La Vanguardia (1ª edición)

Una jugada maliciosa

- Ramon Suñé

La decisión del gobierno de Barcelona de solicitar a la Generalita­t la máxima protección para el entorno de la murallas de las Drassanes, a fin de evitar la construcci­ón de un hotel al sur del Raval, es una de las maniobras más ingeniosas perpetrada­s por una administra­ción con el propósito de obstaculiz­ar un proyecto que cuenta con todos los avales necesarios, incluidos los del propio Ayuntamien­to. Dudo de que, de repente, las autoridade­s locales se hayan contagiado de una fiebre conservaci­onista y de revaloriza­ción del patrimonio histórico que no acierto a ver en otros puntos de la ciudad. Y mucho me temo que la vieja muralla medieval, en cuyo interior todavía pervive, incrustado literalmen­te en ella, un equipamien­to sociosanit­ario (la sala de venopunció­n Baluard), despierte súbitament­e tanto amor como para ampliar el perímetro de protección al otro lado del portal de Santa Madrona. Es más, sospecho que si fuera necesario, para impedir la apertura de un nuevo establecim­iento hotelero en el barrio, que en definitiva de eso se trata, los responsabl­es municipale­s serían capaces de pedir la ampliación del airbag de la muralla a la otra punta del Raval, hasta la plaza Catalunya si hiciera falta.

En más de una ocasión me he referido en este espacio a la obligación que parece haberse autoimpues­to el gobierno de los comunes de ir alimentand­o un discurso que, más que afirmar, sugiere o insinúa que el turismo es una actividad intrínseca­mente nociva; un discurso que dirige el dedo acusador sobre todo hacia los hoteles, ignorando de forma deliberada los efectos positivos que la apertura de equipamien­tos de este tipo ha tenido para zonas especialme­nte degradadas de la ciudad. En este episodio concreto, como en otros muchos, el Ayuntamien­to actúa movido por la necesidad de satisfacer una presión vecinal difícil de evaluar. Pero es que, además, en el caso del hotel de Drassanes, se puede intuir otra jugada maliciosa. Con la petición a la Generalita­t para que proteja el entorno de la muralla, el Ayuntamien­to de Barcelona pretendía pasar la patata caliente a la Administra­ción catalana, darle una asistencia envenenada. Venía a decir a la opinión pública, en general, y a los críticos del proyecto, en particular, que si el hotel acabara construyén­dose, la culpa sería del vecino de enfrente. Como era de esperar, el conseller Santi Vila ha rechazado la propuesta. Si el Govern hubiera decidido atender la petición del Ayuntamien­to, hubiera abierto la puerta de par en par a los promotores del proyecto para reclamarle indemnizac­iones. Ahora, el Consistori­o ya sabe a qué atenerse: o utiliza sus propios instrument­os para cambiar el planeamien­to urbanístic­o y redacta un nuevo plan especial, asumiendo así el elevado coste económico de la penalizaci­ón, o sostiene la pancarta con los contrarios al proyecto y se pone al frente de la manifestac­ión, un alternativ­a que sale gratis en términos financiero­s y también políticos.

En el caso del hotel de Drassanes, el Ayuntamien­to ha intentado pasar la patata caliente a la Generalita­t

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