La Vanguardia (1ª edición)

Claudia y los íberos

- Julià Guillamon

Hace unos años paseábamos con un amigo por Pedralbes. “¿Has visto cuántas rubias?” –me soltó–. “En los años sesenta se veían pocas rubias y estaban muy valoradas. Las más guapas se fueron casando con chicos pudientes y se fueron a vivir a la zona alta”. “¿Tú crees?”. Pero la verdad es que aquella tarde, en el paseo Bonanova, se veían muchas rubias, señoras que fueron jóvenes en los años cincuenta y sesenta. Todo esto viene al caso porque he estado leyendo las historieta­s de El Jabato que devoraba de pequeño, como un homenaje a Víctor Mora, que era su guionista y que murió el pasado verano. Y me he dado cuenta de que la heroína, Claudia, era morena (¡y no rubia, como yo pensaba!). Y que el Jabato no era íbero (en el sentido de ausetano o ilergeta) sino íbero en el sentido de ibérico de Hispania y que en realidad, a pesar de que no había cruces ni nada, era un cristiano machote (aunque con esa discreta musculatur­a no se comería una rosca en un gimnasio de hoy). No sé si me faltaba comprensió­n lectora o si Víctor Mora complicaba las cosas ex profeso para no tener que sujetarse a ninguna lógica histórica y poder ir encadenand­o aventuras que pasaban en junglas y ciudades sumergidas, pecios y arrecifes con escafandra­s que no sé si eran iberas o hispánicas.

De El Jabato aprendí muchas cosas. La primera: a esperar impaciente a que llegara el jueves para ir al quiosco del señor Manolo, que era amigo de mi padre (que le compraba Winston de Andorra), a buscar el número que salía aquel día. ¡Qué sensación llegar al quiosco y recoger la revista que el señor Manolo tenía apartada! Ahora hay siempre de todo en todo momento y cuesta de entender. Cuando la historia hacía meses que duraba, Víctor Mora introdujo en el grupo de los personajes principale­s –el Jabato, Taurus, que era un bruto ataviado con una piel de oso, y la morena Claudia– a un poeta con una túnica encarnada, una lira y una corona de laurel en la cabeza que se llamaba Fideo de Mileto. Comprendí que como poeta profesiona­l se puede hacer mucho el ridículo. Mora fue el traductor al catalán de los cómics de Astérix y es posible que sacara la idea del bardo Asurancétu­rix. Es genial: ¡un poeta inspirado que lleva un nombre que suena igual que assurance à tout risque! Son cosas que, leídas en la juventud, te curan para siempre de la poesía paliza. También aprendí que los mayores que tú pretenden imponer siempre sus gustos, sus mitos y sus monsergas. Siempre hablando de El Capitán Trueno... Pues no me da la gana: yo soy de El Jabato.

Finalmente, comprendí la importanci­a que han tenido en este país, hasta hoy, los ascensores sociales. Los señores de la Bonanova se buscaban chicas rubias. Claudia, hija de un senador, con aquellos morritos y la diadema siempre en la frente, despachaba al general Marco y se fugaba con aquel íbero, hispano o lo que sea, del torso desnudo y la faldita. “Ai pares que teniu filles, caseu-les amb qui els agradi!”. Sea el Jabato o el Pijoaparte. La semana que viene hablaré de un libro de cuentos formidable de Víctor Mora: Mozzarella i Gorgonzola.

De ‘El Jabato’ aprendí muchas cosas, la primera: a esperar impaciente a que llegara el jueves para ir al quiosco

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