Podemos y el trumpismo
Cuando se produjo el Brexit la reacción general fue de sorpresa y de gran inquietud económica y empresarial. Cuando en la madrugada del miércoles se conocieron los resultados que instalarán en enero a Donald Trump en la Casa Blanca, además de sorpresa e inquietud, se produjo una reacción de temor, de miedo. Se trata de una sensación inespecífica de inseguridad por el regreso a la palestra pública de la mano del discurso de uno de los políticos con más poder del planeta de contravalores que creímos superados como el racismo, la xenofobia, la misoginia, además del proteccionismo y el ultranacionalismo.
Creímos también que la reaparición de ese discurso –propio del periodo de entreguerras en el siglo pasado durante el que germinaron las peores expresiones del totalitarismo– se sancionaría con un fracaso rotundo de Donald Trump y con un éxito suficientemente holgado de Hillary Clinton. Como en el Reino Unido el pasado junio, no fue así sino todo lo contrario. De tal manera que el presidente electo de Estados Unidos se ha convertido en el referente, en el jefe de filas, de todos los líderes populistas del mundo, desde Vladímir Putin hasta Marine Le Pen.
Pablo Iglesias escribió el jueves pasado un artículo muy fogoso (“Trump y el momento populista”) refutando la expresión según la cual “los extremos se tocan”, que ha dado pie a sus adversarios políticos –de Rivera a Díaz– para conectar a su Podemos con el populismo del presidente electo de EE.UU. Es obvio que la fuerza política que lidera Iglesias no es en absoluto xenófoba, ultranacionalista, ni tampoco misógina o racista. Pero también lo es que presenta dos caracterizaciones propias del peor populismo: mantiene el llamado “discurso del miedo” y protagoniza alegatos de hostilidad social demagógica.
El debate entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, partidario el primero de infundir miedo en sus adversarios como palanca o recurso para alcanzar el poder frente a la preferencia por la persuasión del segundo, es la prueba más cabal de que en la formación morada alientan humores populistas extremistas. La agresividad del discurso de Pablo Iglesias en el Congreso, pero también frente a los medios de comunicación es un rasgo muy acusado de este líder. La hemeroteca no me dejará mentir. En abril de este año, el periodista de El Mundo Agustín Pery tituló una columna así: “Sí, Pablo Iglesias, este periodista te tiene miedo”. En el texto explicaba la forma en la que aquel arremetió contra otro profesional del mismo periódico al que atribuía intenciones torticeras con sus informaciones sobre Podemos.
Estos mismos días, la reacción de los dirigentes morados ante las informaciones que denuncian el comportamiento discutible de Ramón Espinar en la venta de una vivienda de protección oficial, remite a una cierta forma de intimidación de los medios y periodistas, pero también a otro recurso muy caro para los populismos: la teorización sobre maquinaciones de oscuros poderes para perjudicar el logro de sus propósitos políticos. Se objetará que otras fuerzas políticas utilizan parecidos recursos. No, sin embargo, con tanta frecuencia y ni con semejante animadversión. Las posiciones de Errejón en Podemos se explican, precisamente, por la divergencia interna sobre el manejo de estos recursos, a veces amedrentadores, que empantanan a Podemos en el mismo porcentaje electoral en el que estaban –véase el último barómetro del CIS– pese al desplome del PSOE.
Pero quizás el rasgo más arriesgado de Podemos y que más le aproxima al peor populismo consista en la ingeniería argumental que desata en la sociedad las hostilidades de unos contra otros. Se trata de un maniqueísmo tosco pero eficaz –se ha visto también en Estados Unidos y antes en el Reino Unido–, es enormemente divisivo y radicaliza las posiciones (“hay que cavar trincheras sociales” ha declarado Iglesias) porque el debate político se transforma, no en un intercambio de ideas y propuestas, sino en un planteamiento bélico e irreductiblemente hostil. Al adversario se le estigmatiza con un veredicto tan implacable que su legitimidad democrática se desconoce o, lo que es aún peor, se desprecia.
Podemos registra, a veces, una sintomatología trumpista. Es comprensible que semejante paralelismo irrite a sus dirigentes y cause una cierta perplejidad en sus votantes pero la frecuente algarada antiinstitucional, el cuestionamiento sistemático –no reformador– de todos los statu quo se trate de la materia que se trate y una alteridad política siempre enemiga e intimidatoria (“ustedes se callan”, Iglesias a la bancada popular en el Congreso) localizan a Podemos en un espacio político en el que la ideología se sustituye por un estado de permanente indignación e iconoclastia. O sea, energía negativa y destructiva.
El debate entre Iglesias y Errejón sobre el recurso político al miedo es muy significativo