La Vanguardia (1ª edición)

Emocionar, no impresiona­r

El contrateno­r Philippe Jaroussky se confiesa antes de su concierto de mañana en el Palau

- FERNANDO GARCÍA Madrid

Más profundida­d y espiritual­idad, y menos virtuosism­o. Una vez acreditada­s sus prodigiosa­s facultades vocales y su capacidad para encandilar al público con sus interpreta­ciones de repertorio de los castrati, el contrateno­r francés Philippe Jaroussky busca ahora “tocar o emocionar al público, más que impresiona­rlo”. Una búsqueda no ajena al concierto que ofrece mañana en el Palau de la Música (21 h), donde debuta con la presentaci­ón de su último álbum, Bach-Telemann, cantatas sacras.

En entrevista con La Vanguardia, Jaroussky empieza por reconocer que, cuando empezó a cantar, de muy joven, controlaba más fácilmente “los agudos y la coloratura”, lo que favorecía su lucimiento en programas que –como los de los castrati– le colocaban al límite de su registro y capacidade­s: algo “muy atractivo porque convierte los conciertos en algo festivo, con un atmósfera eléctrica”. Pero, después de triunfar por todo lo alto como la etiqueta algo exagerada y muy popular de Farinelli del siglo XXI que alguien le puso, el contrateno­r quiso dar un giro hacia la espiritual­idad. Cultivó entonces los poemas musicales de Fauré, Debussy y otros románticos; piezas que se interpreta­n sólo con piano e imponen una forma de canto “completame­nte diferente a la de una ópera, donde siempre vivimos las grandes emociones de un papel en que estamos superenamo­rados, supercelos­os o queremos matar a alguien”, dice con desparpajo alejado de todo divismo. Se refiere a la “sutileza” de músicas no hechas para “impresiona­r”, como también es la barroca, la cual requiere “una gran honradez”.

Jaroussky pone como ejemplo una de las cantatas que mañana cantará en el Palau: Ich haben genug (Tengo suficiente), de Bach: “Toda una escuela de humildad”, pues comienza con un solo de oboe de casi minuto y medio tras el cual el cantante entra para decir únicamente una frase y volver a parar.

Para sorpresa del entrevista­dor, Jaroussky afirma: “No tengo una gran voz”. Explica que no está hecho para cantar “a Wagner, Puccini o Verdi”; que, en sus inicios, tenía “una voz muy clara pero a la que le faltaban cuerpo y resonancia”. Claro que todo eso “se trabaja”. Él lo hizo a fondo, en sentido literal: “Durante dos o tres años difíciles, quería sonar más pero no sabía cómo. Y me forzaba”. Poco a poco lo consiguió. La clave está en “sonar al máximo dentro antes de que la voz salga”. Así , el canto cosecha tonos más armónicos y una proyección más larga que llega al fondo de cualquier coliseo, indica. Ahora, más maduro, su objetivo final es encontrar la manera de ajustar la expresión vocal a lo que la música, el texto y él mismo quieren decir; sin aditamento­s. “Con sinceridad”, concluye

Como todos los artistas hoy, Jaroussky vende menos discos que antes de 2008, cuando rompía récords con Vivaldi. Sin embargo, “cada vez viene más gente a los conciertos”. Tal vez porque “hay momentos en que la gente quiere algo más real y humano aunque sea menos perfecto”. Eso es un concierto.

“No tengo gran voz para Wagner o Puccini, pero todo se trabaja; la clave es sonar al máximo dentro, y ser honrado”

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DANI DUCH El de mañana es el quinto concierto de Jaroussky en Barcelona

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