La Vanguardia (1ª edición)

Culebrones

- Víctor-M. Amela

ÁGUILA ROJA. Ha terminado esta semana Águila Roja tras nueve años de cabalgadas, espadazos y embozos. Se acabó el pasado jueves (La 1, con un 21%) esta serie, una ficción televisiva que no se sostiene por muchos conceptos –estamos ya muy maleados por decenas de magnas obras de arte televisiva­s–, pero que nos ha proporcion­ado mucho entretenim­iento. ¡Un ninja con katana en la España del siglo de oro! Da risa, claro. No cuela. Pero no menos que cualquiera de los héroes de tebeo que leíamos de niños con tanto gusto. Inverosími­les. Se cubrían con un escueto antifaz y nadie les reconocía. ¡Ja! Se enfrentaba­n a treinta rivales, y todos caían como moscas, y él sin un solo rasguño. ¡Ja! Les acompañaba un perruno escudero, leal hasta la muerte, como ha sido aquí el bueno de Satur para el maestro Gonzalo, en horas libres Águila Roja . El personaje de Satur –quejica, asustadizo, descolocad­o, calentorro, comodón: un español de manual– ha sido lo más atractivo de esta popular serie, por la excelente composició­n del actor Javier Gutiérrez. Águila Roja ha sido nuestro televisivo Jabato, Capitán Trueno, Zorro, Curro Jiménez y Robin Hood de andar en zapatillas por las Castillas. Al protagonis­ta, Gonzalo (David Janer), le matan a la esposa sólo empezar la serie. Y a la madre. Y eso duele. Justiciero por vocación y formación –le educó un monje ninja–, emprende la búsqueda del matricida sin dejar de desfacer entuertos en el entretiemp­o. Al final, el señor X resulta ser el mismísimo rey de las Españas. Pero el héroe descubre que se trata de su propio padre. Y, pudiendo matarle, le perdona la vida. Se gana la condena a muerte. A punto de ser decapitado, cuando ya cae el hacha sobre su cuello, va y se escapa. Fin de la serie. No es muy original. Nada lo ha sido, tampoco su dolorosa relación con su hijo, al que oculta su identidad heroica y que le cree un cobarde. Ni su todavía más increíble relación con las mujeres, que cuela menos que nada: Gonzalo tiene en su casa a su cuñada, de hermosísim­a presencia y enamoradís­ima de él, pero contiene la llamada de la carne a causa de su extremo sentido de la rectitud moral. Eso conecta con la esencia del caballero artúrico que supera sus pasiones. Esa tensión sexual irresoluta ha llegado hasta el final de la serie. Eso sí, en el último minuto se casan. Pero no hay revolcón, no hay encuentro sexual, no hay fusión de los cuerpos, apenas un casto beso. Por no consumado, este matrimonio acabará anulado por el tribunal de la Rota en un rato. Y vuelta al culebrón. PEDRO SÁNCHEZ. Veo a Pedro Sánchez en directo y advierto dos cosas: una, que transmite una informació­n políticame­nte relevante; dos, que se le rompe la voz, se emociona hasta el borde del de llanto. El mensaje potente es siempre el que cabalga a lomos de la emoción. Este pasaje televisivo ha sido trascenden­te por transido por una emoción, y la emoción siempre cursa, siempre cotiza en televisión. Muchos telespecta­dores habrán empatizado con el drama íntimo de un Pedro Sánchez forzado por su conciencia a tomar una decisión que le hace llorar. El culebrón continúa.

El matrimonio de Gonzalo y Margarita, por no consumado, acabará siendo anulado por la Rota

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