Sijena y los tribunales
Con todo eso de Sijena nos acabaremos haciendo daño. Es una lástima, porque Vila y Puigdemont habían llegado a un acuerdo con los aragoneses que hubiera rebajado muchísimo la tensión. Pero lo hicieron sin explicarlo primero en Lleida. Y una parte de los leridanos implicados políticamente, especialmente los de ERC, frenaron la aprobación del acuerdo por parte del Gobierno. Y ahora, cada día que pasa, la cosa está más peliaguda y absurda.
Para resumir: Desde hace muchos años, las iglesias y conventos de la Franja de Ponent han ido vendiendo o cediendo sus obras de arte en museos de todas partes pero, sobre todo, en los de Lleida y Barcelona. ¿Por qué? Pues porque estas iglesias y conventos caían por falta de mantenimiento; porque necesitaban tejado nuevo y lo cambiaban por un retablo; porque su obispado era el de Lleida y porque ni el gobierno español ni el aragonés les había hecho nunca caso mientras que desde Catalunya sí se les atendía, seguramente de una manera interesada, pero se les hacía caso.
Hay bastantes litigios abiertos, aparte del de Sijena, que reclaman arte. Lo más significativo de todo –obviamente desde mi punto de vista– es que todos los litigios empezaron después de que el Opus Dei ganara la batalla política y consiguiera la creación del obispado de Barbastre-Monsó, que incluye el pueblo natal de José María Escrivá de Balaguer (Barbastro) y su punto sagrado, Torreciudad. Y resulta que este obispado, nacido de la división del histórico obispado de Lleida, que era muy grande y se basaba en divisiones territoriales lógicas y muy antiguas, tiene poco territorio y casi nada de patrimonio.
Los ayuntamientos de la Franja, como el de Sijena, que durante decenas de años no habían reclamado nunca nada –supongo que porque ya les iba bien no invertir en sus iglesias o conventos que, como el de Sijena, estaban casi en ruinas– se vieron espoleados a hacer reclamaciones y, curiosamente, la inmensa mayoría, contra museos catalanes. Remarco el “curiosamente” porque hay muchas piezas de arte repartidas en museos aragoneses o en el mismo Prado de Madrid y, en cambio, los litigantes sólo reclaman las obras que hay en museos catalanes.
Otra cosa muy curiosa también es que, hasta ahora, las reclamaciones han ido siendo tumbadas por los tribunales sin embargo, cosas de la vida, este litigio que se ha envenenado llegó a los juzgados de primera instancia oscenses, provincia que limita con Lleida. Es evidente que cada uno presenta los pleitos donde quiere o, quizás mejor dicho, donde le va bien. Y el ayuntamiento de Sijena primero y el Gobierno de Aragón, después, los presentaron en Huesca en lugar de hacerlo, por ejemplo en Lleida o Barcelona, donde están las obras. Las instancias judiciales superiores dieron la razón a los aragoneses en eso de la jurisdicción. De todos modos, no puedo dejar de pensar que el primer pleito (hay dos) recibió la luz verde (a favor de Sijena, quiero decir) de la magistrada María Carmen Aznar quien, además, dictó la primera orden provisional de ejecución de la sentencia obligando a Catalunya a devolver inmediatamente las piezas. El conseller Vila devolvió unas cuantas que no estaban catalogadas ni expuestas y en Sijena hicieron fiesta mayor. El resto, 53 piezas que están en el Museo de Lleida, a pesar de haberse acabado el plazo que dio la juez, todavía no se han devuelto. La segunda sentencia, a instancias del Gobierno de Aragón, afecta a las pinturas del MNAC y la juez del número 2 oscense, Sílvia Ferreruela, ha seguido los mismos pasos de su decana, la juez Aznar. Eso, jurídicamente no se aguanta por ningún lado porque las sentencias de las señoras Aznar y Ferreruela no son firmes, es decir, que tribunales superiores todavía pueden decir que ellas no tienen razón y que, por lo tanto, las obras ya están bien donde están. Además, nadie hará desaparecer las piezas de arte, y menos las pinturas románicas que hay en el MNAC. Una orden de ejecución urgente se dicta cuando hay miedo a que alguien se gaste un dinero o haga desaparecer el bien en litigio, pero ahora, no tiene ningún sentido. Y ellas, y los litigantes, insisten tozudamente en que hay que entregar las obras inmediatamente.
¿Quién es la señora Aznar? Pues es una juez nacida en Barbastro y a quien los propios medios barbastrinos definieron como “perteneciente a una família tradicional arraigada en la ciudad hace varias generaciones” y ella misma, el año 2007, cuando la hicieron “mantenedora oficial” de las fiestas de Barbastro, se definía como “barbastrense y muy luchadora”. Y la señora Ferreruela, por mucho que hiciera una sentencia de 100 folios y seguramente muy bien argumentada, ha hecho carrera en Calatayud y ahora en Huesca.
No hay que darle vueltas: estas jueces no tienen pinta de ser demasiado independientes en el caso que nos ocupa, y alguien del escalafón judicial se lo tendría que hacer ver. Como mínimo, para pedir un poco de prudencia en sus resoluciones al ordenar la ejecución provisional. Y no quiero ir más allá porque a mí no me toca.
¿Quién tiene razón? Cada parte tiene su razón. El conseller Vila, mostrándose firme mucho más allá de lo que se imaginaba ERC, afirma y repite que no las devolverá porque eso significaría incumplir las leyes catalanas que dicen que no se puede desmontar una colección ya catalogada y, tanto las piezas de Lleida como las del MNAC, hace años que lo están. El argumento de si se pueden estropear también es bueno, pero la magistrada puede hacer caso a expertos aragoneses (que de eso hay por todas partes) y quedarse tan ancha.
Volvemos al punto de partida: ¿quién tiene razón? Todo el mundo tiene su razón, pero una situación que un pacto inteligente podía haber suavizado –a pesar de que no lo evitaría del todo–, ahora se encuentra en una espiral de testosterona que vete a saber cómo acabará. Además, el momento político no ayuda nada porque, si las relaciones entre vecinos ya son complicadas, en estos momentos, son muy difíciles. En Barcelona no tendrían que perder de vista que las comarcas de Lleida, especialmente las que tocan a la Franja, son frontera y, si bien su hospital de referencia es el Arnau de Vilanova, hay unos cuantos que parecen tener deudas históricas y gravísimas para cobrar a sus vecinos. No todos, claro está, y me atrevería a decir que la mayoría son y quieren ser buenos vecinos, pero que nadie olvide que el calor hace saltar chispas entre las partes que se tocan.
Confío en que el canal de Aragón y Catalunya baje lleno de agua, por si la necesitan los bomberos.
Una situación, que un pacto inteligente podía haber suavizado, ahora se encuentra en una espiral de testosterona