La Vanguardia (1ª edición)

Bloqueo político y crisis democrátic­a

- Xavier Mas de Xaxàs

A las promesas electorale­s les cuesta mucho trasformar­se en políticas capaces de corregir las corrientes de fondo que marcan el ritmo y la evolución de las sociedades. Hay veces, incluso, que la distancia entre la clase política y la masa ciudadana es abismal. ¿Cómo se explican ustedes, por ejemplo, que republican­os y demócratas opten a la Casa Blanca con los candidatos menos populares que se recuerda? ¿Cómo es posible que el Partido Republican­o compita con Donald Trump, una persona que, al margen de sus ideas, da la sensación de no estar preparada para la presidenci­a? ¿Cómo es que el Partido Demócrata, después de Barack Obama, no ha podido encontrar un aspirante más fresco que Hillary Clinton, tres décadas de carrera política a sus espaldas, defensora de un establishm­ent bajo sospecha?

Ni Trump ni Clinton tienen la visión, la capacidad de unir un país polarizado. Trump porque ha hecho una campaña basada en el miedo y el resentimie­nto, además de en la excentrici­dad de su carácter. Hillary porque, a pesar de su experienci­a y pragmatism­o no puede disociarse de su marido, el expresiden­te Bill Clinton, bestia negra de los republican­os desde que, contra pronóstico, derrotó a George Bush en 1992.

Hillary Clinton será una presidenta débil porque en contra tendrá al Partido Republican­o en bloque, unos congresist­as que mantendrán el control de la Cámara de Representa­ntes y no querrán pactar nada con ella.

Los congresist­as republican­os se han opuesto a todas las iniciativa­s del presidente Obama, en una política de bloqueo, de tierra quemada, que responde únicamente a su superviven­cia. Son rehenes de la extrema derecha y los que se han sentado a negociar con la Casa Blanca han sufrido las consecuenc­ias. Nadie olvida al congresist­a Eric Cantor, líder de la mayoría republican­a que perdió la reelección en el 2014 porque el Tea Party presentó a un candidato alternativ­o en su distrito de Virginia. Quería castigarlo por haber llamado a la puerta de Obama.

Los republican­os, además, confían en que las elecciones del 2018 les irán mucho mejor. Los demócratas deberán defender entonces 25 escaños en el Senado y ellos sólo ocho. Aunque ahora pierdan el control tienen opciones de recuperarl­o dentro de dos años. Oponerse a todo lo que proponga la presidenta Hillary Clinton será su mejor campaña. La participac­ión, como es normal en las elecciones sólo legislativ­as, también les beneficia porque será menor, con más proporción de blancos y gente mayor. Los republican­os no tienen, por tanto, ningún incentivo para buscar un espacio común con los demócratas y este bloqueo legislativ­o aumentará la polarizaci­ón ideológica.

A un Donald Trump presidente le será más fácil aprobar leyes, aunque enfrente tenga a unos diputados y senadores republican­os que, en su mayoría, le han dado la espalda.

Pero aunque Trump pierda la Casa Blanca, el trumpismo no desaparece­rá. Es una fórmula de éxito. El populismo está en alza. La campaña del 2016 no será recordada sólo por Hillary Clinton, la primera mujer a las puertas de la presidenci­a, sino, especialme­nte, por Trump, el magnate que ha demostrado el enorme poder de la nueva demagogia. Por todo ello, la primera democracia del mundo seguirá en crisis.

La campaña del 2016 será recordada porque Trump ha demostrado el gran poder de la nueva demagogia

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