La Vanguardia (1ª edición)

Dios nos espera a todos

- Juan José Omella J.J. OMELLA, arzobispo de Barcelona

El próximo miércoles recordarem­os de manera especial a todos los difuntos, a nuestros seres queridos que nos han dejado y que recordamos con afecto y dolor. Y en esta fecha de los Fieles Difuntos quien más quien menos se hace la pregunta de si existe o no el cielo. Y acostumbra­mos a decir: ¿nadie ha vuelto y, por lo tanto, podemos estar seguros de que hay vida después de la muerte?

Permitidme que os explique una pequeña historia que pasó en una clínica. Un hombre muy enfermo estaba muy inquieto y turbado. Cogió la mano del médico y le dijo:

–Tengo miedo de morir. ¿Dígame, doctor, qué me espera después de la muerte? ¿A qué se parece lo que hay al otro lado?

–No lo sé, le responde el doctor. –¿No lo sabe?, le dice el enfermo. El doctor, en lugar de responderl­e, abre la puerta. No se imaginaba encontrar su perro, un magnífico pastor alemán, que lo había seguido a través de la ciudad, había esquivado la vigilancia del portero de la clínica y ahora estaba en el pasillo. Cuando el perro vio a su amo le saltó encima y le manifestó de mil maneras la alegría de haberlo encontrado.

El doctor se giró hacia el enfermo y le dijo: “¿Ha observado el comportami­ento del perro? Él nunca había estado en este hospital, no conocía la casa, no sabía cómo eran los lavabos, el armario, las camas, ni de qué color son las paredes de los pasillos. Él sabía que su dueño estaba aquí, al otro lado de la puerta, y está contento y entusiasma­do desde que se ha abierto la puerta y me ha encontrado. Mire, yo no sé nada de lo que nos espera al otro lado después de la muerte. Lo que sé es que el Señor, Padre nuestro, está al otro lado y nos espera. Y el día que la puerta se abra, es decir, el día de nuestra muerte, yo pasaré al otro lado y recibiré con inmenso gozo el abrazo de Dios Padre”.

Bonita reflexión, la del doctor. Nos anima a vivir con esperanza porque no podemos olvidar que Dios es nuestro Padre, que nos ama y que está deseando darnos un abrazo después de la muerte e introducir­nos en su casa, que no sabemos muy bien cómo es, pero eso no importa, ya que lo que realmente es importante es que seremos amados y abrazados por Él.

“Quien contempla a una pareja que se mira tiernament­e; quien contempla a un bebé que busca, mientras mama, los ojos de la madre, como si quisiera almacenar para siempre su sonrisa, percibe una lejana intuición del cielo. Poder mirar a Dios cara a cara es como un único y eterno momento de amor” (Youcat. Catecismo joven de la Iglesia católica).

Sí, rogamos por nuestros difuntos a fin de que el Señor les perdone las faltas y puedan recibir su abrazo y disfrutar en su presencia en compañía de todos los seres queridos que los han precedido en el camino del cielo. Y pedimos al Señor que no perdamos la confianza en su amor de Padre, que podamos recibir su abrazo de Padre y disfrutemo­s para siempre de su compañía.

No sabemos cómo es la casa de Dios, pero lo que es importante es que seremos amados y abrazados por él

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