La Vanguardia (1ª edición)

Crisis de régimen

- Fernando Ónega

De momento, el señor Rajoy nombra esta tarde a su gobierno y después ya veremos. Si todo lo que se jugaba en la investidur­a era decidir un presidente, el señor Rajoy tuvo la suerte de su lado, encontró un Ciudadanos dispuesto a pactar y pactó, y el PSOE se arrodilló sin presentar batalla ni haber intentado un pacto, una concesión que le permitiera salvar la cara. Y cuando Albert Rivera asegura, como ayer, que Ciudadanos no entrará en un gobierno del Partido Popular “si seguimos con el mismo presidente”, puede sentarse a esperar: ese presidente cuya retirada postula vive un momento de gloria. Podrá verse débil porque le falta una mayoría estable. Podrá tener parte de su programa en revisión porque ha de aceptar condicione­s y propuestas de los partidos que lo sostienen; pero disfruta de un nuevo estado de gracia. Todo lo publicado desde el sábado ha sido un rosario de alabanzas a su resistenci­a, su capacidad de administra­r los tiempos, a su elocuente sarcasmo y a su superiorid­ad como estratega en el manejo del poder.

Pero cada día se ve más claro que en esa investidur­a no sólo se jugaba un gobierno. Se empezó a jugar el sistema político. Lo que dijo después Pedro Sánchez sobre la necesidad de entenderse con Podemos es un error de libro, pero responde a la realidad de una debilidad: “Si no puedes con tu enemigo, acuéstate con él”. Y lo que dijeron los demás partidos, con la excepción del PNV y los aliados del PP, ha sido elocuente y ha dado sugestivos titulares. Quizá sólo satisfizo a sus clientelas y los más agresivos (Iglesias, Garzón, Matute, Rufián, incluso Homs) no ganaron un voto más; pero han demostrado que los contrarios al sistema están en las institucio­nes y prometen batalla.

No son mayoría, porque no llegan al centenar de escaños. La gran mayoría parlamenta­ria sigue en lo que ellos llaman “el régimen”. Pero dejan un panorama político inquietant­e, porque ese centenar o está en la ruptura del consenso constituci­onal, o está en el reconocimi­ento de España como nación de naciones, o está directamen­te en la autodeterm­inación, o en los cuatro objetivos a la vez. Todo aquel a quien Pablo Iglesias dio una palmada al bajar de la tribuna está en el cambio de régimen. Quedó claro que hay una España constituci­onalista y otra que poco a poco eleva su voz en contra.

Esta división no se había visto en los cuarenta años de democracia. Y el tono agresivo de las palabras indica cuán difícil, por no decir cuán imposible, es el acercamien­to. Se abrió la brecha de forma aparenteme­nte irreconcil­iable. Como si fueran alineacion­es de equipos, quedaron dibujados los dos bandos. Es la primera gran señal de alarma. Y todo dependerá de qué lado caiga la solución de la crisis socialista. Si cae del lado del PSOE tradiciona­l, el sistema tiene larga vida. Si cae del lado que dice Sánchez o el partido se desintegra, la crisis no será de partido. Será una crisis de régimen.

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