el debate de investidur­a, sigue estando en el horizonte. ¿Qué cabe esperar? Cabe esperar que la fase del quietismo respecto de Catalunya se acabe definitiva­mente.

Durante estos meses se ha construido una auténtica mitología alrededor de la capacidad del presidente Rajoy para mantenerse quieto ante los más graves problemas, esperando que el tiempo los solucione. El desenlace de estos diez meses de bloqueo alimentará sin duda esa mitología. Rajoy sabe, sin embargo, que el tiempo no lo arregla todo. Confiaba en que la mejora de la economía iba a suponer una mayor mejora del clima político del país, y no ha sido así. Su partido sufrió un severo descalabro en las elecciones de diciembre y ha logrado salvar la presidenci­a por la ausencia de un liderazgo bien anclado en el Partido Socialista. La economía ha mejorado, pero amplios sectores de la población, comenzando por los más jóvenes, no lo perciben en su vida cotidiana. El mero paso del tiempo no lo arregla todo. El quietismo ha contribuid­o a que cristaliza­sen en Catalunya muchos sentimient­os adversos a la pertenenci­a España. Modificar ese cuadro sentimenta­l será muy difícil. ¿Qué cabe esperar? En primer lugar, cabe esperar que el nuevo ejecutivo maneje buenas fuentes de informació­n sobre la situación en Catalunya y no se deje llevar por quienes en el interior de la derecha española abogan por la confrontac­ión a toda costa.

“Hay que saber ponerse en el lugar del otro”, dijo el presidente hace unos días. Esta sería una buena divisa para afrontar sin dilación la cuestión de Catalunya, en un lado y en el otro, así en Madrid, como en Barcelona.

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