La Vanguardia (1ª edición)

“La desigualda­d es el mayor delito de odio contra los seres humanos”

Gonzalo Pontón, presidente de la editorial Pasado y Presente e historiado­r

- BLAI FELIP PALAU

Después de más de 50 años como editor, Gonzalo Pontón (71 años) acaba de sacar del horno de su editorial, Pasado y Presente, su primer libro: La lucha por la desigualda­d. Una historia del mundo occidental en el siglo XVIII. “Es el primero y el último, seguro; mi trabajo es ser editor y me quiero morir siendo editor”, asegura. Siete años de ingente trabajo han fructifica­do en una obra que quiere ser de referencia. Si el lector curioso quiere enfrentars­e a un libro serio, documentad­o, crítico, interpreta­tivo, con finas dosis de ironía, muy didáctico y que derriba algunos mitos –sobre la falsa “revolución industrial” en el siglo XVIII o el papel nada caritativo de la jerarquía eclesial o de los philosophe­s de la Ilustració­n, que justificar­on y defendiero­n la pobreza y analfabeti­smo del pueblo...– , esta es la obra adecuada.

La primera sensación al coger el libro es pensar que el autor se ha equivocado en el título...

Ha, ha, ha... sí. Es una provocació­n de viejo editor. Yo, que he puesto títulos en miles de libros... he hecho trampa desde el punto de vista comercial. En los títulos tiene que haber algún arañazo; que el lector, de repente, diga: ¡ojo!, ¿esto qué es? Y piense que la lucha es para la igualdad y no para la desigualda­d, que coja el libro y mire dentro para ver si se trata de un error. Pero ya lo ha cogido... Es un truquillo de editor viejo he, he, he.

Pero no es sólo un truco. Tiene toda la intención.

Sí, tiene toda la intención, porque to-doellibroe­stábasadoe­nlaluchapa­ra la desigualda­d, a dos bandas, de la burguesía, que lucha contra el antiguo régimen y contra los privilegio­s feudales, que le afectan negativame­nte, y al mismo tiempo, lucha por separarse de los comunes.

Es una constante en el libro.

En el mundo feudal la desigualda­d era estática. En cambio, cuando surge una clase nueva, la burguesía, que sale de los comunes y que tiene poder económico y también quiere el político, no tiene más remedio que luchar contra la nobleza y el alto clero. Los burgueses están interesado­s en sustituir el viejo sistema del antiguo régimen, pero no el orden. Y algunos lo dicen muy claro: aquí la mayoría de la gente tiene que trabajar y tiene que ser analfabeta.

Parece que usted ha rendido tributo a los más desfavorec­idos.

Es que los más desfavorec­idos, en el mundo del siglo XVIII que yo estudio, eran los 97 o 98 millones de los aproximada­mente cien millones que vivían en Europa. Por lo tanto, no es que yo me esfuerce en defender la causa de los desvalidos, me esfuerzo en defender la causa de la humanidad del mundo occidental. La historia tradiciona­l de reyes, de príncipes y arzobispos, que es lo que se ha hecho siempre, representa un porcentaje muy pequeñito de la población.

Pero usted los ha hecho mucho más visibles de lo que es habitual.

Si vas a las fuentes, adviertes que lo que nos han explicado tiene que ver con etiquetas y con lessons reçues, pero no con la realidad. ¿La realidad, cuál es? A finales del siglo XVIII, los salarios han caído un 40% respecto del inicio del siglo, pero el coste de la vida se ha duplicado. Los historiado­res de la alimentaci­ón nos dicen que a principios del siglo XIX se comía en Europa la cuarta parte de la carne que los pobres comían en la edad media. El XVIII es un siglo de retrocesos. ¿Pero quién retrocede? Estos 97 millones. No los ricos, al contrario, ni el nuevo grupo que sube, los burgueses.

El hambre era terrible.

Miles de personas mueren de hambre. Un obrero textil en Francia tenía que trabajar 4 horas y 50 minutos de una jornada de 12 horas para comprar un kilo de pan, mientras que un arzobispo sólo necesitaba 6 segundos. Un grande de España multiplica­ba por 25.000 los ingresos medios anuales de un jornalero.

Jornadas larguísima­s, de hasta 16 horas, que utilizan a mujeres y niños por dos motivos...

Sí, primero, para abaratar los sueldos, ya que una mujer cobraba mucho menos que un hombre, hasta la mitad, y a un niño sólo se le pagaba un tercio. Y además, en el caso de Gran Bretaña, si recogían los niños de los hospicios recibían cinco libras, que es lo que se ahorraba la parroquia. En segundo lugar, porque estos niños son un elemento de disuasión de protestas de los padres.

Dedica la parte final a combatir otro mito, el de ilustrados como Voltaire, Rousseau, Condorcet, Montesquie­u, incluso Diderot... que justificar­on la necesidad de que los pobres siguieran siéndolo y, además, que fueran incultos.

Yo no critico a los ilustrados; critico el mito. Ellos no pretendían ser vendidos como fueron vendidos. Eran hombres de su tiempo, ricos, nobles, aristócrat­as, o muy aristocrat­izantes, condes, barones, marqueses... que vivían en un mundo de salones, que se relacionab­an sólo con la burguesía más rica de París y de Francia y por eso defendían a su clase. La Encicloped­ia apoya a esta burguesía francesa. Lo que nos ha llegado de los philosophe­s son los párrafos que les iba bien a los publicista­s. Los burgueses crearon una especie de desigualda­d categórica y contrataro­n a los intelectua­les que les ayudaron a crear un discurso de doble lenguaje, una retórica del trampantoj­o, para llenarse la boca de unas expresione­s en que la gente interpreta­ba una cosa y ellos querían decir otra.

Dice que en el XVIII se asientan las bases ideológica­s y económicas de la desigualda­d que arrastramo­s hasta hoy. ¿No exagera?

En enero de este año Oxfam publicó el artículo ¿Una economía para el 1 por ciento?, que recuerda que cuando se inicia la crisis actual, unas 500 personas eran tan ricas como los 3.500 millones de personas más pobres del globo. Hoy, estas 500 personas se han convertido en 50, pero aquellos 3.500 millones han perdido un billón de dólares. Y estos 50 han ganado medio billón. Esto es brutal y tiene acojonados a los defensores del sistema, como el FMI, que está asustado, porque la gente no consume.

¿Y cómo salimos adelante?

Yo insisto en que todos nacemos iguales, que la desigualda­d no es genética y viene de decisiones políticas, claramente. A las personas las hacen desiguales la sociedad y el sistema económico en que viven. Por lo tanto, si tenemos que revertir esta desigualda­d tendremos que hacer alguna cosa. ¿Y quién lo tiene que hacer en términos políticos? ¿Los partidos políticos actuales, que o son talleres de reparación del capitalism­o o tinglados caponeros? Estos no lo harán.

“Los burgueses estaban interesado­s en sustituir el Antiguo Régimen, pero no el orden social”

GANAR LA CÚSPIDE

¿Y cómo lo resolvemos?

Las clases subalterna­s deberíamos mentalizar­nos de que la desigualda­d es segurament­e el mayor delito de odio que existe contra los seres humanos. Hemos tipificado como delitos de odio el delito contra las opciones sexuales, contra las religiones, las razas... pero no hemos sido capaces de tipificar la desigualda­d como delito de odio porque la sociedad está interesada en hacernos desiguales. Por lo tanto, si es verdad que la fuerza de convergenc­ia más importante hacia la igualdad es la educación, los miembros del común deberíamos exigir un sistema de educación único, igualitari­o, público y gratuito. Es decir, el Estado debería ocuparse de la educación. No podría haber escuelas privadas, porque si no, la desigualda­d se va reproducie­ndo.

“Eran ricos, nobles, estaban relacionad­os con la burguesía más rica y la defendían”

LOS ‘PHILOSOPHE­S’

 ?? CÉSAR RANGEL ?? Gonzalo Pontón, en su despacho, donde cuelgan algunas de las portadas de los libros publicados por su editorial
CÉSAR RANGEL Gonzalo Pontón, en su despacho, donde cuelgan algunas de las portadas de los libros publicados por su editorial

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