LAS BUENAS PRÁCTICAS HAY QUE DEMOSTRARLAS
Empresas, entidades e instituciones demuestran su compromiso con la Responsabilidad Social Empresarial mediante sellos y certificaciones
Decir que lo haces bien es relativamente sencillo; demostrarlo no lo es tanto. Por ello, cada vez más empresas, entidades e instituciones optan por obtener algún tipo de certificación o sello nacional o internacional que acredite su gestión de la RSE. “El principal elemento por el que una certificación es importante no es tanto por el certificado en sí (que tiene sus implicaciones), sino por todo lo que viene detrás. El certificado es la punta del iceberg, y un elemento que tienen las empresas para –de una manera muy clara– demostrar qué están haciendo en RSE”, explica Ana Herrero, directora de Proyectos y Servicios de Forética. Y añade: “Un certificado aporta un gran valor a la compañía porque, sin tener que dar grandes explicaciones, simplemente enseñando el certificado, la empresa o administración que pregunta por tu trabajo en RSE ya lo tiene claro. Además, muchas empresas lo quieren para diferenciarse de la competencia o simplemente porque la dirección está totalmente concienciada de aplicar iniciativas de RSE en la compañía”.
El secretario general del Club de Excelencia en Sostenibilidad, Juan Alfaro, es más crítico con las certificaciones y considera que “lo importante es la implantación de sistemas y metodologías, indepen- dientemente de la consecución de un certificado final. También hay que poner coto a los certificados, ya que las empresas no lo pueden certificar todo; considero que hay algunos certificados que son troncales, que están muy extendidos y que ya son
commodity, como los relacionados con la calidad y el medio, pero otros están proliferando de forma masiva y no sé hasta qué punto aportan mucho valor”.
CERTIFICADOS TRADICIONALES
La realidad con la que se encuentran los empresarios es, según Manuel Massot, propietario de una pyme del sector metalúrgico, que “las grandes empresas o los nuevos clientes, que no saben cómo trabajamos, sí que nos exigen algunos certificados, como los referentes a la calidad o el medio ambiente, pero los clientes ‘de toda la vida’ se fían de nuestra palabra y de nuestro saber hacer”.
Entre los certificados más extendidos destaca la serie de normas ISO 14000. Más centrada en la RSE encontramos la IQNet SR10 –que integra la gestión de la RSE en la estrategia de la organización–, de Aenor, entidad que cuenta con otras certificaciones que identifican a las compañías responsables. En el campo social tenemos el certificado Efr (Empresa Familiarmente Responsable) y las certificaciones de accesibilidad.
Por su parte, Forética –asociación de
empresas y profesionales de la responsabilidad social empresarial y la sostenibilidad– cuenta con la Norma SGE21, que establece unos requisitos de cumplimiento económicos, éticos, sociales y ambientales en nueve áreas: alta dirección, clientes, proveedores, recursos humanos, entorno social, entorno ambiental, inversores, competencia y administraciones públicas. Según Anna Herrera, “se trata de la norma que lleva más tiempo y está más consolidada en España”.
INVERSIÓN DE TIEMPO Y DINERO Alfaro es de la opinión que hay una proliferación de sellos y certificaciones, “creo que hay que poner un orden porque al final dedicas más tiempo y dinero a certificarte que a desarrollar tu labor empresarial. Llega un momento en que, o auditas o trabajas”, remarca este experto, quien añade: “Yo no digo que no sea necesario implantar sistemas, ya que éstos ayudan a mejorar la gestión, lo que pongo en duda es que la gestión eficiente sea fruto de los quinientos certificados que tiene la compañía, con el trabajo adicional que conlleva y el coste”.
El coste medio para obtener una certificación depende de cómo de grande y compleja sea la empresa, de los sistemas de gestión que ya tenga implementados y de cuántos días hagan falta para hacer la auditoría.
Según cálculos aproximados de la directora de Proyectos y Servicios de Forética, “el precio medio para una mediana empresa puede ser de unos 2.000 euros, y para una grande de unos 4.000 o 5.000 euros”, a lo que hay que añadir la inversión de tiempo de los directivos de la empresa. Herrero subraya que “al final, cuando te conviertes en la mejor opción para tus clientes privados o públicos, lo que inviertes en el certificado es mucho menor de lo que ganas. Además, el tipo de prácticas que pide la SG21 redunda en plantillas más motivadas y más productivas”.