La Vanguardia (1ª edición)

Emergente discurso español

- José Antonio Zarzalejos

Se ha dicho que ha sido un tripartito el que ayer eligió presidente del Gobierno a Mariano Rajoy. También se han manejado las expresione­s alianza nacional o triple alianza para explicar que el político gallego haya contado con los votos de Ciudadanos y la abstención parcial del grupo socialista. En ambos casos, esas denominaci­ones remiten a una idea de fondo que es segurament­e cierta: el discurso de la derecha española sobre la unidad nacional y la vigencia de la Constituci­ón de 1978 es mayoritari­o en la ciudadanía que se amarra a las certezas de un Ejecutivo burocrátic­o y predecible cuando el oleaje populista o el desconcier­to de la izquierda tradiciona­l provocan transversa­les inquietude­s sociales.

Podría afirmarse –ahí están las lucubracio­nes de cierta intelectua­lidad– que tanto el descabalga­miento de Pedro Sánchez como la crisis entre el PSC y el PSOE responden a causas emparentad­as. El ex secretario general de los socialista­s quiso intentar una alternativ­a al Gobierno de R oy con Podemos y el apoyo de independen­tistas y nacionalis­tas –el proyecto estaba en avanzado pero no cerrado–, lo que encendió las alarmas del PSOE del sur español y motivó la dimisión des ti tu cióndeSánc hez. La virtual ruptura de la relación orgánica entre el PSC y el PSOE se produce por unas diferencia­s insalvable­s que tienen que ver con factores de identidad nacional.

La coreografí­a de esta situación es la catalana que a través de los partidos secesionis­tas –con mayoría parlamenta­ria– ha puesto en marcha un proceso separatist­a sólo rechazado parcialmen­te en Catalunya y casi unánimemen­te fuera de ella. Rajoy y el PP –tan socialdemó­cratas o tan liberales como las circunstan­cias aconsejen– se han adueñado de una idea fuerza emergente ante el órdago catalán que les ofrece un papel político, la consecució­n de un logro compartido y una encarnadur­a ideológica: la defensa de la unidad nacional en los términos de la Constituci­ón de 1978. La explicació­n a ese suelo electoral del PP cuya estabilida­d (entre siete y ocho millones de sufragios) resulta incomprens­ible a muchos analistas (a pesar de la corrupción, a pesar de sus ineficienc­ias, a pesar de su falta de empatía) se localiza en la seguridad que transmiten los populares sobre la solidez de los fundamento­s constituci­onales y sobre la garantía del correcto funcionami­ento de los poderes del Estado. Euskadi y Catalunya no son, además, sus caladeros electorale­s, muy a diferencia de la izquierda.

El PP ha arrebatado al PSOE el legado de la transición democrátic­a porque desde Rodríguez Zapatero (“España es una nación discutida y discutible”) hasta Pedro Sánchez, el socialismo ha querido atender a dos demandas no siempre compatible­s: la de los nacionalis­mos (en Catalunya y Euskadi) y la de sus propias bases de militantes y electorale­s fuera de esas dos nacionalid­ades históricas. Aunque el balance de la colaboraci­ón de los socialista­s con los nacionalis­tas vascos ha sido razonable, la propia izquierda considera que en Catalunya no lo ha sido tanto, llegando muchos dirigentes socialista­s a verbalizar que la indefinici­ón ante el fenómeno nacionalis­ta-soberanist­a ha terminado por traer la ruina al PSOE. Esos mismos dirigentes, la mayoría de Despeñaper­ros para abajo, pero no sólo, entienden que el partido ha de regresar a un planteamie­nto nacional, español, autonómico y salvaguard­ar al Estado del desafío secesionis­ta. Esa es la razón por la que el sector mayoritari­o en el PSOE ha impuesto la abstención que ayer hizo presidente a Rajoy (la alternativ­a no entraba ni siquiera a considerar­se) y esa es también la razón por la que va a revisar a fondo la relación orgánica entre el socialismo español y el catalán. Los discursos independen­tistas en las sesiones de investidur­a de Rajoy han sido de muy grueso calibre y, objetivame­nte considerad­os, han coadyuvado a engastar más de lo que estaba la sensación de que el mayor problema de España es su unidad amenazada desde Catalunya y, el gran riesgo, la conjunción de los soberanist­as con los populistas para impulsar un proceso constituye­nte como con su habitual sinceridad –tan impolítica, tan poco estratégic­a– reconoció Joan Tardà. Fue tal la fogosidad del portavoz de ERC en la Cámara Baja que a medida que subía el diapasón, Rajoy perfilaba mejor su respuesta: lo que dice y cómo lo dice –le espetó el presidente al diputado catalán– “da miedo”. El dirigente popular daba carta de naturaleza al sentimient­o de temor que comienza a suscitar la cuestión catalana y que sirve para hacer emerger la idea-fuerza de lo español. A la que el PSOE quiere enganchars­e pergeñando los pasos de un nuevo itinerario que requiere, antes, de una depuración interna. Más allá de los juicios de valor, esta es, creo, la descripció­n de lo que está pasando más allá del Ebro.

El relato sobre la unidad es mayoritari­o fuera de Catalunya y domina en el PP y el PSOE

 ?? RAÚL ??
RAÚL
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain