¿Diversidad funcional?
Últimamente es cada vez más frecuente en los medios de comunicación y en el discurso político el uso de la expresión diversidad funcional para referirse a las personas con condiciones singulares y, sobre todo, cuando tienen una discapacidad.
Es una conquista social innegable y justa el reconocimiento del derecho a la diferencia sea por motivos étnicos, de género, de capacidades, de orientación sexual, etcétera, como así lo reconocen la legislación española y los tratados universales.
Por lo tanto, desnudar el lenguaje de cualquier indicio que implique posibles connotaciones peyorativas para las personas así como promover actitudes positivas merece el apoyo de toda la sociedad. Ahora bien, a veces el celo de avanzar en este camino ha llevado al uso de expresiones equívocas y poco fundamentadas en los conocimientos disponibles, como es el caso del término “diversidad funcional” y, en consecuencia, desaconsejamos su uso.
Primero porque la diversidad funcional es una propiedad que define todo ser humano y por tanto no explica las condiciones específicas, por ejemplo, que concurren en un trastorno del desarrollo como es la discapacidad. Cuando utilizamos una palabra es para designar un conjunto de realidades y distinguirlas de otras; y evidentemente no es el caso que nos ocupa.
En segundo lugar, ninguna de las instituciones científicas internacionales en el campo (OMS, APA-DSM-V, AAIDD, por señalar algunas) han adoptado esta expresión en sus definiciones ampliamente reconocidas y utilizadas.
En tercer lugar, cuando se defiende el uso de “diversidad funcional” porque “discapacidad” es lesivo, es una trampa semántica que al fin y al cabo no beneficia a las personas y puede poner en riesgo sus derechos subjetivos. El problema es otro; a lo largo de la historia hemos visto como todas las palabras que hemos utilizado para referirnos a qué se entiende por discapacidad han acabado teniendo un significado peyorativo y eso pasaría igualmente con la expresión que nos ocupa si se extendiera en el tiempo su uso.
El problema, en este caso y en otros, son las actitudes proclives a la marginación de la sociedad que conviene combatir con la educación. Las realidades individuales son las que son, el lenguaje nos puede ayudar a valorarlas, pero nunca confundir.