Crisis de régimen
De momento, el señor Rajoy nombra esta tarde a su gobierno y después ya veremos. Si todo lo que se jugaba en la investidura era decidir un presidente, el señor Rajoy tuvo la suerte de su lado, encontró un Ciudadanos dispuesto a pactar y pactó, y el PSOE se arrodilló sin presentar batalla ni haber intentado un pacto, una concesión que le permitiera salvar la cara. Y cuando Albert Rivera asegura, como ayer, que Ciudadanos no entrará en un gobierno del Partido Popular “si seguimos con el mismo presidente”, puede sentarse a esperar: ese presidente cuya retirada postula vive un momento de gloria. Podrá verse débil porque le falta una mayoría estable. Podrá tener parte de su programa en revisión porque ha de aceptar condiciones y propuestas de los partidos que lo sostienen; pero disfruta de un nuevo estado de gracia. Todo lo publicado desde el sábado ha sido un rosario de alabanzas a su resistencia, su capacidad de administrar los tiempos, a su elocuente sarcasmo y a su superioridad como estratega en el manejo del poder.
Pero cada día se ve más claro que en esa investidura no sólo se jugaba un gobierno. Se empezó a jugar el sistema político. Lo que dijo después Pedro Sánchez sobre la necesidad de entenderse con Podemos es un error de libro, pero responde a la realidad de una debilidad: “Si no puedes con tu enemigo, acuéstate con él”. Y lo que dijeron los demás partidos, con la excepción del PNV y los aliados del PP, ha sido elocuente y ha dado sugestivos titulares. Quizá sólo satisfizo a sus clientelas y los más agresivos (Iglesias, Garzón, Matute, Rufián, incluso Homs) no ganaron un voto más; pero han demostrado que los contrarios al sistema están en las instituciones y prometen batalla.
No son mayoría, porque no llegan al centenar de escaños. La gran mayoría parlamentaria sigue en lo que ellos llaman “el régimen”. Pero dejan un panorama político inquietante, porque ese centenar o está en la ruptura del consenso constitucional, o está en el reconocimiento de España como nación de naciones, o está directamente en la autodeterminación, o en los cuatro objetivos a la vez. Todo aquel a quien Pablo Iglesias dio una palmada al bajar de la tribuna está en el cambio de régimen. Quedó claro que hay una España constitucionalista y otra que poco a poco eleva su voz en contra.
Esta división no se había visto en los cuarenta años de democracia. Y el tono agresivo de las palabras indica cuán difícil, por no decir cuán imposible, es el acercamiento. Se abrió la brecha de forma aparentemente irreconciliable. Como si fueran alineaciones de equipos, quedaron dibujados los dos bandos. Es la primera gran señal de alarma. Y todo dependerá de qué lado caiga la solución de la crisis socialista. Si cae del lado del PSOE tradicional, el sistema tiene larga vida. Si cae del lado que dice Sánchez o el partido se desintegra, la crisis no será de partido. Será una crisis de régimen.