Una buena noticia
El pasado lunes 17 de octubre se celebró por primera vez en muchos lugares de nuestro país el día de las Escritoras. Una iniciativa que partió de la Federación Española de Mujeres Directivas (FDPE), la Biblioteca Nacional y la Asociación Clásicas y Modernas. En Barcelona contó con el apoyo de la Institució de les Lletres Catalanes, la Biblioteca Nacional de Catalunya y el Observatori Cultural de Gènere.
Vaya por delante que los “días de” no me apasionan, más bien me interesan poco, en especial, los que tienen que ver más con cuestiones comerciales de obligado cumplimiento, en forma de perfume o corbata –pienso en los días de la Madre o del Padre–, que con el significado de tal o cual conmemoración. Cierto que a veces se instituye “el día de” con el deseo de que, por lo menos una vez al año, se reflexione sobre algún acontecimiento de interés social, se tenga en cuenta la importancia de enfermedades como el sida o el cáncer de mama y la necesidad de su prevención, o sirva para recordar a la población que los libros nos hacen libres.
Un día al año, por supuesto, no hace daño, aunque el día de la Madre sea para las mujeres todos los días de nuestra vida y la lucha por la erradicación de la violencia de género merezca todas las horas de los 365 días del año. Sin embargo hay tantos “días de” cada día –día del Lavado de Manos, de Los Animales, de Las Personas de Edad, el día del Inventor, del Saneamiento, el día de No Comprar Nada, el del Tango, del Orgullo Zombi y por supuesto del Orgullo Gay etcétera, etcétera, que tales “días de” se me antojan una especie de santoral laico sustitutorio. La Iglesia católica, a lo largo de su historia, ha sido pródiga en conmemorar de manera cotidiana a los mártires, apóstoles y vírgenes a veces de nombres maravillosamente exóticos y sugestivos –Abercios, Columbarios, Lupencios, Eufemias, Nunilonas y Serapiones– tanto o más que sus incomparables vidas, sin duda antecedentes del realismo mágico con que nos deleitaron diversos autores del boom americano de los años sesenta.
El día de las Escritoras, que a partir de este 2016 se celebrará el lunes posterior al 15 de octubre, festividad de Santa Teresa, considerada, aunque no lo sea, la primera mujer autora de la literatura hispánica, nace con la voluntad de recordar, de visibilizar, como suele decirse ahora, a las escritoras. Entiendo que no a las vivas sino a las muertas, olvidadas casi a perpetuidad, sin que nadie las lea pese, en muchos casos, a su extraordinaria calidad literaria. Ninguneadas de las colecciones de clásicos y expulsadas del canon, como es el caso de la magnífica obra de María de Zayas, best seller de su tiempo, traducida entonces a numerosos idiomas, y pionera en la defensa de la mujer.
La iniciativa, en consecuencia, me parece buena –bien venido sea cuanto se organice para acercar las mujeres creadoras al público–, por eso no me gustaría que el día de las Escritoras se quedara en uno más entre los numerosísimos “días de” con que contamos. Habría que asegurarse de que las lecturas de sus textos, con los que las hemos celebrado este año por primera vez, además de tener continuidad dejen de circunscribirse en exclusiva a determinados espacios como las bibliotecas. Es necesario que pasen a otros, a los colegios e institutos, en primer lugar, para que el profesorado, sea de matemáticas o de biología, lea y comente con sus estudiantes fragmentos de nuestras antecesoras.
Quizá no estaría mal, por eso lo propongo desde aquí, que en el Parlamento, tanto en el estatal como en los autonómicos, el próximo 17 de octubre del 2017 se iniciaran las sesiones con la lectura de un texto de esa mujer maravillosa y verdaderamente excepcional que fue Clara Campoamor, a la que tantísimo debemos. Gracias a ella las mujeres pudimos votar antes que en otras naciones de Europa, por ejemplo, en Francia.
Clara Campoamor debería tener una calle en cada uno de los municipios de España, por pequeños que sean, como mínimo reconocimiento a su mérito. Su empeño, su valor y la defensa acérrima de sus convicciones feministas fueron decisivos para conseguir el sufragio universal. Por 161 votos, frente a 121, el histórico 1 de octubre de 1931 las Cortes consolidaron el derecho de las mujeres de ser ciudadanas de primera clase.
Campoamor se enfrentó a otros políticos de izquierda, entre ellos a Victoria Kent, que consideró que el voto femenino inclinaría la balanza hacia las opciones conservadoras y optó por votar en contra. La lucha por la defensa de los derechos de las mujeres le costó a doña Clara la carrera política. Marginada por sus compañeros de partido, murió en el exilio en 1972.
Comenzar la celebración del día de las Escritoras con un fragmento de cualquier libro de Campoamor, mejor aún si es del magnífico discurso del día 1 de octubre de 1931, me parece positivo y estoy segura de que ningún partido político habrá de oponerse. Anímese, señora Pastor, y usted también, señora Forcadell, y con ustedes todos los presidentes y presidentas de los Parlamentos autonómicos. Si lo hacen será noticia de telediario. Una buena noticia.
Propongo que los parlamentos abran la sesión el día de las Escritoras con la lectura de un texto de Clara Campoamor