Pop expansivo y elegante
Neil Hannon se encuentra en aquello tan difícil de definir que responde por estado de gracia, y la prueba más elegantemente contundente es este Foreverland, que puede desconcertar en un primer momento pero que acaba subyugando. El músico irlandés –de ya prolongada carrera en el negocio y el arte musical– sigue manteniéndose fiel a sus principios estéticos, uno de los cuales y más definitorias es la caracterización de cada una de las composiciones que firma. Es decir, que tiene una virtud/habilidad bastante única dentro de la escena del pop-rock de convertir caracteres y emociones en gloriosas cosas vivas.
En este ya undécimo álbum, Hannon se desenvuelve con especial habilidad y suficiencia –en el sentido laudatorio del término– entre los vestidos sonoros con los que engalana la docena de composiciones que dan vida y alma al disco. Lo hace con su ya conocido pop orquestal, con a veces intrincadas secciones de cuerda, pero también con sonoras aportaciones de metal. Hannon no oculta sentirse a gusto entre la grandeur, la elegancia mundana y un cierto dandismo despreocupado que sirve de creíble contrapunto a todo el montaje. Una arquitectura en donde cohabitan los personajes históricos (Napoleón, Catalina la Grande), la presencia de numerosas y elaboradas texturas sonoras y un pop más expansivo que nunca que acaban en un mismo lugar: tejiendo una oda a las cosas perdurables, a las emociones sin fecha, a la felicidad alcanzable.