Misterios de Washington
Pocos días antes de las elecciones, la situación en Estados Unidos es menos clara que nunca. Existe un amplio consenso en el sentido de que la campaña ha mostrado que el país está sumido en un caos. La impresión creada en el extranjero es desastrosa. Según políticos chinos, la experiencia estadounidense muestra que un sistema multipartidista conduce al desastre. Putin, en un discurso a un grupo de intelectuales, expresó su desprecio por el sistema político estadounidense y añadió que no hay motivo para seguir temiendo al poder estadounidense.
Hasta hace una semana, parecía que la victoria de los demócratas era cosa segura; han ido 10 puntos por delante. Pero en los últimos días, por varias razones, la distancia se ha reducido a 5 puntos incluso menos. Además, se produce el efecto Bradley, según el cual las numerosas encuestas de opinión deben interpretarse con notable cautela. Tom Bradley fue alcalde de Los Ángeles en los años ochenta y optó como candidato a gobernador de California. Llevaba claramente la delantera contra un candidato que no ostentaba una fuerte posición. Pero perdió. Quedó claro que un número respetable de respuestas a las encuestas no eran fiables; habían indicado que la gente votaría por Bradley pero, en última instancia, no adoptaron tal postura porque no querían un gobernador negro. Y los encuestados no se atrevieron a decirlo abiertamente por temor a ser considerados racistas.
En la actualidad, el racismo no ostenta un papel decisivo, pero un sector del electorado se muestra evidentemente reticente a admitir que vota por un candidato (un candidato muy flojo y deficiente) que apenas supera la categoría de payaso. Por otra parte, al final puede demostrarse que es más fuerte e intenso su encono e irritación contra el establishment y contra Clinton (una candidata muy floja y deficiente).
Una de las principales cuestiones involucradas en el asunto es la decisión del director del FBI de reabrir la investigación sobre Clinton por haber usado inadecuadamente el correo electrónico sujeto a control oficial cuando era secretaria de Estado. Ella reveló supuestamente secretos de Estado a personas que nunca deberían haber recibido los mensajes. Los asesores de Clinton deberían haberle advertido de la cuestión, pero ahora queda de manifiesto que la categoría de los asesores no era muy elevada y la mera idea de que esta clase de consejeros puedan en el futuro ocupar puestos destacados en el Gobierno daña sus perspectivas. Si Roosevelt ha entrado en la historia como un gran presidente se ha debido en gran medida al hecho de que estaba rodeado de buenos consejeros. Los asesores de Clinton son de muy bajo calibre. En su caso, la lealtad parece ser mucho más importante que su competencia.
El director el FBI había decidido previamente que no proseguiría estas investigaciones, pero por lo visto ante el temor sobre su continuidad en el cargo cambió de modo de pensar aun cuando el Departamento de Justicia emitió claras instrucciones en el sentido de que el FBI debía mostrarse muy escrupuloso en no intervenir en la campaña electoral.
Otro misterio es la intervención rusa en la campaña. Rusia ha pirateado mensajes estadounidenses en internet no protegidos, cuyas conclusiones después ha difundido siempre a favor de Trump. Por otra parte, Trump ha expresado gran simpatía y admiración por Rusia y en concreto por Putin de forma personal. Cabría pensar en una serie de explicaciones, pero ninguna de ellas es plenamente convincente. Trump posee considerables intereses empresariales en Rusia, donde vende pisos y viviendas por valor de cientos de millones de dólares; Putin acoge positivamente el hecho de que Trump es un aislacionista y probablemente da por hecho que el declive de EE.UU. bajo el mandato de Trump será inevitable. Pero, mientras todo ello es difícil de comprender, cabe preguntarse por qué Putin habría de arriesgarse a apostar por un candidato cuya victoria no es segura en absoluto.
Más misterios. Wikileaks, y otras fuentes de revelaciones favorables a Trump, han sido juzgadas generalmente de izquierdas. Pero Donald Trump no es más miembro del bando izquierdista que Putin y el Gobierno ruso. ¿Cómo explicar su interés en una victoria del candidato de derechas, que con todo su fervor aislacionista resulta impredecible?
Pero la cuestión más inquietante es esta: ¿cómo es posible que un candidato como Trump, gane o pierda, pueda alcanzar un seguimiento tan masivo? Sería comprensible si Estados Unidos se hallara en la situación de afrontar una crisis como la que sufrió Alemania en 1932-1933. Pero aunque EE.UU. afronta serios problemas, no son ni remotamente tan graves como aquellos a los que tuvo que hacer frente Europa en aquella época. El establishment estadounidense puede haber cometido muchas faltas y errores, pero ello sigue sin explicar la intensidad del encono e irritación que ha evidenciado la campaña. Habrá que invertir un gran esfuerzo en el análisis para encontrar respuestas convincentes a estas preguntas.