Visión en túnel
Desde que comenzó la actual campaña para las elecciones presidenciales en Estados Unidos, atentos observadores de la política de aquel país se preguntaban cómo es que, con un rival tan manifiestamente inadecuado como Donald Trump, Hillary Clinton no acababa de tener una ventaja sustancial en los sondeos. De hecho, ha tenido que ser el propio Trump quien empezara a insultar abiertamente a colectivos enteros, especialmente a las mujeres y a los hispanos, para que parezca que Hillary Clinton puede alcanzar finalmente la presidencia.
El pasado martes, Lluís Amiguet publicaba en La Contra una entrevista muy ilustrativa a este respecto con Daniel Pink, asesor en su día del vicepresidente y luego candidato demócrata Al Gore. Pink considera que la revolución digital ha propiciado que los ciudadanos se agrupen por ideologías, aficiones, o incluso manías, y que reciban exclusivamente mensajes que les refuerzan en sus planteamientos y les mantienen impermeables a las ideas o argumentos de quienes no piensan como ellos.
El experto estadounidense denomina este fenómeno de comunidades aisladas que no escuchan a las demás como visión en túnel y, según su análisis, eso explica conclusiones tan estremecedoras para su país como que “si sólo votaran hombres o sólo los blancos, ganaría Trump”, frase con la que se titulaba La Contra ese día.
El lúcido análisis de Pink sobre la visión en túnel es extrapolable a todo el mundo hipercomunicado de hoy. Y es válido en cualquier sociedad que se vea a sí misma desde dos puntos de vista cada vez más distantes y enfrentados entre sí. Un esquema que se manifiesta, casi como una tradición, en la sociedad española y que se puede ver desde hace un tiempo, y de manera crecientemente preocupante, en la sociedad catalana. En los meses que llevo como Defensor, algunos lectores me han planteado por qué si reciben el diario en uno de los dos idiomas en que se publica, encuentran en ese mismo ejemplar cartas de los lectores en el otro idioma. A todos les explico que, cuando comenzó a publicarse La Vanguardia en catalán, el 3 de mayo del 2011, se decidió que la sección de Cartas continuaría acogiendo las comunicaciones de los lectores en la lengua en que estuvieran escritas originalmente, tanto para respetar la expresión propia de cada lector como para plasmar así la realidad innegable de una sociedad en la que conviven dos lenguas.
Creo sinceramente que ese planteamiento inicial es todavía más válido y necesario hoy, a tenor de las actitudes que pretenden no ya tener la razón y toda la razón sino que querrían que las opiniones, y hasta las expresiones, diferentes a las suyas sencillamente desapareciesen.
En realidad, si lo pensamos en términos de salud democrática, el mayor desafío que tiene por delante la sociedad catalana no es el omnipresente debate sobre la independencia, sino lograr que ese y cualquier otro debate se lleven a cabo con máximo respeto a los discrepantes de cualquier signo, con apertura de miras, sin exclusiones ni tergiversaciones. Con ganas de que todo el mundo pueda decir lo que piensa. Precisamente las formas que adoptan los debates nos desvelan hasta qué punto somos capaces de librarnos de los innegables peligros de la visión en túnel.
Si fuéramos capaces de lograr que la intolerancia o el fanatismo no puedan ni por un momento vencer a la democracia, al placer de debatir en libertad, podríamos sentirnos todos profundamente orgullosos como ciudadanos. Seguramente tanto o más orgullosos incluso que si viéramos triunfar las ideas propias. Los lectores pueden escribir al Defensor del Lector (defensor@lavanguardia.es) o llamar al 93-481-22-10
Un experto estadounidense alertaba en ‘La Contra’ sobre el fenómeno de las comunidades aisladas que se refuerzan en sus ideas y no escuchan a las demás